En la cima de su carrera, el galán comenzó a tomar LSD. ‘Becoming Cary
Grant’ nos descubre otra faceta de la estrella más fascinante del
Hollywood clásico.
La biografía de Archibald Alexander Leach, más conocido como Cary Grant,
está repleta de acrobacias, vericuetos y misterios aún sin resolver.
Sabemos cómo entró por la puerta grande de Hollywood –la leyenda, más
mito que realidad, cuenta que Mae West al verlo por la Paramount se encaprichó del actor: “Si sabe hablar, me lo quedo”,
soltó la diva–, pero apenas conocemos cuando el personaje dejaba paso a
la persona y a la inversa: cuánto de Archibald había en Cary y cuánto del arquetípico galán ocultaba la verdadera personalidad del intérprete.
El último secreto que se suma a la larga retahíla de medias verdades, rumores, falsas mentiras y a la infinita fascinación por el actor de Bristol está resumido en los 85 minutos de Becoming Cary Grant –documental de Mark Kidel sobre la estrella que Showtime ha estrenado en EE UU después de haberlo presentado en el último Festival de Cannes– y concentrado, en última instancia, en tres letras: LSD, el acrónimo de la dietilamida de ácido lisérgico.
Cuesta imaginar al pulido galán de viaje astral, pero tal y como desvela Becoming Cary Grant el actor se aventuró en al menos cien sesiones psicotrópicas entre los años 1958 y 1961, precisamente en uno de los más importantes picos de su carrera, con éxitos como Con la muerte en los talones (1959) o Charada (1963). No obstante, las experiencias lisérgicas de Grant no formaban parte de una vida paralela del actor –algo que por otra parte no nos extrañaría, habida cuenta las vidas paralelas, especialmente sexuales, que han ido saliendo a la luz en múltiples biografías–, sino que se trataban de sesiones experimentales supervisadas por expertos psicoterapeutas de California, en unos años en que la medicina se ayudó de las drogas para tratar el alcoholismo, la esquizofrenia y otros trastornos.
Vale la pena recordar que antes de que el gurú lisérgico Timothy Leary y la escena hippie de la costa oeste glorificaran las bondades del LSD, en EE UU alrededor de 40.000 pacientes recibieron esa droga alucinógena sintetizada por Albert Hofmann en 1938 como parte de terapias experimentales, y hasta la CIA utilizó el LSD como suero de la verdad. En el caso de Grant, la estrella comenzó el tratamiento psicodélico cuando estaba casado con su tercera esposa, Betsy Drake.
El actor acudía una vez a la semana al gabinete del Dr. Mortimer Hartman, en el Instituto Psiquiátrico de Beverly Hills, tomaba una cartoncito impregnado en ácido, se tumbaba en el sofá y viajaba hacia lo más profundo de su yo. Tal y como apuntan en el documental, la experiencia era aterradora, liberadora y curativa. “En uno de mis sueños de LSD me imaginaba como un pene gigante que despegaba de la Tierra como si fuera un nave”.
DE-CONSTRUYENDO A CARY
“Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant”, llegó a decir la estrella en su momento. La sentencia podría sorprender a quienes no disfrutaron del aura de la estrella, pero es importante remarcar que el actor epitomizó durante al menos tres décadas el arquetipo de galán pícaro y al mismo tiempo sofisticado, de hombre enigmático y superviviente; un perfil que aprovecharían bien cineastas como Howard Hawks o Alfred Hitchcock, pero unos rasgos, sin embargo, que tal vez el propio Grant, o más bien Archibald Leach, no creía como propios.
Interpretar el papel de Cary Grant fue quizá el más complicado del intérprete británico. “He pasado la mayor parte de mi vida fluctuando entre Archie Leach y Cary Grant”, confesó. “Inseguro de ambos, sospechando de los dos”.
Para de-construir las sesiones de Grant con el LSD, Kidel ha tenido acceso a numerosas películas caseras del actor en 16mm; celuloide que ilustra parte de uan autobiografía sin publicar y que acompaña a metraje en el que hablan varios amigos suyos, críticos de cine, su viuda y hasta su hija, Jennifer Grant. Todos evocan a la estrella para recordar que alejado de los focos, era un tipo retraído y algo atormentado
A sus 11 años, Archibald fue testigo de cómo su madre desaparecía. Él se quedó con su padre, sastre de profesión, hasta que a los 14 años entró en una compañía de acróbatas, mientras que a los 18, en una segunda gira por EE UU, optó por quedarse en el nuevo continente. El año en que moría su padre y en que logra independizarse contractualmente de los estudios, descubrió que su madre estuvo internada en el manicomio de Bristol por orden de su marido; un hecho que le turbara profundamente y que de algún modo explicaría sus complicadas relaciones con las mujeres.
Becoming Cary Grant, no obstante, pasa de largo de la relación ¿homosexual? del actor con su compañero Randolph Scott, todavía hoy ambigua para los historiadores.
CARY VUELVE A CASA
A pesar de sus muchos tormentos, de lo que no cabe duda es que pocas estrellas del Hollywood clásico conquistaron a la cámara con el porte y la elegancia que lucía Cary Grant.
Y son legión quienes todavía creen que su charme es insustituible, especialmente en su ciudad natal, Bristol, donde desde 2014 y cada dos años, siempre en verano, se entregan de manera desaforada a celebrar a Archie Leach en el festival Cary Comes Home. Entre sus actividades, conferencias académicas, homenajes fan, alfombras rojas vintage y proyecciones de las más míticas películas del galán. A todas luces, el paraíso para los acólitos de Cary Grant.
El último secreto que se suma a la larga retahíla de medias verdades, rumores, falsas mentiras y a la infinita fascinación por el actor de Bristol está resumido en los 85 minutos de Becoming Cary Grant –documental de Mark Kidel sobre la estrella que Showtime ha estrenado en EE UU después de haberlo presentado en el último Festival de Cannes– y concentrado, en última instancia, en tres letras: LSD, el acrónimo de la dietilamida de ácido lisérgico.
Cuesta imaginar al pulido galán de viaje astral, pero tal y como desvela Becoming Cary Grant el actor se aventuró en al menos cien sesiones psicotrópicas entre los años 1958 y 1961, precisamente en uno de los más importantes picos de su carrera, con éxitos como Con la muerte en los talones (1959) o Charada (1963). No obstante, las experiencias lisérgicas de Grant no formaban parte de una vida paralela del actor –algo que por otra parte no nos extrañaría, habida cuenta las vidas paralelas, especialmente sexuales, que han ido saliendo a la luz en múltiples biografías–, sino que se trataban de sesiones experimentales supervisadas por expertos psicoterapeutas de California, en unos años en que la medicina se ayudó de las drogas para tratar el alcoholismo, la esquizofrenia y otros trastornos.
Vale la pena recordar que antes de que el gurú lisérgico Timothy Leary y la escena hippie de la costa oeste glorificaran las bondades del LSD, en EE UU alrededor de 40.000 pacientes recibieron esa droga alucinógena sintetizada por Albert Hofmann en 1938 como parte de terapias experimentales, y hasta la CIA utilizó el LSD como suero de la verdad. En el caso de Grant, la estrella comenzó el tratamiento psicodélico cuando estaba casado con su tercera esposa, Betsy Drake.
El actor acudía una vez a la semana al gabinete del Dr. Mortimer Hartman, en el Instituto Psiquiátrico de Beverly Hills, tomaba una cartoncito impregnado en ácido, se tumbaba en el sofá y viajaba hacia lo más profundo de su yo. Tal y como apuntan en el documental, la experiencia era aterradora, liberadora y curativa. “En uno de mis sueños de LSD me imaginaba como un pene gigante que despegaba de la Tierra como si fuera un nave”.
DE-CONSTRUYENDO A CARY
“Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant”, llegó a decir la estrella en su momento. La sentencia podría sorprender a quienes no disfrutaron del aura de la estrella, pero es importante remarcar que el actor epitomizó durante al menos tres décadas el arquetipo de galán pícaro y al mismo tiempo sofisticado, de hombre enigmático y superviviente; un perfil que aprovecharían bien cineastas como Howard Hawks o Alfred Hitchcock, pero unos rasgos, sin embargo, que tal vez el propio Grant, o más bien Archibald Leach, no creía como propios.
Interpretar el papel de Cary Grant fue quizá el más complicado del intérprete británico. “He pasado la mayor parte de mi vida fluctuando entre Archie Leach y Cary Grant”, confesó. “Inseguro de ambos, sospechando de los dos”.
Para de-construir las sesiones de Grant con el LSD, Kidel ha tenido acceso a numerosas películas caseras del actor en 16mm; celuloide que ilustra parte de uan autobiografía sin publicar y que acompaña a metraje en el que hablan varios amigos suyos, críticos de cine, su viuda y hasta su hija, Jennifer Grant. Todos evocan a la estrella para recordar que alejado de los focos, era un tipo retraído y algo atormentado
A sus 11 años, Archibald fue testigo de cómo su madre desaparecía. Él se quedó con su padre, sastre de profesión, hasta que a los 14 años entró en una compañía de acróbatas, mientras que a los 18, en una segunda gira por EE UU, optó por quedarse en el nuevo continente. El año en que moría su padre y en que logra independizarse contractualmente de los estudios, descubrió que su madre estuvo internada en el manicomio de Bristol por orden de su marido; un hecho que le turbara profundamente y que de algún modo explicaría sus complicadas relaciones con las mujeres.
Becoming Cary Grant, no obstante, pasa de largo de la relación ¿homosexual? del actor con su compañero Randolph Scott, todavía hoy ambigua para los historiadores.
CARY VUELVE A CASA
A pesar de sus muchos tormentos, de lo que no cabe duda es que pocas estrellas del Hollywood clásico conquistaron a la cámara con el porte y la elegancia que lucía Cary Grant.
Y son legión quienes todavía creen que su charme es insustituible, especialmente en su ciudad natal, Bristol, donde desde 2014 y cada dos años, siempre en verano, se entregan de manera desaforada a celebrar a Archie Leach en el festival Cary Comes Home. Entre sus actividades, conferencias académicas, homenajes fan, alfombras rojas vintage y proyecciones de las más míticas películas del galán. A todas luces, el paraíso para los acólitos de Cary Grant.
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