Basta con leer el título de este artículo para saber que con él
estamos vendiendo una mentira. No creas jamás a nadie que diga que ha
sabido elegir los 33 mejores planos de entre X años porque el cine es un
universo inabarcable y la memoria un pozo de engaños y raptos. Así que
sí, lo que hay a continuación es una selección personal,
pero al menos garantizamos que los planos escogidos se cuentan entre
los momentos más audaces de un puñado de películas de los últimos tres
lustros. Las hay importantes en la historia fílmica, las hay peculiares y
otras algo más desconocidas, pero elijas la que elijas, encontrarás en
ella al menos un poquito de arte detrás.
Ese ha sido nuestro criterio, planos que nos gritaban información. Como sabrás, hay otras listas en las que se escogen los planos más bonitos, pero como eso lo puedes encontrar extensamente en la red, aquí no haremos exactamente eso (aunque eh, la mayoría son fotogramas realmente hermosos, todo sea dicho), sino encumbrar esas otras imágenes que demuestran un gran poder ilustrativo. Lo siguiente, eres tú. No nos digas qué plano desecharías, sino cuál te falta. Cuál es el tuyo y, según tu criterio, meterías en una lista de este estilo. Allá vamos.
La película de amor de este siglo… aunque se estrenara en el año
2000. Nadie ha sabido en este tiempo representar de una forma tan
estilada y noir el romance derrotista y melancólico que golpea en cada
plano a sus protagonistas. Aunque sonrían, aunque sólo hayan bajado a
por comida, siempre se están mirando el uno al otro, pero en el
recuerdo, en la distancia. Un título falso y un plano, este paneo que
hemos fusionado en una imagen, que lo resume todo: dos almas en busca de
la emoción a dos no resuelta. Gracias, Wong Kar-wai.
La persistencia de la memoria, la imposibilidad de escapar de uno
mismo, de nuestros terrores, de nuestras culpas. Eso es lo que
finalmente percibe Betty/Diane Selwyn mientras tiembla,
incontroladamente, en las butacas del Club Silencio. El sueño se
transforma en pesadilla en Mulholland Dr. No hay banda, no hay orquesta.
Todo es una ilusión a punto de llegar a su fin. David Lynch a los mandos.
El punto de arranque de los 2000 será para algunos el alzamiento de
Radiohead o Destiny's Child, pero para los cinéfilos será el paseo de Shu Qi al arranque de Millennium Mambo. Una de las joyas del taiwanés Hou-Hsiao Hsien,
cuyo momento más vigorizante es esta joven danzando, adentrándose
despreocupada en un túnel fluorescente. La viva imagen del período en el
que se representa.
¿Dónde empieza y dónde termina el plano en una película que es un
plano secuencia? Por esa opción narrativa es por la que optó el
intelectual Alexander Sokurov para adentrarse en el
majestuoso Palacio de Invierno de San Petesburgo, donde se esconden
barracones de arte e historia rusa, esa identidad que parece conllevar
siempre una relación de amor/odio para los que la poseen. Aquí el
Marqués de Coustine entra a una de las salas ocultas. “Sólo veo los
marcos, no están los lienzos”, dice como guiñando a esa cuarta pared que
trasluce a cada paso que da este fastuoso dispositivo con más de 2000
actores y 300 años de historia. Para hablar de la madre hay que pensar a
lo grande.
Todo ha llegado a su fin. El aislamiento, la incomunicación. También
la muda complicidad que habías creado con la única persona que aquí, en
mitad de Tokio, podía entenderte. En este gesto final vemos la explosión
de la catarsis que el sutil ejercicio romántico de Sofia Coppola
nos había reservado... y ni por esas se nos va a revelar qué es lo que
todo esto ha significado para ellos. Pero estamos de acuerdo con la
cineasta: hay cosas que es mejor dejar sin traducir.
Esta película de Gus Van Sant logró ponernos, al
tiempo, en el punto de vista de los agresores y de las víctimas gestados
en esa violencia que rodea a los adolescentes estadounidenses dentro de
su peculiares microuniversos, llenos de símbolos y rituales a obedecer.
Este plano es el punto de unión de dos de las tomas que se enfrentarán
para sincopar los puntos de vista de la película, haciéndonos ver cómo
todo lo que nos había contado hasta ahora es sólo una parte de la
historia. Que siempre hay que contar con los otros testimonios. Que no
para todos las cosas se ven de la misma forma.
No es la mejor película del Studio Ghibli, pero sí la más reconocible de Hayao Miyazaki
de este siglo. Aquí, Chihiro mirando por primera vez el Castillo al que
se adentrará. Este es el momento en el que la magia comienza a hacer
efecto. Cuando deje de contemplar el edificio, se dé la vuelta y vuelva a
buscar a sus padres, se dará cuenta de que ellos se han convertido en
cerdos. De que por adentrarse donde no debían ahora no hay vuelta atrás.
El viaje ha comenzado.
Hay muchos momentos de la vida real, ciertos asuntos, en los que no
sabemos identificar el punto exacto en el que supimos que todo se iba a
la mierda. No es el caso de esta peli de Zack Snyder,
en la que tenemos este paneo que logra que la protagonista (y los
espectadores) asimile que la vida suburbial americana ha caído presa de
un virus en busca de la violencia y la anarquía. Todas las medidas de
control y seguridad que adaptes ahora serán pocas. Ya es demasiado
tarde.
Una escena que en apariencia podría parecer cálida, a no ser que
hayas llegado al momento en que se presenta en esta película de Hirozaku Kore-eda, uno más de los discípulos de Ozu.
Aquí, reunidos en la oscuridad del hogar japonés, en su postal
prototípica, vemos que no hay otro culpable que el conjunto de la
sociedad misma.
Una terrible sequía ha llegado al país y tan sólo unos pocos
privilegiados atesoran el escaso agua restante. Si el sexo es una
cuestión de poder, entenderemos que nada más afrodisíaco, en una
situación como ésta, que palpar con los dedos y la lengua algún retazo
de humedad. Y sí, la fruta actúa como reclamo erótico en este
Cunnilingus Cucurbitaceae retratado en plano fijo. Imposible apartar la
mirada de cómo Tsai Ming-Liang recrea el pecado original en las sedientas calles de Taipei.
Un soldado y un campesino se aman en el difícil ambiente homófobo de
la Tailandia contemporánea. Una premisa así, que hubiera servido de
centro temático para cualquier otro director, no es más que el punto de
partida de un discurso mucho más profundo para Apichatpong Weerasethakul,
autor capaz de manipular los ejes cinematográficos (el tiempo, el
espacio) a placer. Las dificultades de estos jóvenes van más allá de la
brutalidad de las bestias, que sólo vemos en un pequeño momento del
metraje. No, este noviazgo también alude a algo más profundo y
misterioso: la relación entre el hombre y la naturaleza, entre el
artificio y lo espiritual. Y en esta imagen chocan, demostrando tanto
amor como miedo y discordia.
Alfonso Cuarón firmó una de las historias distópicas
más escalofriantes de estos últimos años. No por lo salvaje de sus
imágenes, sino por la cercanía de lo que vemos. Si el día de mañana nos
dicen que viviremos en un mundo tecnológicamente más desarrollado que el
de hoy pero en el que sigamos teniendo coches diesel, estado policial,
infertilidad generalizada y crisis humanitaria, nos lo creeremos. En
este plano, la soberbia de los hombres, de los ricos, mejor dicho. No
importa que puedan darse el placer de comer delante del Guernica de
Picasso, sus vistas seguirán siendo un mundo en ruinas.
Si el cine de David Lynch es una progresión hacia un
mundo donde las imágenes se han independizado de su contexto y tienen
relevancia por sí mismas, en Inland Empire, su último largometraje hasta
el momento, es donde dicha emancipación se hace más patente. Los planos
de los rostros de sus protagonistas, engullidas por un torbellino de
identidades mezcladas, muestran, sin más apoyo que su propia
composición, el conflicto interno que las atormenta. La actriz devorada
por el personaje, la mujer canibalizada por la representación.
Fue la última película de un director, Satoshi Kon,
en constante experimentación con el medio en el que trabajaba: el cine
de animación. En esta ocasión se adentraba en el mundo de los sueños de
la mano de un agente doble (y de doble personalidad) que podía traspasar
sus fronteras a su antojo. De entre esos pliegues simbólico/espaciales,
los visuales, como el que vemos en este plano, uno más de una
introducción que sólo te dejará con la boca abierta.
Si no conoces el cine de Roy Andersson, es mejor que
sepas que su comedia es lo más depresivo que puedas ver jamás. Por
mucho que tipos como Louie o Daniel Clowes lo intenten, el humorista de
alma más destrozada es sin duda la suya. Eso sí, cualquiera de los
tableaux vivants de sus películas son intercambiables con el plano que
hemos dejado aquí (bueno, normal, es cine de sketches). Un cuidado
estilístico tan preciso como el de Wes Anderson, aunque en las antípodas
en cuanto a pretensiones. Europa no es ese bastión de la cultura en el
que nosotros creemos vivir, sino un cuerpo enfermo y flácido que se
pudre.
Impacta mucho más lo que vemos justo antes de que se produzca este
encuadre de los rostros de las protagonistas, pero es la reacción de
ellas lo que aquí importa. Hasta este momento, hemos transitado en el
largometraje de Cristian Mungiu por un paisaje típico
del cine contemporáneo rumano: una sucesión de pequeños gestos envueltos
en la conformidad del realismo que proyectan una imagen simbólica de la
penuria de la cotidianidad en un país que no quiere explicitar sus
penas. Siempre conteniendo la explosión del trauma, como vemos que hacen
estas chicas ahí mismo.
Gaspard Noé, como Haneke o Lars von Trier, son
nombres de un cine que conlleva tantos problemas morales en el
espectador como ganas de epatar desde su propuesta. Enter the Void no
iba a ser menos. Una bomba freudiana e hiperviolenta rodeada, eso sí,
desde una premisa de lo más interesante: el espectador es un fantasma,
un muerto volante que vaga visitando asuntos pendientes que, ahora sí,
puede ver sin que nadie se lo reproche. Voyeurismo extremo.
Una de las obras que mejor desarrollan las posibilidades de la teoría
conductual del aprendizaje y de la lingüística. Por eso mismo, por
saber que se trata de unas criaturas educadas bajo unas normas que nos
son ajenas, la obra de Yorgos Lanthimos es refrescante e
imprevisible. Aquí, una de las hijas jugando con un avión, con uno que
es al tiempo de juguete y de verdad, tal y como le ha explicado su
padre. Descansando en paz en su burbuja de realidad.
¿Es esta la película más existencialista de los hermanos Coen?
Seguro es la más judía. Por algún motivo que se nos escapa, en esta
escena final vemos cómo es muy posible que el hijo del protagonista, un
hombre serio y acuciado por la necesidad de conocer el sentido de la
vida, haya vivido esa epifanía de conocimiento que a su padre le ha sido
negada. O espera, ¿Tal vez somos nosotros dándole más importancia a lo
que vemos? En cualquier caso, un tornado que es una broma contenida.
Cine de cuerpos en busca de la perfección, de espejismos y de rivalidad con el mundo externo y el interno. Darren Aronofsky hace que Natalie Portman
quiebre psicológicamente para reconocer por fin al Cisne Negro en el
espejo. Es decir, al auténtico, uno que aún no tenemos claro si es la
copia, el original, una sombra o un anhelo pero que en cualquier caso le
ha llevado ya, justo ahí, a abrazar el abismo. Y el corazón Argento.
De los tres movimientos que componen Film Socialisme, es al final del
primero de ellos, ese viaje de resonancias homéricas por la Europa del
Siglo XXI, donde la estética recurrente del último Jean-Luc Godard
aparece con más nitidez. Los colores saturados, el estudio sobre las
geometrías, los objetos dotados de su luz interior… ¿es el punto sin
retorno en el camino del cineasta europeo más influyente de los últimos
60 años? Ojalá todo el tiempo para saberlo.
No son muchas las películas que ejerciten el vaciado narrativo y que acaben en nuestras salas, pero ahí estaba Terrence Malick
para intentarlo. En su poema visual cabe de todo, volcanes,
dinosaurios, cristianismos y paternidad. El pie de un bebé entre las
manos de su madre o un himno a la vida y no hay más vuelta de hoja,
aunque las capas de intensidad de su mensaje dependan del grado de
hechizo que esta galería de imágenes y sonidos logre con cada
espectador.
No nos queda otra, ser seres humanos y héroes verdaderos. Aunque aquí ya empezábamos a sospechar que lo de Nicolas Winding Refn
se tratan más de ejercicios de estilo que condensan referencias pasadas
que de una historia que justifique su derroche visual. Pero a quién le
importa. Donde más alto ha volado Refn es, sin duda en Drive. Y sus
neones. Y su banda de sonido. Y su acción de los 80 mitificada. Un guión
técnico que grita a los cuatro costados déjame guapa para la foto. Mira
qué hercúleo está ahí Gosling.
Padre e hija pasan los días comiendo patatas hervidas, a veces con el
lujo de una pizca de sal, bajo un silencio denso y abrumador,
repitiendo una rutina que no tiene fin. La austeridad va por dentro,
pero Béla Tarr hace de ella un espectáculo, como así
indica su poderosa fotografía de blanco y negro de grano pesado. Todo,
para elevar, hasta las últimas consecuencias, cada gesto de vida hasta
que llegue el fin del mundo.
Bertrand Bonello se adentra en el mundo de las
prostitutas. No en el de unas cualquiera, sino en el de las
privilegiadas mujeres que podían vender sus servicios en una Maison
Close, burdeles de principios del XIX para los acaudalados franceses que
atendían no sólo los placeres más extraños, sino un trato con el
cliente más exquisito. Nada de esto quita que se trate de un trabajo, de
una explotación, en este caso de la típicamente femenina, a la que aquí
es imposible retratar sin participar de ese juego de abuso del que los
mirones tampoco podemos huir. Cada plano de esta melancólica película
(el director se lamenta del fracaso de este lujoso modelo laboral, pues
hoy en día este gremio lo tiene más difícil) es conflictivo. Ella no
mira a cámara, pero ese hombre-eco que vemos en los espejos también
somos nosotros.
De acuerdo, aquí podríamos haber metido al Nolan de Origen, al Snyder
de… cualquier película de Snyder, e incluso El Señor de los Anillos,
que los ejemplos sobran. El cine de golpes de efecto visuales (aunque
vacuos) es, queramos o no, uno de los estandartes del cine digital.
Elegimos para representarlos La vida de Pi de Ang Lee, que como vemos en esta imagen, bebió a su vez mucho de The Fall de Tarsem Singh.
The Master no es la película más satisfactoria de Paul Thomas Anderson,
es la más sofisticada, la que llega más lejos a la hora de plasmar un
discurso en imágenes por mucho que prescinda de aperturas en plano
secuencia. Este de aquí arriba es Freddie, un cuerpo consumido por el
estrés postraumático de la IIGM. Pero eso no lo sabemos todavía, aquí
sólo parece ser uno más de entre los jóvenes marineros que se han
llevado el premio de volver a casa. ¿Es ese un momento de gloria al sol o
un alma que juguetea con la idea de la autodestrucción?
A primera vista los dibujos de Don Hertzfeldt son
los propios de un niño de preescolar, y aun así, las historias que
cuenta y cómo las expresa llevan más enjundia de la que podríamos
inferirle si nos quedamos en la superficie. Hertzfeldt es capaz de
trasmitir un estado anímico con el que muchos espectadores, esos que
todavía conserven dentro de sí algo del angst adolescente, se sentirán
plenamente identificados. Ese de ahí es Bill en los últimos minutos de
su existencia, observando la irremediable caída. El trazo de su boca es
una línea irregular cualquiera, y sin embargo sabemos perfectamente cuál
es su traducción emocional. Sí que unos monigotes sean capaces de
conmoverte más que las películas que ves normalmente en cartelera no es
talento, nada lo es.
La niebla, el bosque, el misterio. Quizás haya pocos ejemplos mejores
de cómo un plano puede describir, contener, ser microcosmos, ya no de
una película, sino de un movimiento cinematográfico. Los árboles de Lois Patiño
ejemplifican la persistente relación del Novo Cinema Galego con la
tierra que le dio origen, la búsqueda de las raíces, físicas y
estéticas, de un pueblo en constante peregrinación.
A Pedro Costa le llaman maestro de las sombras y
aquí, en el purgatorio de la memoria histórica lisboeta, las abraza como
nunca antes. Carne viva o espíritus de la oprimida sociedad
post-colonial se manifiestan en una obra que quiere rendir cuentas con
el pasado y mirar, también, hacia adelante. Con pena y alegría. Con
dignidad. Una mujer se adentra en este edificio para recordar a su
fallecido esposo, aunque su protagonista afirma que se encuentra con él
en el hospital. Tienen la misma enfermedad, un temblor nervioso.
Lo de Mommy es un truco visual tan sencillo que lo que hay que
preguntarse es por qué no lo había aplicado antes nadie a su narrativa.
No comentaremos en qué consiste para no arruinarle el visionado a
quienes no hayan visto este melodrama de Xavier Dolan, sólo dejaremos caer la banda de sonido que oímos al ver este plano: Wonderwall de Oasis.
Si vamos a hacer un documental sobre la National Gallery hay que
preguntárselo: ¿cómo enmarcar un cuadro? ¿Es lo ideal un plano detalle?
¿Un plano general? ¿Cómo hemos cambiado el significado de una obra si la
manipulamos jugando con el punto de vista o la introducción o no de la
voz de uno de los guías del museo? ¿Y si mientras lo filmamos pasa una
persona por delante? La NG, dicen, no se encuentra en uno de sus
momentos más esplendorosos. No parece tampoco casualidad que Frederick Wiseman
introduzca en el montaje final ese comentario de una experta que
defiende la necesidad de tener en cuenta la mirada y la opinión del
público para el futuro de estos espacios de arte.
Y vuelve Apichatpong Weerasethakul a nuestra lista con su última película, una realidad en la que la población se ve empujada por fuerzas sobrenaturales a quedarse dormida. Aquí la fusión entre dos planos. Por un lado, soldados comatosos enganchados a unas máquinas luminosas que les ayudan a conciliar un mejor sueño. En el otro, el pueblo despierto utilizando las escaleras de un centro comercial, abajo las tiendas y arriba los cines. El esquema de un circuito cerrado.
Via:magnet
Ese ha sido nuestro criterio, planos que nos gritaban información. Como sabrás, hay otras listas en las que se escogen los planos más bonitos, pero como eso lo puedes encontrar extensamente en la red, aquí no haremos exactamente eso (aunque eh, la mayoría son fotogramas realmente hermosos, todo sea dicho), sino encumbrar esas otras imágenes que demuestran un gran poder ilustrativo. Lo siguiente, eres tú. No nos digas qué plano desecharías, sino cuál te falta. Cuál es el tuyo y, según tu criterio, meterías en una lista de este estilo. Allá vamos.
Deseando Amar, 2000
Mulholland Drive, 2001
Millennium Mambo, 2001
El arca rusa, 2002
Lost in Translation, 2003
Elephant, 2003
El Viaje de Chihiro, 2003
Amanecer de los muertos, 2004
Nadie Sabe, 2004
El sabor de la Sandía, 2005
Tropical Malady, 2005
Hijos de los Hombres, 2006
Inland Empire, 2006
Paprika, 2006
La comedia de la vida, 2007
4 meses 3 semanas 2 días, 2008
Enter the Void, 2009
Canino, 2009
Un tipo serio, 2009
Cisne Negro, 2010
Film Socialisme, 2010
El Árbol de la Vida, 2011
Drive, 2011
El caballo de Turín, 2011
Casa de la Tolerancia, 2011
La Vida de Pi, 2012
The Master, 2012
It’s Such a Beautiful Day, 2012
Costa da Morte, 2013
Cavalo Dinheiro, 2014
Mommy, 2014
National Gallery, 2014
Cemetery of Splendour, 2015
Y vuelve Apichatpong Weerasethakul a nuestra lista con su última película, una realidad en la que la población se ve empujada por fuerzas sobrenaturales a quedarse dormida. Aquí la fusión entre dos planos. Por un lado, soldados comatosos enganchados a unas máquinas luminosas que les ayudan a conciliar un mejor sueño. En el otro, el pueblo despierto utilizando las escaleras de un centro comercial, abajo las tiendas y arriba los cines. El esquema de un circuito cerrado.
Via:magnet
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