‘Rey Arturo: La leyenda de Excalibur’, el mito como fantasía épica cool, digital y trasnochada

La carrera de Guy Ritchie, en los últimos años ha pasado de retratar el estilo callejero de los gangsters y trapicheadores de los bajos fondos de Londres para ir explorando la naturaleza de lo británico a través de sus diferentes mitos y estandartes. Primero con su ‘Sherlock Holmes’ (2009), que transformaba al detective en un caradura peleón, y después los agentes secretos por medio de ‘Operación U.N.C.L.E.’ (2015), en la que también ofrecía una mirada moderna de la flema del 007 de Sean Connery.
Puede que el mayor desafío en la carrera del director fuera ofrecer esa misma visión de los mitos de Camelot, cemento de la cultura británica basada en el honor, para darle esa textura de clase obrera canallita y elegante que tanto le chifla. Para ello, no va desencaminada la elección de Charlie Hunnam que, quizá esperando por el vehículo definitivo para su éxito en pantalla, pone de su parte en elevar la empresa, logrando mejores resultados de lo esperable.
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Los caballeros de John Galliano

Algo que forma parte de la marca personal de Ritchie es su fijación por utilizar el vestuario la estética como escaparate de sus obsesiones, por lo que da igual que hablemos del Londres victoriano que el medievo, sus personajes siempre irán de punta en blanco, ya sean trajes de diseño o chaquetas para ir a matar dragones Prêt-à-porter. Para reforzar su idea del estilismo chic no duda en poner a David Beckham en un cameo, creando su propio estilo de diálogo de realidad y ficción.
Todo tiene aspecto de anuncio de colonia para hombres, incluso el papel de las mujeres está tan limitado como caricaturesca es la abundancia de imaginería fálica. Los diálogos están tan forzados que uno no sabe hasta que punto es autoconsciente, pero lo que sí queda claro es que tiene más que ver con ‘Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores’ (Monty Python and the Holy Grail, 1975) que con el ‘Excalibur’ (1980) de John Boorman.
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Aunque un ángulo más mundano y con los pies en la tierra pudiera haber calado mejor en el estilo Ritchie, el uso de la fantasía recuerda, de forma agradable, a variaciones artúricas infantiles como la propia visión de Disney o híbridos tolkianos como ‘Tarón y el caldero mágico’ ( The Black Cauldron, 1985) de la que parecen haber calcado al villano final. Gracias al humor constante, su escala y la exploración de las identidades del poder el conjunto tiene más dimensiones de las que parece a primera vista.

Diseño gamer sobrepixelado

Es cierto que buena parte de sus bromas no acaban de cuajar pero si hay algún momento en el que ritmo renquea, el director acompaña con uno de esos temas de electro-folk de raíces anglosajonas que le da el brío que compensa otros desatinos y ofrece una conexión emocional intuitiva, que no logra de otra forma. Por si acaso guiña el ojo a Westeros, con ideas y planos de ‘Juego de tronos’ dentro de una batidora de estética de videojuego y montaje esquizofrénico de videoclip algo anacrónico.
Los efectos de CGI de saldo dan la impresión, sobre todo en su clímax, de estar ante un gameplay de playstation 4 que indica cierta pereza y desapego por el resultado estético final. Algo que cerca peligrosamente al otrora creativo cineasta en un irreconocible mercenario del cine de explosiones. La inventiva se acaba en la propia idea de recrear un Rey Arturo con acción mitológica, muerta al intentar apretar ocho películas diferentes en una.

La experiencia, al menos es lo suficientemente extravagante como para no mantener la atención a los próximos movimientos. Además, entre el cúmulo de Acción, aventura, y diversión palomitera olvidable se nos puede pasar por alto que detrás de su faceta de saga mística de la edad oscura, la historia es pura tradición Ritchie. Un relato tan faltón como cariñoso sobre el auge de un cockney noble y rufián en una Gran Bretaña buscándose a sí misma en el orgullo de su independencia.
Via:espinof

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