“Gays fuera, violencia dentro”

En EE UU, incluir personajes LGTB en tu película te costará una calificación de 'no apta para menores', aunque no haya tiros y no se vea un centímetro de piel.
pride
En el Reino Unido, su país de origen, Pride ha sido un discreto éxito: esta comedia, dirigida por Matthew Warchus y con Dominic West (el Jimmy McNulty de The Wire)  Bill Nighy (la saga Piratas del Caribe) como secundarios de lujo, obtuvo el BAFTA 2014 al Mejor Debut, recibió buenas críticas en medios como The Guardian y tuvo una carrera sólida en los ránkings de taquilla, pese a haber recibido una calificación de no apta para menores de 15 años. Pero, cuando le llegó el momento de cruzar el Atlántico, su trayectoria fue algo diferente. Como suele ocurrir con las películas hechas en Europa, el lanzamiento de Pride en EE UU (la semana del 26 de septiembre) tuvo la forma de un estreno limitado, pese al cual logró abrirse paso en la cartelera gracias al ‘boca oreja’. Por otra parte, la Motion Picture Association of America (MPAA) marcó a la película con su calificación ‘R’, según la cual los menores de 17 años que quieran verla o alquilarla deberán estar acompañados por un adulto. Y, cuando el filme fue editado en dvd para el público estadounidense, muchos se quedaron pasmados al ver que la carátula y la sinopsis omitían un punto crucial de su historia. 
De la misma manera que Billy Elliott Tocando el viento, Pride habla sobre la Gran Huelga de Mineros de 1984, un paro que se prolongó durante un año y que enfrentó al movimiento obrero británico contra el gobierno de Margaret ThatcherPero, a diferencia de sus predecesores, el filme cuenta su historia desde la perspectiva de una asociación de gays y lesbianas que se movilizó para apoyar a los huelguistas. Su edición doméstica para el mercado de EE UU informa al espectador sobre la huelga, pero omite toda referencia al movimiento LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales), tanto en su sinopsis (donde los héroes son descritos como “un grupo de activistas”, a secas) como en una carátula donde las banderas arco iris y otros símbolos gays han sido víctimas de un conveniente photoshopeado. Ahora que Pride se estrena en España, es un buen momento para recordar esta polémica, y también para afirmar un hecho cierto: en Estados Unidos, una película con protagonistas gays y lesbianas tiene todos los números para llevarse un rótulo de “no apta para menores”.

Si hay homosexuales, hay censura

La polémica por el estreno de Pride no llegó sola a la prensa anglosajona: un mes antes (el 22 de agosto) se había estrenado en EE UU El amor es extrañoun drama en el que John Lithgow Alfred Molina interpretaban a un matrimonio gay en crisis. Contra todo pronóstico, este filme también recibió una califiación ‘R’ debida, según la MPAA, a su “lenguaje ofensivo”. Según señalaron varias webs de cine, entre ellas Slate The Wrapla cartelera de esa semana incluía otros dos filmes con la letra de marras: se trataba de Sin City: Una dama por la que matar Jersey Shore Massacre. La primera, esa secuela tan demorada de Sin City que acabaría estrellándose en taquilla, exhibía toda la violencia de la que pueden ser capaces Robert Rodriguez Frank Miller. La segunda, una parodia gore del famoso reality show, contaba (según advertía el crítico Stephen Whitty) con “desnudez, situaciones sexuales, uso de drogas e insultos étnicos y raciales”, amén de con mutilaciones al por mayor. El hecho de que la entidad censora equiparase con esos dos filmes a El amor es extraño, una película en la que apenas suena algún taco que otro, dejaba pasmados a los periodistas. Máxime contando con que Los mercenarios 3se había estrenado el 15 de agosto con la calificación PG-13 (menores de 13 años acompañados), pese a contar con multitud de escenas violentas… y con un personaje posiblemente gay, encarnado nada menos que por Arnold Schwarzenegger.

¿Queremos más ejemplos? Pues existen: trabajos de temática LGTB como Una jaula de grillos (1996) Mi nombre es Harvey Milk (2008) y Los chicos están bien (2010) recibieron una ‘R’, siempre con las consabidas excusas de ‘situaciones sexuales’ o ‘lenguaje ofensivo’. Los títulos procedentes de Europa lo tienen aún más crudo: la española La mala educación y la francesa La vida de Adèle se estrenaron como NC-17 (prohibidas a los menores de 17 años). Con todos los matices que se quiera, la tónica está ahí, y se ha intensificado (en lugar de menguar) durante el último par de décadas, pese a que uno podría pensar lo contrario.
“Se ha intensificado”, decimos, y podemos argumentarlo. Un artículo en The Independent recordaba que Philadelphia (la primera película mainstream que abordaba el tema del sida) fue calificada como PG-13 en 1993. El filme de Jonathan Demme no sólo fue tratado con indulgencia por la MPAA, sino que también le granjeó un Oscar al Mejor Actor Principal a ese Tom Hanks cuyo prestigio crítico subió, desde entonces, como la espuma. Todo ello pese a estrenarse en unos años en los que la homosexualidad recibía un tratamiento mucho menos normalizado que hoy en día, y en los que la posibilidad de avances como el matrimonio entre personas del mismo sexo parecía, si no ya un tabú, si un proyecto irrealizable a medio plazo. Como contraste, viene bien recordar el caso de Brokeback Mountain: estrenada 12 años después de Philadelphia, la cinta protagonizada por Jake Gyllenhaal Heath Ledger perdió la estatuilla a la Mejor Película frente a Crash, algo que todavía causa resquemores. Y, cuando llegó a las salas, lo hizo acompañada por la ‘R’ de rigor.

Suposiciones aparte, una prueba de este doble rasero la aportó en 2006 Los censores de Hollywood, documental dirigido por Kirby Dick que cuestionaba los juicios de la MPAA. Una sección de este filme se dedicaba a comparar el veredicto de la entidad censora hacia películas que mostraban momentos de sexo gay o lésbico, y hacia otras en las que figuraban escenas muy similares, pero de contenido hetero. ¿La conclusión? Pues que las primeras (el dramón Boys Don’t Cry y la comedia But I’m A Cheerleader, entre otras) eran tratadas con mucha más severidad, mientras que momentos como la macoca de Kevin Spacey en American Beauty, o las intimidades de Jason Biggs con su American Pie, no recibían más que un metafórico y benevolente pescozón, que podía ser incluso rentabilizado por las productoras. A través de estos ejemplos, Los censores de Hollywood llegaba a una conclusión muy triste: a la MPAA (un organismo cuyas directrices son, en el mejor de los casos, muy poco claras) le preocupa mucho más el sexo que la violencia. Y, si dicho sexo tiene lugar entre personajes del mismo género, o entre personajes de sexualidad no normativa, entonces su hostilidad es absoluta.

Si hay censura, no hay producción

¿Hasta dónde importa todo esto? Pues importa mucho, en realidad: mientras los estudios al respecto nos recuerdan que la industria de Hollywood sigue siendo homofóbica, hay que recordar que las calificaciones de la MPAA suponen una losa para las producciones independientes (al poner serias trabas a su financiación,  distribución y promoción) y condicionan en buena medida las decisiones de los grandes estudios, siempre en busca de productos ‘para todos los públicos’ con los que maximizar sus beneficios. Y, si los productores saben que la entidad saca las uñas ante los trabajos de temática LGBT, resulta ‘normal’ que se lo piensen dos veces antes de darles luz verde. Volviendo al caso de Pride, los responsables del filme habían hecho de antemano varias concesiones orientadas al mercado de EE UU, como disimular todo lo posible la militancia de su coprotagonista Mark Ashton (un personaje real, interpretado por Ben Schnetzer en el filme) con el Partido Comunista Británico. Pero, por lo que se ve, eso no fue suficiente.

En todas las luchas sociales, la normalización de la diferencia es un avance: como señalaba Harvey Milk (no el de Sean Penn, sino el real), cada vez que una persona comprende que un compañero de trabajo, una vecina o un amigo puede ser gay, y que eso no importa en absoluto, los prejuicios sufren una derrota. Algo que se aplica también al cine: como todo arte, el celuloide es a la vez síntoma y motor de los cambios en la sociedad. Así las cosas, el empeño de la MPAA por desterrar de la pantalla a las sexualidades no hetero (o, al menos, de tratarlas con unos reparos limítrofes con el puro asco) resulta preocupante. Además de suponer un acicate para el penoso deber de la autocensura.

Una cita del director Darren Stein nos sirve como colofón, a la vez irónico y airado: cuando su filme G.B.F., una comedia protagonizada por adolescentes gays, recibió la calificación ‘R’, el cineasta se quejó de la decisión en su facebook, haciendo notar que la censura había marcado su trabajo con una ‘R’ alegando ‘referencias sexuales’, “pese a que éste no tiene una simple palabrota, ni un solo indicio de desnudez o de violencia”. Así las cosas, comentaba Stein, la MPAA podría pretextar motivaciones como ‘referencias homosexuales’ o ‘demasiados besos gays’. “Estoy deseando ver un mundo en el que los jóvenes gays puedan ver reflejados su humor y sus deseos en una comedia divertida, sin que ésta se vea marcada con una ‘R”, concluía el director de G.B.F. Y, cuando eso ocurra, muchas otras personas podrán hallar en el cine un lugar en el que reconocerse.
Via:cinemania

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