Disney: 'Chicken Little', de Mark Dindal

Chicken Little Poster
La decisión ya había sido tomada antes de los desastrosos resultados de 'Zafarrancho en el rancho' ('Home on the range', Will Finn y John Sanford, 2004), y éstos no hacían más que validar la idea que se había hecho fuerte en los ejecutivos de la Disney, esa que llevaba al extraño western a ser el último filme de dibujos animados tradicionales de la compañía después de casi sesenta años de tradición y que abría un mundo nuevo por explorar, el de la animación digital que tanto furor estaba causando a diestro y siniestro con Pixar y Dreamworks a la cabeza.
Ahora bien, el problema que a mi entender no eran capaces de ver las cabezas pensantes de la productora, no era tanto de un cambio en las formas de animar sus historias, sino de hacer que éstas recuperarán la frescura que habían tenido antaño y se deshicieran del pesado lastre que suponía el que muchas de ellas no fueran más que iteraciones sobre los mismos esquemas argumentales, similares moralejas y casi idéntico sentido del humor derivado, con una insistencia que ya cansaba, de los alivios cómicos tan propios de la casa de Mickey Mouse.

'Chicken Little', forzar la máquina

Chicken Little 1
Es lógico pues que, si de arriesgar se trataba, Disney echara la vista atrás y decidiera contar para éste su primer paso en un mundo a medias desconocido para ellos con un director cuya personalidad había conseguido concretar uno de los filmes más originales de la última década y media de la compañía. Uno cuyo humor alocado y absurdo y su falta de pretensiones conseguían arrancar carcajadas del respetable y que, hoy sigue siendo una de las mejores rarezas que la Disney ha conseguido poner en pie a lo largo de su longeva trayectoria. Me refiero, cómo no, a 'El emperador y sus locuras' ('The Emperor's New Groove', Mark Dindal, 2000).
La incorporación de Dindal a 'Chicken Little' (id, 2005) en la doble tarea de director y autor de la historia —hasta nueve escritores más aparecerán acreditados en diversas tareas relacionadas con el guión— debería haber sido suficiente para haber hecho funcionar la historia de un pequeño y determinado pollo que desea que su padre le acepte como es mientras intenta hacer frente a un cielo que, literalmente, se está cayendo sobre sus cabezas. Pero, al menos parcialmente, no llegó a ser así, y el filme falla no por quedarse corto en su intento de agradar al público y hacerlo reir, sino por insistir demasiado en ello.
Chicken Little 2
No hay quien le niege a 'Chicken Little' que su premisa de partida es bastante original y que, durante todo su desarrollo, la sensación es la misma que la que se desprendía de la historia de Cuzco y Pacha; esto es, que resulta imposible anticiparse a lo que va a pasar debido a los constantes giros a los que se va sometiendo la historia. Ahora bien, una cosa es contar con un relato que no para y cuyo nivel de sorpresa es constante, y otra muy diferente que ambas cualidades sean suficientes para sostener 80 minutos de metraje que no son más que chiste tras chiste, tras chiste, sin que muchas veces haya una solución de continuidad entre uno y otro.
Si a eso le unimos que el hilo argumental no da para tanto y que, llegado el momento, la cinta parece estar improvisando sobre la marcha para que no se note que no hay ideas sólidas que sustenten el conjunto, resulta obvio que, a la hora de valorar esta primera propuesta digital de Disney, debamos hacerlo en términos que quedan por debajo de lo notable. Una calificación que no sólo atañe al desarrollo de la historia y a ese humor que dispara en tantas direcciones —y que tantísimas referencias llega a acumular— sin dar descanso, sino también a una animación que ya en el momento de su estreno, y más allá de su originalidad, se antojaba tosca y poco trabajada.

Y, de nuevo, cambiamos el rumbo

Chicken Little 3
De todas formas, y en descargo de un intento que se quedó en eso, hay que apuntar que en plena producción de ésta y de las dos cintas que la seguirán, Disney se vio sometida a un proceso de grandes convulsiones internas que comenzó en 2005 con el abandono de Michael Eisner de la compañía, y siguió con el regreso de Roy Disney como director emérito, la nueva posición de Rober Iger como director ejecutivo y, sobre todo, la compra de Pixar por valor de 7.400 millones de dólares y la incorporación a las filas de los máximos cargos de los estudios de dos nombres que terminarían cambiando por completo el absurdo giro que se le había intentado dar a los mismos.
Dichos nombres, los de Edwin Catmull y John Lasseter supusieron un fortísimo revulsivo para el rumbo que el abandono de la animación tradicional había impreso en la compañía. En la voluntad de ambos, el primero como presidente de los Walt Disney Animation Studios y el segundo como director creativo de Pixar y Disney, estaba el devolver la animación a los artistas. Antes de su incorporación, cualquier decisión de alta repercusión para la realización de un filme pasaba por tres niveles de ejecutivos que jamás habían realizado una película. A través de ellos, directores, escritores, directores artísticos y animadores participarían de manera proactiva en el proceso creativo.

Derivado de dicha decisión, a casi nadie cogió por sorpresa el anuncio en el verano de 2006 por parte de Lasseter de que Disney reincorporaría a sus filas un programa de animación tradicional. Algo que, unido al cariño que el cineasta siempre ha puesto en todo lo que ha tocado, hacía que los fanáticos de la animación a mano volviéramos a creer en que una nueva etapa de grandes resultados creativos en el seno de la compañía era posible. Pero antes de que ésta llegara, había que resolver dos proyectos generados por ordenador que ya estaban en marcha y que habían de estrenarse de forma consecutiva en 2007 y 2008...

Comentarios