En el sexto año del segundo mandato de Alberto Barbera como Director Artístico de la Mostra de Venecia, el festival cinematográfico más antiguo del mundo dejó más claro que nunca el cambio de rumbo con respecto a las pautas marcadas por la anterior dirección de Marco Müller. Ante las incesantes quejas de que el certamen italiano estaba perdiendo peso frente a sus competidores (aquí, más que pensar en ese monstruo imbatible llamado Cannes, deberíamos tener en mente a citas más cercanas en el calendario, como Telluride o Toronto), Barbera ha contestado, de manera cada vez más decidida, dando brillo a una alfombra roja descaradamente enfocada hacia la temporada de grandes premios.
De los Oscar hablamos, claro está. De esa cima en la que todos los grandes festivales (no nos engañemos) quieren plantar su bandera. En este sentido, el que títulos como 'Gravity', 'Birdman', 'Spotlight' o 'La La Land' tuvieran su estreno mundial en la ciudad de los canales, es un claro síntoma primero de la nueva política veneciana, y segundo, de que si ésta es la apuesta, entonces los frutos están llegando.
En 2017, desde luego, también llegaron. Todavía falta para que se determinen los gustos académicos de esta temporada, pero de momento ahí queda la presencia de majors como Universal, 20th Century Fox o Paramount, ni más ni menos que en una Sección Oficial a Competición cuyo interés mediático estuvo prácticamente monopolizado por Hollywood. Gustará o no, pero de momento es indudable que Alberto Barbera ha logrado lo que hace seis años parecía imposible: que la Mostra fuera una cita relevante a un nivel generalista. En esta 74ª edición del festival, los resultados se hicieron palpables en un aumento más que sensible en la petición de acreditaciones (tanto de prensa como de industria), confirmándose así el círculo virtuoso propuesto desde la organización.
Tanto los media como los profesionales del mercado acudieron a la llamada de esta nueva Venecia. Más reluciente, más glamourosa, ¿más importante? La otra cara de la moneda, y ahí es cuando los nostálgicos de Marco Müller se ponen en pie de guerra, es que este avance de los flashes y las celebrities ha ido en detrimento de ese “otro” cine. Con los ojos tan fijados en la “factoría de sueños”, a lo mejor se han perdido de vista las cinematografías más minoritarias; las propuestas más radicales. Aquellas que debían ser protegidas, mostradas y lanzadas en celebraciones como, precisamente, la Mostra. Aquellas que en los últimos años han reculado, pero que por suerte no han desaparecido.
ALEGRÍAS
'mother!', de Darren Aronofsky
El Lido ardió, tal cual, porque de hecho, así estaba previsto. Al fin y al cabo, ahí mismo nos pretende llevar la película: al fin del mundo. Éste llega a través de un maltrato (físico, psicológico y sentimental) de un hombre a una mujer. De un artista (brutal Javier Bardem) a su musa (igualmente imponente Jennifer Lawrence). A través de un gag -cruel- recurrente que nos remite al “Ángel exterminador” de Buñuel, Aronofsky llena una suntuosa casa de campo (único escenario de la acción) de invitados más o menos indeseados, creando un desasosiego en su protagonista femenina que obviamente llega al patio de butacas. Durante dos horas, se invoca una tempestad sensorial que culmina en uno de los rush finales más salvajes que nos haya dado este arte en los últimos tiempos. Una soberana paliza. Una obra maestra que hace de la destrucción, creación; de la egolatría, auto-fustigación... y del abuso, el apocalipsis.
'Ex Libris - The New York Public Library', de Frederick Wiseman
Y es que en tiempos de políticas estridentes y de vorágine del sector privado, emocionó el que un maestro de la talla de Wiseman nos recordara el placer por mirar, escuchar y, en definitiva, aprender, en los templos del libre acceso al conocimiento. Con un montaje delicioso tanto de las imágenes como de los sonidos que las acompañan, y prescindiendo de voces en off, banda sonora y en entrevistas directas, el veterano director lució una vez más su inigualable poder observador, convirtiéndolo en el más sincero, noble y reivindicable de los discursos.
'Lean on Pete', de Andrew Haigh
Impecable de nuevo en la dirección de actores (su protagonista, Charlie Plummer, se hizo con total merecimiento con el Premio Marcello Mastroiani al talento joven) y en la comprensión de la(s) sensibilidad(es) del relato, el cineasta británico volvió a hacer gala de su ya característica inteligencia emocional, y utilizando los angustiosos mecanismos de la huida, se puso a cabalgar con nobleza equina por esa otra América. La de los olvidados, renegados y marginados. Haigh se detuvo a conversar con cada uno de ellos, tratándoles de igual a igual y destapando así, sus virtudes y sus defectos. Con la naturalidad y sinceridad como únicas armas para desarmarnos, y en última instancia, con la fe en la bondad humana para asestarnos el golpe de gracia.
'La forma del agua', de Guillermo del Toro
El resultado fue un cuento oscuro de hadas marca de la casa, de un acabado formal exquisito, y con un texto que recuperó las tesis de su mejor cine. Esto es, la fantasía como bello (y embelesante) refugio de una realidad terrible, cruel y, claro está, fea. El León de Oro con el que se saldó su aventura veneciana, a muchos les sonó como a opción de consenso entre los miembros del jurado (no en vano, es ésta una película con la que difícilmente no se puede conectar), pero sea como fuere, reconoce todo el poder de uno de los grandes maestros del cine de género de nuestros tiempos.
'Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri', de Martin McDonagh
Siguiendo los pasos de una madre peleada con una comunidad en su incansable búsqueda de los culpables de la terrible muerte de su hija, McDonagh se asienta en un equilibrio casi alquímico entre el drama y la comedia. Su nueva película es divertida, mucho (a ratos, quizás demasiado), pero también escarba, con dolorosa precisión, en los males de un colectivo cuya alma se pudre en sus férreas concepciones del bien y el mal. De este poderoso choque de sensaciones y conceptos, surge una igualmente portentosa reflexión sobre la culpa en un contexto de asfixiante violencia, en lo que podría interpretarse como una inspiradísima réplica yankee a la irlandesa 'Calvary', del hermanísimo John Michael McDonagh.
DECEPCIONES
'Una vida a lo grande (Downsizing)', de Alexander Payne
Alimentado por el encanto de su reparto y por la efectividad de algún que otro golpe de efecto, la historia sobrevive con pasmosa facilidad a su propia deriva, pero lo hace apostando por lo efímero y renunciando al poso. Así, el cambio climático, las brechas sociales entre ricos y pobres y el mito del meting pot quedan reducidos a la categoría de chistes. Simpáticos, pero carentes de esa reflexión de fondo que les dé carácter trascendente. Por querer ser grande, se quedó en el film más pequeño de Alexander Payne, un autor que, a malas, confirmó que incluso en sus horas más bajas, rinde por encima de la media.
'Mektoub, My Love: Canto uno', de Abdellatif Kechiche
En “Mektoub, My Love”, la historia nos lleva a la Francia de 1994, un territorio bañado por por la calidez de un sol cuya luz, de carácter divino, nos descubre una especie de sueño húmedo adolescente de tres horas de duración. Más cercano a la carnalidad del viejo verde que a la espiritualidad del poeta de la pasión, Kechiche convierte el deseo en lascivia, y ésta en pura gula. La táctica, amparada en la coartada casi eximente del punto de vista de sus jóvenes protagonistas, a ratos incomoda, no por inconvenientes morales, sino por la monotonía hedonista en la que nos obliga a convivir la propuesta. Pero al mismo tiempo, crea un caldo de cultivo ideal para que este gran cineasta se luzca allá donde otros muchos fallan. Esto es, captar la belleza de la vida en ese baile, en ese chapuzón, en esa copa de más. Es en esa colección de momentos aparentemente banales donde Kechiche vuelve a aprovechar todo su -apabullante- potencial.
'Le fidèle', de Michaël R. Roskam
Thriller criminal y melodrama van de la mano en esta cinta que evidencía demasiado bien las carencias de quien mueve los hilos. Si bien la filmación es estilosa y potente en las escenas de máxima tensión, a medida que va avanzando la trama, nos damos cuenta de que ésta está al servicio de una escritura tan rebuscada que ella sola cae (para instalarse) en lo ridículo, en lo absurdo... en lo estúpido. Y siguen los contrastes, hasta llegar al más hiriente: el de la gravedad auto-impuesta con tanto ímpetu y convencimiento, que no cae en lo involuntariamente gracioso que finalmente resulta todo.
'Loving Pablo', de Fernando León de Aranoa
Más allá de alguna escena de acción dignamente resuelta, a León de Aranoa le explota el experimento en toda la cara. Penélope Cruz firma un puñado de momentos de auténtica vergüenza ajena, Javier Bardem se salva in extremis por simple presencia y el excesivo dramatismo en el tono degenera, de forma grotesca, en mecanismos cercanos a la sit-com y la telenovela. Todo esto agravado por los incesantes apuntes de la más cargante de las voces en off, subrayado final a la estupidez que se le presupone a la audiencia... y que se detecta detrás de las cámaras.
'Human Flow', de Ai Weiwei
Su 'Human Flow' podría salvarse, muy por los pelos, por la importancia del tema tratado, pero debería señalarse, por no faltar a la decencia, la preocupante falta de tacto con la que el director campa, durante casi dos horas y media, por todos los campos de refugiados del mundo. No con la voluntad de entender y/o transmitir, sino con el hambre egocéntrico por el baño de masas. Así, como suena. Como quien no teme convertir la tragedia humana, en materia prima (y oscura) para el enaltecimiento narcisista. Tan incómodo como, en esencia, condenable. Con el agravante de que a Abel Ferrara y a su 'Piazza Vittorio' (film que, con el mismo punto de partida, no negó la dignidad al objeto de estudio) se les relegó al Fuera de Concurso.
EN OTRA LIGA
Más allá de las exigencias, encorsetamientos y, en definitiva, las angustias de la Sección Oficial, Venecia siguió buscando y encontrando esas propuestas muy por encima de las alegrías y las decepciones, o si se prefiere, del bien y del mal. Tanto en el Fuera de Competición, como en Orizzonti, como en las demás secciones paralelas, pudimos deleitarnos con esas experiencias que, hasta no hace tanto, justificaban la experiencia festivalera.
'Zama', de Lucrecia Martel
Al fin y al cabo, hablamos de una de las cintas más apartadas de cualquier corriente o tendencia que se haya barajado jamás en esto del séptimo arte. Es la libre interpretación de un material (literario) ya de por sí inadaptable. Martel lo entendió y le aplicó un tratamiento estricta y exclusivamente fílmico. Como si Di Benedetto sólo hubiera pensado, desde el principio, en términos cinematográficos. Genial. Como si a la cámara aún le quedaran trucos por aprender. Prodigioso. Como si desde la sala de montaje todavía se estuvieran descubriendo nuevas técnicas de narración. Milagroso. Y así durante dos horas en las que el infierno colonial español del siglo XVII cobró vida a través de una lógica en las antípodas de lo racional; sólo comprensible cuando se proyectó en una pantalla gigante.
'The Deserted', de Tsai Ming-liang
Con apenas cincuenta minutos, al director de origen malayo le sobró para insinuar las tremendas posibilidades de esta manera de filmar y mostrar. Con media hora más de tiempo, a lo mejor habría reformulado las bases del mismísimo lenguaje fílmico. Cuando quisimos darnos cuenta, se hizo evidente que éramos nosotros, espectadores (convertidos ahora en cómplices necesarios de la narración) los que nos encargábamos de los paneos, de los travellings y de los barridos. A nuestra conveniencia, pero inevitablemente guiados (que no condicionados) por ese tempo, por ese misterio, por esa magia que escapa a las palabras, pero no a las imágenes. Nuestra relación con ellas cambió radicalmente, y para nada nos sentimos violentados por ello. Al contrario, pues volvió a nacer en nosotros ese embriagador gusto por el descubrimiento. Como en el mejor cine, vaya.
'La nuit où j'ai nagé', de Damien Manivel & Kohei Igarashi
Empieza así una odisea urbana preciosa, la cual para hacerse digna de dicho calificativo, no tiene que echar mano de ningún artificio. Fuera banda sonora, fuera movimientos complicados de cámara, fuera diálogos. Manivel e Igarashi llevan a un nivel casi sobrenatural el don de la observación no-invasiva. Hasta da la sensación de que el chaval al que miran no sea consciente de que le están filmando. Así de natural, así de tierno, así de perfecto. Sobran las palabras. Las imágenes, de una nitidez emocionante, no dejaron lugar para las dudas: Ahí quedó un cuento realista silente, que durante hora y cuarto (y nada más), nos hizo soñar despiertos.
'Brawl in Cell Block 99', de S. Craig Zahler
En plena proyección, el público decidió vitorear, y gritar, y ya puestos, rugir. Zahler despertó a la bestia que llevamos dentro con un thriller criminal manchado con la sangre del drama familiar más salvaje. Al film en ningún momento se le ocurrió ocultar su carácter de serie B, y ahí estuvo gran parte del encanto. Planteada como un descenso a los infiernos sin final a la vista, 'Brawl in Cell Block 99' tiene la virtud de tener claro cuál es su objetivo, y también cuáles son los medios de los que dispone para conseguirlo. De lo que se trata aquí es de llevar la violencia al límite (tanto la conceptual como la más explícita), y hacer de la austeridad, ostentosidad. Hasta llegar a un festín de carnaza carcelaria memorable. Imborrable. Hasta que nuestras manos no supieron si tapar los ojos, o si aplaudir a rabiar.
'Caniba', de Lucien Castaing-Taylor & Verena Paravel
La película está principalmente compuesta por primerísimos primeros primeros planos de Sagawa. Un choque visual escalofriante (a veces directamente espantoso) cuyo impacto se acentúa por el brillante juego de enfoques y desenfoques propuesto por los realizadores. Entre la deformidad y una nitidez que no perdona ni una sola cicatriz, la convivencia con las imágenes y con las reflexiones en voz alta se hace cada vez más insoportable. Más que por la dureza y crudeza de algunas de las imágenes (que también), por cómo el artificio formal nos va metiendo en una malsana reflexión sobre el deseo carnal, convirtiendo la perversión originaria, en aberración pesadillesca.
Via:espinof
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