‘El Bar’, los odiosos ocho

‘El Bar’, los odiosos ocho
Los títulos de crédito de la nueva película de Alex de la Iglesia siguen una pauta marcada por las últimas obras del director. En una serie de montajes de fotografías, establece el tono y el calado cultural que forman el caldo de cultivo en el que flotan sus oscuras historias de miseria humana. En esta ocasión, las imágenes son de virus, bacterias, parásitos y tumores tomadas con microscopios de alta resolución. Un grotesco mural, visualmente fascinante, que constituye el material con el que se construye la malla sobre la que se estructura su nueva historia.
No es una coincidencia que ‘El Bar’ transcurra en una pequeña tasca castiza y madrileña. Un espacio familiar como representación del hábitat de una raza de monstruos que nos encontramos todas las mañanas entre cafés requemados y servilletas en el suelo: los españoles. De alguna manera, De la Iglesia vuelve a los escenarios de su piedra fundacional, su corto ‘Mirindas Asesinas’ (1991) que ya dibujaba el espíritu negro que acarrea toda su obra.
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España, una, grande y sucia

Otro corto en blanco y negro, 'Las 7:35 de la mañana’ (2003), repetía el concepto de las mirindas, añadiendo surrealismo pero con los mismos resultados, también en un bar castizo, a la hora del desayuno, el timing perfecto para desplegar el carrusel de estereotipos de la piel de toro. Curiosamente, el bar en el que tenía lugar la epopeya de Vigalondo se encuentra tan sólo a un par de callejuelas de la plaza de Mostenses, el lugar en el que se encuentra ‘El Amparo’, la caverna en la que trascurrirá toda la acción de la película.
Entre vasos de vidrio desgastado y su plancha caliente y aceitosa, asistimos a la progresiva descomposición de toda la sociedad española retratada en una serie de personajes caricaturescos y exagerados. El camarero parlanchín, la pija buenorra, el hípster, la ludópata, el ejecutivo trajeado de otra época, el mendigo borracho y así hasta ocho dibujos de Francisco Ibáñez que podrían constituir la plantilla fija de uno de los espacios de su Rue 13 del percebe.
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Buñuel retrataba y desmontaba los protocolos de toda la aristocracia en ‘El ángel exterminador’ (1962), mientras trataban de encontrar sentido a su encierro, De la Iglesia desmenuza los diferentes estratos de la clase media y baja española sin recurrir al surrealismo experimental de aquella, sino planteando una situación familiar al terror o thriller, con el encierro como combustible para la paranoia y la claustrofobia frente a peligros externos e internos, prestándose el guion a cierta cualidad teatral que no desentona en su fin.

'El bar': tocino y garrapatas

Y si bien ‘El Bar’ funciona muy bien como comedia negra, cuanto más avanza, más se adentra en el terreno del puro cine de género. Con un ritmo envidiable, se puede disfrutar como entretenimiento salvaje y delirante, puesto que a De la Iglesia no se le escapan referentes del cine reciente como ‘la Niebla’ (The Mist, 2007) o ‘Los odiosos ocho’ (The Hateful Eight, 2015), en la que, además, coincidía en número de personajes. Aunque ambas tomaban, a su vez, el referente en el clásico ‘La Noche de los muertos vivientes’ (Night of the living Dead, 1968).
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En aquella, Romero utilizaba el encierro frente a una amenaza zombie para desdibujar la sociedad americana del momento y desnudar las intenciones y odios de personajes aflorando en situaciones límite. Con casi el mismo nihilismo que aquél, el bilbaíno da la vuelta a lo que esperamos de cada uno de sus marionetas para concluir que en un contexto de sálvese quien pueda, lo peor del ser humano aflora. Y es en ese momento en el que las imágenes de virus y parásitos del principio toman sentido. El mal se contagia, crece, se propaga y se incuba.
En uno de los canales en donde los personajes tratan de informarse sobre lo que pasa están poniendo ‘El hotel del horror’ (Horror Hotel, 1961), en la que su protagonista descubría un sótano escondido que también, ‘El Amparo’ oculta bajo la manga. La inclusión de nuevos escenarios subterráneos en la película proporciona la metáfora perfecta al progresivo descenso de los personajes a los distintos niveles de los infiernos. Una divina comedia en las cloacas de un país entero.

El Bar’ se compone de grasilla y moho. Es chabacana, sucia y esperpéntica. Con momentos de ranciedad extrema, que en otras circunstancias, resultarían ofensivas en el contexto de corrección política imperante, pero que dentro del retrato cínico que plantea, podrían formar parte de alguna viñeta de Pedro Vera. Una vuelta a la forma de Alex de la Iglesia en la que se sigue echando de menos los logros visuales de su primera época, pero que, con limitaciones, retoma el pulso de su buen cine, planteando una España egoísta, sibilina y cutre, en un microcosmos que podría ser, perfectamente, la planta baja del edificio de ‘La Comunidad’ (2000).

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