Hemos dedicado las tres primeras semanas de este ciclo de animación a revisar de forma bastante general, todo sea dicho, lo que acaecía a ambos lados del Atlántico desde el nacimiento del género hasta los años 70, punto al que arribábamos la semana pasada con la terna de producciones dirigida por Ralph Bakshi. Y hora es ya pues de que nos mudemos desde occidente al lejano oriente y dediquemos nuestras miras a dar cuenta de aquello que fue sucediendo en el país del sol naciente y que llevó al nacimiento del anime, en el sentido contemporáneo del término, con 'Panda y la serpiente mágica' ('Hakuja den', Kazuhiko Okabe, Taiji Yabushita, 1958).
Hasta que ésta se estrene y se produzca la eclosión definitiva de la animación nipona, dos generaciones de animadores habrán dejado su impronta en una práctica profesional que arranca ya en la primera década del s.XX con pequeñas tentativas muy similares a las que pudimos ver en Estados Unidos que darán paso a experimentos de mayor duración antes de que la segunda oleada de artistas, aquella que llegará durante los años treinta, comience a utilizar técnicas occidentales para producir títulos que, debido a las formas de financiación de Japón, se volcarán normalmente a fines educacionales o propagandísticos conforme se acerque la Segunda Guerra Mundial.
El establecimiento de un gigante
De hecho, será en el último año de la contienda cuando vea la luz el que se considera el primer lagrometraje de dibujos animados de la historia de la animación japonesa: 'Momotarō: Umi no Shinpei' (Mitsuyo Seo, 1945) —'Los marineros sagrados de Momotaro'—, un claro panfleto militarista que, no obstante, será fundamental tanto en la influencia que ejercerá en nombres tan determinantes en el manga y el anime nipón como el de Osamu Tezuka, como en el posterior avance de la industria. Un avance que en las dos décadas siguientes dará pasos de gigantes con la fundación de Toei en 1948, la de Mushi Production —la compañía de Tezuka— en 1961 o la de Nippon Animation en 1968.
En ellas, el anime irá adquiriendo una importancia cada vez más acusada dentro del mercado cinematográfico japonés con títulos tan recordados como 'La princesa encantada' ('Taiyou no ouji Horusu no daibouken', Isao Takahata, 1968), hasta el momento crítico que supondrá el comienzo de la década de los setenta, cuando la pequeña pantalla y lo mucho que para ella se produce, coma a su hermana mayor una muy importante parte de un pastel que obligará a las compañías a unos recortes de personal sobre los que se fundamentarán, en última instancia, muchos de los movimientos que determinarán la historia del medio durante la citada década.
Entre ellos, no cabe duda, podríamos citar el que llevará a cabo Isao Takahata al arriesgarse a producir en 1974 los 52 legendarios capítulos de 'Heidi' ('Arupusu no Shōjo Haiji', 1974), una serie a la que las cadenas de televisión miraron con mucho recelo inicial y que, en su emisión y posterior éxito internacional, demostró que el mundo del anime comenzaba a trascender las fronteras de Japón, captando la atención de millones de espectadores europeos y sirviendo de caldo de cultivo para que Takahata diera apertura a más adaptaciones literarias como, por ejemplo, 'Ana de las tejas verdes'.
El nacimiento de una leyenda
Pero más allá del mito que se forjó alrededor de las aventuras y desventuras de la pequeña Adelaida —un mito que hoy, cuarenta años después, sigue tanto o más vigente que nunca—, si 'Heidi' resulta fundamental en la historia del noveno arte es porque fue gracias a su enorme éxito que uno de sus principales responsables pudo, primero, convertirse en productor junto a Takahata de ese 'World Masterpiece Theater' en el que vieron la luz las citadas adaptaciones literarias y, después, toda vez abandonó junto a su colega el techo de la Nippon Animation, comenzar a dar los pasos que lo terminaría convirtiendo en el más grande director de animación que ha conocido Japón.Hayao Miyazaki había dado sus pasos iniciales a principios de la década de los sesenta en la Toei, donde participó, entre otras producciones, en la citada 'La princesa encantada'. En el seno del gigante empresarial nipón conocería a Takahata, y ambos dejarían la compañía en 1971 para mudar su talento a Apro, donde Miyazaki entraría en contacto por primera vez con Lupin III, el ladrón desvergonzado que estaba destinado a convertirse junto con sus inseparables Daisuke y Goemon, ocho años más tarde, en el protagonista de su puesta de largo como realizador de largometrajes animados.
Pero hasta que dicho momento llamó a su puerta, el genio de Miyazaki se dejó sentir tanto en las series anteriomente nombradas como en otro de esos títulos que todo aficionado al anime debería haber visto alguna vez en su vida: 'Conan, el niño del futuro' ('Mirai Shōnen Konan', 1978), 26 episodios que el artista co-dirigió junto a Takahata y Keiji Hayakawa y que, emitidos en tiempos inmemoriales por TVE, prefiguran en muchos sentidos lo que le veremos a realizador toda vez de el salto a la gran pantalla y comience una trayectoria que le llevará al Olimpo de la animación...y el cine.
'El castillo de Cagliostro', aventura en estado puro
Cuenta la historia que en 1981, una delegación de animadores de TMS Entertainment, la empresa a la que Miyazaki se había trasladado en 1979, visitó los estudios de animación de Disney, lugar donde hicieron una breve presentación de 'El castillo de Cagliostro' ('Rupan Sansei: Kariosutoro no Shiro', Hayao Miyazaki, 1979). Entre los asistentes a dicha presentación estaba un joven animador llamado John Lasseter, un artista que quedó tan profundamente impresionado por lo que vio que, con el tiempo, se convertiría en el mayor valedor en Estados Unidos de la maestría del genio nipón.Vehículo que influenciará al cine animado y de aventuras en los años por venir —se dice, hay en ello más de rumor que de verdad, que la cinta jugó un papel nada desdeñable en el nacimiento de cierto héroe de látigo y Fedora—, los cien minutos de 'El castillo de Cagliostro' son un dechado de virtudes narrativas cinematográficas con soluciones espectaculares que, resueltas a toda máquina en los ¡¡¡cinco meses!!! que duró la producción del filme, ponen de relieve el ESPECTACULAR dominio sobre la profesión que ya gastaba Miyazaki en esta su puesta de largo en la gran pantalla.
Secuencias como la inicial, la persecución en coche o, por supuesto, el alucinante duelo final en la torre del reloj —una secuencia esta que marcará, entre otros, a los responsables de 'Basil, el ratón superdetective' ('The Great Mouse Detective',Ron Clements, Burny Mattinson, David Michener y John Musker, 1986) para el clímax en el Big Ben— son prueba más que suficiente de que lo que aquí podemos encontrar ya se movía en una liga completamente diferente a lo que la animación, fuera de la nacionalidad que fuera, venía ofreciendo a finales de los años setenta.
Pero, como digo, no es más que una mota de polvo en la inmaculada pátina que es una película que entretiene hasta decir basta; que cuenta con un protagonista principal de un carisma arrollador y con unos secundarios asombrosos —lo de Daisuke y el Conde es increíble—; y que se deja acompañar por una música variada y tremendamente efectiva, aunque no sea responsabilidad de Joe Hisaishi, el genio compositor que pondrá sonido a los filmes de Miyazaki a partir de a partir de la magistral ‘Nausicaä del valle del viento’ (‘Kaze no Tani no Naushika’, 1984). En resumen, que 'El castillo de Cagliostro', es un lugar de encuentro ineludible para todo aquél que se declare amante de la animación. Punto.
Via:Blog de cine
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