Disney lleva ya un tiempo potenciando las
adaptaciones en imagen real de algunos de sus clásicos animados más
queridos. El año pasado fue el turno de la muy disfrutable ‘Cenicienta’ (‘Cinderella’) y durante este 2016 ya habíamos podido ver la notable ‘El libro de la selva’ (‘The Jungle Book’) y la horrible secuela de ‘Alicia en el país de las maravillas’ (‘Alice in Wonderland’), pero aún faltaba ‘Peter y el dragón’ (‘Pete´s Dragon’), la que más dudas suscitaba a priori.
Nueva versión de la irregular ‘Pedro y el dragón Elliot’ (‘Pete’s Dragon’), la cinta que nos ocupa no ha gozado del éxito comercial esperado por Disney. El motivo quizá sean sus reducidas aspiraciones y que estamos ante un relato mágico que apela a la inocencia de nuestro niño interior, algo que hace muy bien salvo que saquemos a relucir nuestro lado más cínico, ya que resulta muy sencillo atacar su deliberada y efectiva sencillez.
Resulta evidente que nuestros gustos van evolucionando a medida que
crecemos y seguro que casi todos hemos pasado por fases en las que hemos
despreciado cosas que nos encantaban de pequeños, probablemente
motivados por haber descubierto otras que nos han fascinado. Eso sí,
tampoco es raro que más tarde redescubramos lo que nos había encantado
por primera vez. No dejan de ser fases más o menos inevitables.
Siendo justos, es imposible que todo o incluso simplemente la mayoría de cosas que adorábamos de chavales se sostenga con una mirada más crítica, lo cual nos lleva a grandes decepciones con ciertos revisionados, no siempre justas, pues a veces le pedimos algo que simplemente nunca estuvo allí. Esa es la gran barrera que ha de derribar ‘Peter y el dragón’, ya que sus responsables saben muy bien qué quieren darnos y cómo hacerlo, pero puede que no coincida con lo que nosotros deseamos.
Reduciéndolo todo a su esencia, ‘Peter y el dragón’ es una de esas historias inocentes en la que lo que hay no son realmente personajes, siendo elementos para construir una aventura más emocional que cualquier otra cosa que sabemos exactamente a dónde nos va a llevar en todo momento. No deja de ser uno de esos cuentos que nos podían contar de pequeños y que nos reconfortaba escuchar una y otra vez por la calidez que desprendía, en parte por él mismo, pero también por la situación que llevaba asociada.
Uno de los grandes sacrificios que hace David Lowery
es dejar atrás todo esfuerzo autoral para ceñirse a un molde que
Hollywood había dejado olvidado en lo más alto de una estantería. Es
verdad que este mismo año se ha estrenado ‘Mi amigo el gigante’
('The BFG'), pero allí nunca se notaba la supuesta pasión de Steven
Spielberg por la obra original y el resultado era una cinta incapaz de
fascinarnos por mucho que tuviera ingredientes similares a la que nos
ocupa.
Eso no sucede en ‘Peter y el dragón’, ya que Lowery en todo momento es consciente del perfil más bajo y un tanto pasado de moda que ha de imprimir a la aventura de sus dos protagonistas, un chaval que perdió a su familia en un trágico accidente de coche -muy convincente Oakes Fegley-, lo cual ya nos retrotrae a esa época en la que Disney hacía tan a menudo cosas así en los inicios de película, y un adorable dragón que casi parece más un perro gigante con ciertos poderes.
Ese es el gran corazón emocional de ‘Peter y el dragón’, ya que la profunda amistad que tienen es lo que se contagia tanto al resto de personajes, que no dejan de ser ejemplos más o menos estándar de una vida rural más propia de hace varias décadas que de la actualidad, y de paso al espectador, siendo ahí donde resulta esencial aceptar el juego que plantea la película. Un peaje necesario, pero como también sucede con cualquier otro universo planteado en la gran pantalla.
Si uno mantiene la mente abierta, encontrará un mágico viaje que
incluso podrá hacer que se salte alguna lágrima o como mínimo que hará
despertar a esa inocencia de tu niño interior que te hará pasar por alto
todas sus limitaciones -el resto de tramas no dejan de ser un relleno
necesario, al igual que sucede con los personajes, lo cual limita
cualquier posibilidad de lucimiento por su parte- y disfrutar de una aventura tan sencilla como satisfactoria.
En ese punto creo que es un gran acierto que el guion de Toby Halbrooks y el propio Lowery haya optado por un enfoque diferente a la cinta original de 1977 para optar por limitar el elemento extraordinario a la simple existencia de Elliot. Eso da pie a que el juego con la incredulidad de los personajes encaje mucho mejor y también a que todas las apariciones del dragón tengan bastante fuerza, tanto visualmente como por el cariño que tan rápidamente cogemos a esa singular criatura.
Ese perfil bajo también ha ayudado a mantener el presupuesto bajo control -65 millones no es demasiado-, pero la clave es el clima que se crea con todo lo derivado de ello. Se trata de un hecho único y extraordinario que rompe una rutina un tanto aburrida. Aquí no hay excesos que lo rompan, pero tampoco una ambición desmedida de ser algo más, ya que incluso en su lado más mágico tiene los pies en el suelo para que sea más sencillo dejarnos llevar por su ternura.
En definitiva, ‘Peter y el dragón’ no es una película extraordinaria, pero es que tampoco lo pretende. Sólo quiere ser un viaje emocional que nos devuelva a esa inocencia de nuestra infancia que todos hemos dejado ya atrás, en parte por simple obligación. Como tal cumple muy bien con su cometido y nos hace salir con una sonrisa de satisfacción del cine a poco que aceptemos su propuesta. Obligado dejarse el cinismo a la entrada de la sala o mejor ni os molestéis en verla.
Via:blog de cine
Nueva versión de la irregular ‘Pedro y el dragón Elliot’ (‘Pete’s Dragon’), la cinta que nos ocupa no ha gozado del éxito comercial esperado por Disney. El motivo quizá sean sus reducidas aspiraciones y que estamos ante un relato mágico que apela a la inocencia de nuestro niño interior, algo que hace muy bien salvo que saquemos a relucir nuestro lado más cínico, ya que resulta muy sencillo atacar su deliberada y efectiva sencillez.
Una aventura propia de otra época
Siendo justos, es imposible que todo o incluso simplemente la mayoría de cosas que adorábamos de chavales se sostenga con una mirada más crítica, lo cual nos lleva a grandes decepciones con ciertos revisionados, no siempre justas, pues a veces le pedimos algo que simplemente nunca estuvo allí. Esa es la gran barrera que ha de derribar ‘Peter y el dragón’, ya que sus responsables saben muy bien qué quieren darnos y cómo hacerlo, pero puede que no coincida con lo que nosotros deseamos.
Reduciéndolo todo a su esencia, ‘Peter y el dragón’ es una de esas historias inocentes en la que lo que hay no son realmente personajes, siendo elementos para construir una aventura más emocional que cualquier otra cosa que sabemos exactamente a dónde nos va a llevar en todo momento. No deja de ser uno de esos cuentos que nos podían contar de pequeños y que nos reconfortaba escuchar una y otra vez por la calidez que desprendía, en parte por él mismo, pero también por la situación que llevaba asociada.
Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo
Eso no sucede en ‘Peter y el dragón’, ya que Lowery en todo momento es consciente del perfil más bajo y un tanto pasado de moda que ha de imprimir a la aventura de sus dos protagonistas, un chaval que perdió a su familia en un trágico accidente de coche -muy convincente Oakes Fegley-, lo cual ya nos retrotrae a esa época en la que Disney hacía tan a menudo cosas así en los inicios de película, y un adorable dragón que casi parece más un perro gigante con ciertos poderes.
Ese es el gran corazón emocional de ‘Peter y el dragón’, ya que la profunda amistad que tienen es lo que se contagia tanto al resto de personajes, que no dejan de ser ejemplos más o menos estándar de una vida rural más propia de hace varias décadas que de la actualidad, y de paso al espectador, siendo ahí donde resulta esencial aceptar el juego que plantea la película. Un peaje necesario, pero como también sucede con cualquier otro universo planteado en la gran pantalla.
’Peter y el dragón’, muy satisfactoria
En ese punto creo que es un gran acierto que el guion de Toby Halbrooks y el propio Lowery haya optado por un enfoque diferente a la cinta original de 1977 para optar por limitar el elemento extraordinario a la simple existencia de Elliot. Eso da pie a que el juego con la incredulidad de los personajes encaje mucho mejor y también a que todas las apariciones del dragón tengan bastante fuerza, tanto visualmente como por el cariño que tan rápidamente cogemos a esa singular criatura.
Ese perfil bajo también ha ayudado a mantener el presupuesto bajo control -65 millones no es demasiado-, pero la clave es el clima que se crea con todo lo derivado de ello. Se trata de un hecho único y extraordinario que rompe una rutina un tanto aburrida. Aquí no hay excesos que lo rompan, pero tampoco una ambición desmedida de ser algo más, ya que incluso en su lado más mágico tiene los pies en el suelo para que sea más sencillo dejarnos llevar por su ternura.
En definitiva, ‘Peter y el dragón’ no es una película extraordinaria, pero es que tampoco lo pretende. Sólo quiere ser un viaje emocional que nos devuelva a esa inocencia de nuestra infancia que todos hemos dejado ya atrás, en parte por simple obligación. Como tal cumple muy bien con su cometido y nos hace salir con una sonrisa de satisfacción del cine a poco que aceptemos su propuesta. Obligado dejarse el cinismo a la entrada de la sala o mejor ni os molestéis en verla.
Via:blog de cine
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