'Todos queremos algo', cunnilingüista

En un momento dado de ‘Todos queremos algo’ (‘Everybody Wants Some!!’, Richard Linklater, 2016) el personaje al que da vida un pletórico Glen Powell responde a una chica a la que intenta seducir que él está estudiando para ser cunnilingüista. Maravilloso juego de palabras que no está dicho por hacer una gracia sin más. En la secuencia sí, pero semeja además un juego de metacine con la propia mirada de Richard Linklater en sus dos últimas películas, ‘Boyhood’ (íd., 2014) y la presente, que parece una continuación de aquélla.
Encontrar el punto, reconocernos en sus historias, en sus personajes, y encerrar el instante justo entre memoria y nostalgia en una determinada secuencia, en varias. Un cine que fluye continuamente y que ha convertido a Linklater en el más interesante director estadounidense cuando se trata de experiencias vitales. La película es una especie de secuela espiritual de ‘Movida del 76’ (‘ Dazed and Confused’, 1993) y ‘Boyhood’.
Lo cierto es que ‘Todos queremos algo’ —una traducción del título original no exactamente bien hecha— parece que empieza donde el film, que tardó doce años en filmarse, concluye, con su protagonista a punto de irse a la universidad. Aunque en aquella había un protagonista central, aquí también —Jake, con el rostro de Blake Jenner— pero la presente tira más hacia film coral, demostrando Linklater su gran capacidad para dirigir a actores. Todos están fantásticos.
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La cámara que capta el momento

No sólo eso, el director es capaz de introducir a varios personajes en el mismo plano, hablando todos al mismo tiempo, moviéndose dentro del encuadre, para todos lados, conservando una envidiable unidad, una gran naturalidad y que se entienda absolutamente todo. Además, Linklater logra que su cámara sea invisible, pero que capte a la perfección el instante, el momento. Pocas veces en el cine actual el formato 1:85 ha tenido tanto sentido. La cámara como ojo.
Jake es el novato, al lado de otros, en un equipo universitario de béisbol —símbolo de identidad de un país, con el que el film rememora experiencias personales del director— en los días previos al comienzo del año universitario. Al lado de sus nuevos compañeros compartirá todo tipo de experiencias, desde las más triviales —drogas, alcohol, fiestas— hasta las más profundas —el amor—. La vida y el mundo fluyendo alrededor de él, con la cámara de Linklater como testigo de los hechos.
El mundo representado a través de los diferentes grupos de universidad, con los que los protagonistas se mezclan, con la simple intención de tener sexo. La adaptación al más puro estilo del carismático Finnegan (Powell); en cierto modo la indefinición de la identidad. Y una cámara que parece no estar presente, pero colocada siempre a la altura adecuada, moviéndose entre personajes, todos diferentes, como reflejo de la diversidad.
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La nostalgia

‘Todos queremos algo’ atrapa la nostalgia, evocando esa época que recoge el final de los setenta y el inicio de los ochenta. Las prácticamente obligadas, y coherentes, referencias cinéfilas son de lo más sutil. Quim Casas, en su crítica del texto, advierte de forma muy acertada el parecido del protagonista con el Matt Dillon de ‘Rebeldes’ (‘Outsiders’, Francis Ford Coppola, 1983), o el de Wyatt Russell —que da vida a un treintañero que fuma marihuana y miente sobre su edad para vivir en la universidad— con el Jeff Bridges de ‘La última película’ (‘The Last Picture Show’, Peter Bogdanovich, 1971). Curiosamente dos films muy nostálgicos.
Por mi parte añado un par, también percepciones muy personales. ‘Desmadre a la americana’ (‘Animal House’, John Landis, 1978) por el desmadre de las fiestas; y el parecido del personaje que interpreta Juston Street con los hermanos gemelos de ‘El castañazo’ (‘Slap Shot’, George Roy Hill, 1977). Referencias personales que se despiertan en mi nostalgia, la que Linkalter provoca además con una muy acertada selección musical.
En su retrato de la jungla universitaria, Linklater habla sin ningún tipo de juicio de lo que podríamos llamar diversidad social. Desde punks hasta bares country, todos celebrando la vida justo antes de comenzar con la rutina del curso universitario. Linklater se apunta un tanto a la hora de describir a los artistas —gremio donde Jake encontrará el amor— como los más desfasados, extravagantes y raros seres humanos que uno pueda encontrarse. ¿Ofensa? Jamás. Un cumplido.
Los límites son los que uno mismo se pone, reza el film en su desenlace. Maravillosa forma de cerrar el film, cuando dos de los protagonistas se ponen a dormir en clase, abriendo un muy interesante debate: en un aula no te enseñan a vivir. Linklater podría repetir sin ningún problema el ejercicio de su sobrevalorada trilogía sobre el amor, pero al revés, filmando otro film que nos muestre los años universitarios de varios personajes diez o quince años antes. Hablaríamos así de una trilogía hacia atrás en el tiempo, y atemporal en experiencias vitales…
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