Cómo el triunfo del cine independiente en los Oscars 2025 podría perfilar el futuro de Hollywood entre libertad, creatividad y bofetadas a la administración Trump


 Acostumbrados a campañas sobre raíles, bolas de cristal tremendamente nítidas que permiten hacer predicciones con un margen de error mínimo y clímax telegrafiados que, más que dejar un mal sabor de boca, resultan de lo más insípidos, la recta final de la recién culminada temporada de premios 2024-2025 ha terminado siendo una de las más emocionantes y sorprendentes de los últimos años.

Dejando a un lado lo casi milagroso de que la ceremonia de entrega de los Oscars 2025 no es que no fuese un tostón supino, sino que divirtiese y entretuviese por encima de la media actual —bendito sea Conan O'Brien—, si la fiesta de la Academia de Hollywood brilló con luz propia fue por algo que, al igual que la victoria de Mickey Madison sobre Demi Moore, no nos veíamos prácticamente venir.

La sorpresa independiente

Pocas cosas pueden sentar mejor a una ceremonia de entrega de galardones que tener en el aire varias de sus categorías principales y batallas encarnizadas hasta el último minuto; algo que este año ha estado potenciado por las polémicas de 'Emilia Pérez', que pasó de ser la favorita y más nominada a convertirse en una de las grandes perdedoras de la historia de los premios, y por unos sindicatos que pusieron toda la carne en el asador casi sobre la bocina con algunas de sus decisiones.

Finalmente, esta deliciosa incertidumbre, que nos mantuvo despiertos hasta pasadas las cinco de la madrugada inclinados hacia delante en el sofá como si estuviésemos viendo la típica escena de suspense en la que el temporizador de una bomba se agota mientras los protagonistas no tienen ni idea de que están sentados sobre ella, se tradujo en un giro de guión al que no estamos habituados.

Este tuvo como mecanismo dramático la derrota de gigantes como Warner, Netflix, Disney o Dreamworks frente al cine indie. Una batalla que terminó inclinándose hacia el, a priori, eslabón más débil y que estuvo liderada por Sean Baker y su 'Anora', que amasaron cinco Oscars y extrajeron oro de su presupuesto de seis millones de dólares para, de paso, demostrar que el cine independiente no debe asociarse siempre al "do it yourself" y a un modelo de producción y trabajo precario.

La noche arrancó con un buen presagio con la victoria de Kieran Culkin al mejor actor de reparto por 'A Real Pain', título de producción independiente que Searchlight compró en Sundance para su distribución por 10 millones de dólares; pero el primer puñetazo sobre la mesa fue el que dio 'Flow' al convertirse en la primera película de animación gestada fuera del ecosistema de estudios en llevarse el Oscar en su categoría.

El letón Gints Zilbalodis sólo ha necesitado un equipo minúsculo, software gratuito de modelado 3D y un presupuesto ínfimo frente al de sus competidoras, que ascendió a unos 3 millones de dólares, —amén de un talento desbordante— para alzar la preciada estatuilla, marcando un hito en su país y evocando, en cierto modo, a lo obrado por Kevin Smith a principios de la década de los 90 con su imperecedera 'Clerks'.

Flow

Hace tres décadas, el verborreico cineasta de Red Bank enamoró a medio mundo y cosechó premios y candidaturas en certámenes como Sundance, Cannes o los Independent Spirit Awards tirando de colegas, 27.000 dólares y colas de negativo de 16mm en blanco y negro tras costear el rodaje vendiendo su colección de cómics y exprimiendo hasta la última gota de sus tarjetas de crédito, así como otras cuantas triquiñuelas financieras que podrían haber salido terriblemente mal.

Del mismo modo que, por aquél entonces, el padre de Jay y Bob el Silencioso inyectó un halo de esperanza en un medio poco accesible y lleno de eternos aspirantes, Zilbalodis y su adorable gatete negro invitan a soñar con un futuro de la industria en el que libertad creativa, experimentación y esencia colaborativa no sólo tengan el reconocimiento que merecen, sino que se conviertan en un estándar frente a la encorsetada tiranía corporativa.

Todo es política

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Si estiramos más el chicle —de un modo mucho menos descabellado de lo que pueda parecer a simple vista, todo sea dicho—, en el hecho de que los tres largometrajes más oscarizados del año hayan sido 'Anora', 'The Brutalist' y 'Emilia Pérez', todos ellos independientes, y que 'Cónclave', el documental 'No Other Land' y las mencionadas 'Flow' y 'A Real Pain' hayan seguido la misma vía de producción alejada de los grandes estudios, puede tener una clara lectura política.

Durante las últimas semanas, algunos de los principales estudios de la Meca del cine no han dudado en hincar la rodilla frente a la administración Trump y dejar a un lado sus políticas de diversidad, ajustándose a los objetivos del nuevo gobierno de eliminar del sector privado los conocidos como "mandatos DEI", siglas que corresponden a los términos diversidad, equidad e inclusión.

Mientras Amazon Studios, Disney o Warner han atajado la posible ira del presidente bajándose de un barco al que subieron voluntariamente —igual que ahora se apean, aunque con matices— y cumpliendo los deseos de un Donald Trump que sabe mejor de nadie que la gran pantalla —y también la pequeña— es la mejor puerta de entrada para unos discursos que, al contrario de lo que se estaba soflamando hasta ahora con los progresistas, si estarán "incluidos forzadamente", la Academia ha optado por premiar a quienes operan, más o menos, fuera de la rueda.

Esta maniobra, ya sea intencionada en mayor o menor medida, podría perfilar el futuro de un Hollywood que se enfrenta a una crisis ya no creativa y comercial, sino política, y que podría encontrar en el cine indie un salvavidas en cuanto a rentabilidad y libertad respecta. Porque frente a plantillas, fórmulas y ejecutivos tomando decisiones, el camino a seguir es el de la creatividad absoluta que no tiene que rendir cuentas ante —prácticamente— nadie. Valga su peso en Oscar, o no.

Texto: Víctor López G                                        Foto/Via. Espinof

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