Con cuarenta años a sus espaldas, si tuviera que señalar a alguno de
los títulos que conforman la saga de Rocky Balboa como filmes de
visionado más que recomendable, este redactor sólo habría sacado a
colación dos de los seis filmes que hasta el momento han jalonado la
trayectoria cinematográfica del boxeador de Philadelphia inventado a
finales de los setenta por Sylvester Stallone —que, recordemos, fue nominado al Oscar al Mejor Guión Original. Esos dos serían la cinta original, una
película espléndida que equilibraba perfectamente la vertiente
dramática con la "deportiva" y que elevaba sobremanera el espíritu del
espectador y, por supuesto, 'Rocky Balboa' (id, Sylvester Stallone, 2006).
Éste último, servía de perfecto cierre de una franquicia que en su anterior entrega había tocado fondo y que, a mi entender, no podía ofrecer ninguna novedad más, ya por el abuso que de ella se había hecho durante los ochenta, ya por los sesenta años que su protagonista contaba en el año de estreno del filme. Debido a ambos motivos, no recibí con mucho entusiasmo el anuncio de la cinta que hoy ocupa nuestro tiempo, una producción que parecía dispuesta a perpetuar a toda costa el legado de Balboa aunque para ello tuviera que echar mano del hijo de Apollo Creed. Sorprendentemente, el resultado ha sido muchísimo mejor de lo que esperaba.
Contando con Stallone de nuevo en la piel de un septuagenario Rocky
Balboa que tiene la oportunidad de volver al deporte del que fuera rey
de mano de Adonis Creed, el hijo ilegítimo del Apollo Creed que moría al
comienzo de 'Rocky IV' (id, Sylvester Stallone, 1985), la primera duda que postulaba 'Creed. La leyenda de Rocky' ('Creed', Ryan Coogler, 2015) era si Michael B. Jordan iba a estar a la altura de las circunstancias y lograría recoger con autoridad el testigo
de un personaje que es uno de los iconos más reconocibles del cine de
los últimos cuarenta años. Arropada de nuevo en la sorpresa, hay que
aplaudir la convicción con la que el actor de color ha llevado a cabo su
trabajo.
Con una presencia física imponente —resulta impresionante la musculatura que luce si, encima, se le puede comparar con el púgil con el que se enfrenta en el combate final— Jordan se aleja de la imagen de paleto con sed de gloria que encarnaba Stallone en la primera entrega de la saga para, transmitiendo esa misma necesidad de calzarse los guantes y darlo todo en el ring, hacerlo desde un personaje que ha recibido una buena educación, que tiene un puesto de trabajo de buen estatus social y que lo deja todo por la poderosa llamada de la sangre.
Además de por lo correcto de su interpretación, la labor de Jordan destaca por la estupenda sinergia que tanto él como un espléndido Stallone logran crear entre un alumno y un maestro unidos por algo más que la mera pasión por una disciplina deportiva, algo que se deja ver a lo largo del filme en no pocos momentos, y que queda reforzado por las palabras que el personaje dedica al veterano boxeador en la calma que sigue a esa tempestad de energía que son los veinte minutos en los que se prolonga el último de los tres combates en los que vemos participar a Adonis Creed.
De hecho, habría que matizar que si bien el duelo de guantes que
cierra la cinta es magnífico, no le llega a la altura del betún al que
tenemos ocasión de contemplar en el ecuador del filme, un enérgico
derroche de talento por parte de Ryan Coogler que, filmado en plano secuencia, se
cuela fácilmente entre los tres mejores combates a los que los
seguidores de la saga hemos tenido la oportunidad de asomarnos durante
las últimas cuatro décadas. Tanto es así que, como digo, aún
considerando la fortaleza del cruce de golpes que supone el clímax de la
acción, cabe preguntarse por qué no apostaron por soluciones de mayor
empaque para culminar el metraje.
Un metraje que, bajo las premisas de ese "nuevo" concepto cinematográfico que es el soft-reboot, echa mano de un esquema que sigue casi punto por punto el de la cinta original hasta extremos que podrían suscitar el cuestionar lo necesario o no de un filme que, si nada lo impide —y nada debería hacerlo dado el taquillaje que lleva acumulado hasta la fecha—, será el primer escalón de, mínimo, una trilogía que siga el ascenso a la gloria de la lona de un personaje que, tras lo visto aquí, y al menos a servidor, le ha vuelto a abrir el apetito por este rincón del séptimo arte.
A ello ayudan dos horas que, con algún bajón de ritmo e interés en el segundo acto —la trama romántica ni está tan bien traída como la de Rocky y Adrian ni tiene tanto peso como el de aquella— se pasan como un suspiro; que cuentan con una banda sonora de Ludwig Goransson que mezcla nuevas sonoridades y un motivo muy reconocible y potente para Creed con las legendarias notas de Bill Conti y que, como siempre pasa en este tipo de cine, emocionan lo suficiente para salir del cine queriendo volver a entrar. Y eso, queridos lectores, no pasa con muchas producciones últimamente.
Via:blog de cine
Éste último, servía de perfecto cierre de una franquicia que en su anterior entrega había tocado fondo y que, a mi entender, no podía ofrecer ninguna novedad más, ya por el abuso que de ella se había hecho durante los ochenta, ya por los sesenta años que su protagonista contaba en el año de estreno del filme. Debido a ambos motivos, no recibí con mucho entusiasmo el anuncio de la cinta que hoy ocupa nuestro tiempo, una producción que parecía dispuesta a perpetuar a toda costa el legado de Balboa aunque para ello tuviera que echar mano del hijo de Apollo Creed. Sorprendentemente, el resultado ha sido muchísimo mejor de lo que esperaba.
Recoger el testigo
Con una presencia física imponente —resulta impresionante la musculatura que luce si, encima, se le puede comparar con el púgil con el que se enfrenta en el combate final— Jordan se aleja de la imagen de paleto con sed de gloria que encarnaba Stallone en la primera entrega de la saga para, transmitiendo esa misma necesidad de calzarse los guantes y darlo todo en el ring, hacerlo desde un personaje que ha recibido una buena educación, que tiene un puesto de trabajo de buen estatus social y que lo deja todo por la poderosa llamada de la sangre.
Además de por lo correcto de su interpretación, la labor de Jordan destaca por la estupenda sinergia que tanto él como un espléndido Stallone logran crear entre un alumno y un maestro unidos por algo más que la mera pasión por una disciplina deportiva, algo que se deja ver a lo largo del filme en no pocos momentos, y que queda reforzado por las palabras que el personaje dedica al veterano boxeador en la calma que sigue a esa tempestad de energía que son los veinte minutos en los que se prolonga el último de los tres combates en los que vemos participar a Adonis Creed.
'Creed. La leyenda de Rocky', espléndido reinicio
Un metraje que, bajo las premisas de ese "nuevo" concepto cinematográfico que es el soft-reboot, echa mano de un esquema que sigue casi punto por punto el de la cinta original hasta extremos que podrían suscitar el cuestionar lo necesario o no de un filme que, si nada lo impide —y nada debería hacerlo dado el taquillaje que lleva acumulado hasta la fecha—, será el primer escalón de, mínimo, una trilogía que siga el ascenso a la gloria de la lona de un personaje que, tras lo visto aquí, y al menos a servidor, le ha vuelto a abrir el apetito por este rincón del séptimo arte.
A ello ayudan dos horas que, con algún bajón de ritmo e interés en el segundo acto —la trama romántica ni está tan bien traída como la de Rocky y Adrian ni tiene tanto peso como el de aquella— se pasan como un suspiro; que cuentan con una banda sonora de Ludwig Goransson que mezcla nuevas sonoridades y un motivo muy reconocible y potente para Creed con las legendarias notas de Bill Conti y que, como siempre pasa en este tipo de cine, emocionan lo suficiente para salir del cine queriendo volver a entrar. Y eso, queridos lectores, no pasa con muchas producciones últimamente.
Via:blog de cine
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