La tercera película de Federico Veiroj y el documental Truffaut/Hitchcock son nuestros motivos para seguir creyendo
¿De qué se habla hoy en San Sebastián? Del primo apóstata que todos hemos tenido alguna vez. Y si no primo, el primo de otro, el amigo del amigo de un amigo. Todo el mundo conoce a alguien que intentó apostatar y… no lo consiguió, que pidió el certificado de bautismo para que le borrasen de los libros y que, vuelva usted mañana, terminó apostatando de apostatar. Álvaro Ogalla podría ser ese primo. El otrora proyeccionista de la Academia de cine metido a actor (carambolas) también intentó renunciar a la fe de Cristo hace unos años. Tampoco lo consiguió, pero a Federico Veiroj, director de Acné y La vida útil, le pareció que allí había una película. Se sentaron a escribirla juntos, a crear un personaje que pudiese ser tu primo, ese que intentó apostatar pero que no ha sido capaz de terminar ninguna de las carreras que ha empezado, la oveja negra de la familia que come pipas en los parques, siempre atolondrado, camisa por fuera, soñando despierto, tan pícaro, inocente, de mirada perdida. Gonzalo Tamayo, el personaje que resultó de esta unión, es tan entrañable, divertido, tan hipnótico y misterioso que su apostasía enseguida es excusa argumental de algo más, sobre todo, de una película sencilla y radical, vayan abriendo hueco en la historia de nuestro cine. Y si puede ser, en el apartado de los primos que se pirran por sus primas, culpa que atraviesa el espinazo de nuestra tradición, desde Lorca –qué uso de la música el de Veiroj, imagínense a Hitchcock pinchando sintonías del NoDo mezcladas con Prokofiev y Morente– hasta, por supuesto, La prima Angélica. Una joya.
¿Qué hemos visto? Mi querida España, intento de retratar nuestro país en los últimos treinta años a través de las entrevistas de Jesús Quintero. En sintonía con las reflexiones de ayer, el documental funciona sobre todo como espejo cóncavo y convexo de la España más profunda de la historia reciente, echando mano de los personajes freaks del imaginario de Quintero, resultando algo más maniqueo cuando se concentra en nuestra deriva política. Anomalisa, relato de realismo sucio made in Carver, ha decidido crecer en mi cabeza. Charlie Kaufman nos presenta a un pobre hombre que quema todo lo que toca, lo convierte en algo gris, lo invalida. ¿Quién no ha conocido a alguien así? Todo está en su mente –como suele ocurrir con el guionista de Cómo ser John Malkovich y ¡Olvídate de mí!–, un lugar miserable, vacío, anodino –tampoco sorprende esto– del que sólo es posible escapar brevemente a través del enamoramiento. Y la preciosísima Hitchcock/Truffaut, documental de la relación que los cineastas plasmaron en el famoso libro del mismo título y de cómo este influyó a varias generaciones de directores. Olivier Assayas, Wes Anderson, Martin Scorsese o David Fincher repasan la filmografía del genio británico a través de las grabaciones de los ocho días de entrevistas que el director de Los 400 golpes le hizo a Hitchcock. Una película didáctica, disfrutable y sobre todo, un homenaje a esa religión que es el cine en la que aún no conocemos a ningún primo que haya querido apostatar.
¿Qué hemos comido? Comido no, engullido. Dos pintxos en el Txalupa y una croqueta de jamón. Menos mal que ayer en la fiesta de Mi gran noche había fuentes de pastelitos y recargamos pilas. Por cierto, ni resaca ni fiestón. Y que alguien le diga a los organizadores que no tiene sentido separar al equipo de la película (por muy Mario Casas y Blanca Suárez que sean) con un cordel ridículo. Allí estuvieron, en un espacio ínfimo, toda la troupe de Álex de la Iglesia pisándose los talones. Zona VIP, lo llaman. Corralito VIP, pensamos nosotros. Así no hay lugar para el desparrame.
¿Qué nos hemos perdido? Amama y Eva no duerme, intentaremos recuperarlas hoy. Y tiene toda la pinta de que Sokourov se impondrá a Desplechin esta tarde. Su última película, Trois souvenirs de ma jeunesse no nos llama tanto la atención como Francofonia, la compleja apuesta del ruso para retratar Europa contando cómo se salvaron las obras de arte del Louvre durante la Segunda Guerra Mundial.
Conchómetro. Truman sigue entre las favoritas. Con razón. Lo que no quita que desde aquí defendamos la “tapada” de esta edición, El apóstata. Buen cine nuestro, arriesgado y nuevo. El motivo de este año para seguir creyendo.
via;Cinemania
¿De qué se habla hoy en San Sebastián? Del primo apóstata que todos hemos tenido alguna vez. Y si no primo, el primo de otro, el amigo del amigo de un amigo. Todo el mundo conoce a alguien que intentó apostatar y… no lo consiguió, que pidió el certificado de bautismo para que le borrasen de los libros y que, vuelva usted mañana, terminó apostatando de apostatar. Álvaro Ogalla podría ser ese primo. El otrora proyeccionista de la Academia de cine metido a actor (carambolas) también intentó renunciar a la fe de Cristo hace unos años. Tampoco lo consiguió, pero a Federico Veiroj, director de Acné y La vida útil, le pareció que allí había una película. Se sentaron a escribirla juntos, a crear un personaje que pudiese ser tu primo, ese que intentó apostatar pero que no ha sido capaz de terminar ninguna de las carreras que ha empezado, la oveja negra de la familia que come pipas en los parques, siempre atolondrado, camisa por fuera, soñando despierto, tan pícaro, inocente, de mirada perdida. Gonzalo Tamayo, el personaje que resultó de esta unión, es tan entrañable, divertido, tan hipnótico y misterioso que su apostasía enseguida es excusa argumental de algo más, sobre todo, de una película sencilla y radical, vayan abriendo hueco en la historia de nuestro cine. Y si puede ser, en el apartado de los primos que se pirran por sus primas, culpa que atraviesa el espinazo de nuestra tradición, desde Lorca –qué uso de la música el de Veiroj, imagínense a Hitchcock pinchando sintonías del NoDo mezcladas con Prokofiev y Morente– hasta, por supuesto, La prima Angélica. Una joya.
¿Qué hemos visto? Mi querida España, intento de retratar nuestro país en los últimos treinta años a través de las entrevistas de Jesús Quintero. En sintonía con las reflexiones de ayer, el documental funciona sobre todo como espejo cóncavo y convexo de la España más profunda de la historia reciente, echando mano de los personajes freaks del imaginario de Quintero, resultando algo más maniqueo cuando se concentra en nuestra deriva política. Anomalisa, relato de realismo sucio made in Carver, ha decidido crecer en mi cabeza. Charlie Kaufman nos presenta a un pobre hombre que quema todo lo que toca, lo convierte en algo gris, lo invalida. ¿Quién no ha conocido a alguien así? Todo está en su mente –como suele ocurrir con el guionista de Cómo ser John Malkovich y ¡Olvídate de mí!–, un lugar miserable, vacío, anodino –tampoco sorprende esto– del que sólo es posible escapar brevemente a través del enamoramiento. Y la preciosísima Hitchcock/Truffaut, documental de la relación que los cineastas plasmaron en el famoso libro del mismo título y de cómo este influyó a varias generaciones de directores. Olivier Assayas, Wes Anderson, Martin Scorsese o David Fincher repasan la filmografía del genio británico a través de las grabaciones de los ocho días de entrevistas que el director de Los 400 golpes le hizo a Hitchcock. Una película didáctica, disfrutable y sobre todo, un homenaje a esa religión que es el cine en la que aún no conocemos a ningún primo que haya querido apostatar.
¿Qué hemos comido? Comido no, engullido. Dos pintxos en el Txalupa y una croqueta de jamón. Menos mal que ayer en la fiesta de Mi gran noche había fuentes de pastelitos y recargamos pilas. Por cierto, ni resaca ni fiestón. Y que alguien le diga a los organizadores que no tiene sentido separar al equipo de la película (por muy Mario Casas y Blanca Suárez que sean) con un cordel ridículo. Allí estuvieron, en un espacio ínfimo, toda la troupe de Álex de la Iglesia pisándose los talones. Zona VIP, lo llaman. Corralito VIP, pensamos nosotros. Así no hay lugar para el desparrame.
¿Qué nos hemos perdido? Amama y Eva no duerme, intentaremos recuperarlas hoy. Y tiene toda la pinta de que Sokourov se impondrá a Desplechin esta tarde. Su última película, Trois souvenirs de ma jeunesse no nos llama tanto la atención como Francofonia, la compleja apuesta del ruso para retratar Europa contando cómo se salvaron las obras de arte del Louvre durante la Segunda Guerra Mundial.
Conchómetro. Truman sigue entre las favoritas. Con razón. Lo que no quita que desde aquí defendamos la “tapada” de esta edición, El apóstata. Buen cine nuestro, arriesgado y nuevo. El motivo de este año para seguir creyendo.
via;Cinemania
Comentarios