En 1975 el, a priori inofensivo, hecho de darse un chapuzón en la playa durante un día soleado comenzó a tornarse en una idea algo menos apetecible de lo habitual. La culpa la tuvo el bueno de Steven Spielberg y su obra magna del suspense y el terror estival estrenada en nuestras tierras bajo el contundente título de ‘Tiburón’ —'Jaws' en su idioma original—.
A raíz del arrollador éxito de la cinta de Universal, un gran número de productores y compañías se sumaron al carro de los escualos con mala uva con multitud de imitaciones —o exploitaition films— que nos han dejado lindezas de todo tipo: desde los tiburones inteligentes de ‘Deep Blue Sea’ hasta los grotescos tornados infestados de la franquicia ‘Sharknado’, pasando por estimables ejercicios como ‘Open Water’ o la notable ‘Infierno azul’ de Jaume Collet-Serra.
El último en subirse a este carro, que lleva en marcha 42 años, es el británico Johannes Roberts, quien después de firmar la olvidable ‘El otro lado de la puerta’ se sumerge en las aguas Mexicanas con ‘A 47 metros’: un survival subacuático descerebrado, marcado por las situaciones absurdas y los personajes al borde de la imbecilidad, que se eleva como un entretenimiento de lo más sádico y divertido de verse en el ambiente adecuado.
Tan descerebrada como sus protagonistas
Un ritmo atropellado que no logra salvarnos del aburrimiento, descripciones pobres y poco inspiradas, motivaciones que rozan el bochorno… toda una ristra de despropósitos al servicio de a una pareja de hermanas aborrecible cuyo única función es servir de carnaza, independientemente de lo que oculten sus, a priori huecos, cerebros.
Sorprendentemente, la interminable lista de desatinos que atesora ‘A 47 metros’ en sus escasos 87 minutos de metraje puede generar un efecto radicalmente opuesto al esperado si se huye de una postura crítica durante su visionado, convirtiéndose en un refresco veraniego impagable que disfrutar en buena compañía —siempre con cierta intención irónica y un punto de sadismo—.
'A 47 metros', o cómo divertirnos sacando al sádico que llevamos dentro
Además de ello, Roberts juega a la perfección con un elemento clave que salva a la película de la quema: la urgencia. Un recurso sumamente agradecido en este tipo de relatos, introducido en esta ocasión a través de unas bombonas de oxígeno que, muy acertadamente, marcan su capacidad de forma visual para ayudar a mantenernos al borde del asiento en más de una ocasión.
‘A 47 metros’ dista mucho de la perfección, y nos obliga a poner de nuestra parte, casi inconscientemente, para hacerla disfrutable, traduciendo sus secuencias más vergonzantes y la patanería de sus protagonistas en carcajadas cómplices y aplausos, a medio camino entre la condescendencia y el divertimento más primitivo propio del circo romano.
La clave radica en apreciar su oferta y descubrirla en el ambiente óptimo con el piloto automático encendido. De reunir estas condiciones, podríamos pasar a hablar de uno de los entretenimientos más frescos de la temporada; porque ver a dos personajes estúpidos sufrir durante hora y media siempre es un auténtico placer.
via:espinof
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