De la brutalidad de 'Brawl in Cell Block 99' al comedimiento de 'A Ghost
Story' y su Casey Affleck ensabanado: aquí hay para todos los gustos.
Cualquier festival de cine, temático o no, es un espectáculo de
contrastes. La variedad de propuestas (si la programación es buena, se
entiende) y el consumo de cine apelotonado, a borbotones, hace que el
espectador tenga que moverse de un extremo a otro del espectro temático y
estilístico. Y pocos contrastes más brutales que el de hoy: hemos
amanecido con una película ruidosa, violenta y primaria, y hemos
acabado con una historia de fantasmas sofisticada, silenciosa y
espiritual.
¿De qué se habla hoy en Sitges?
Sin duda, del tremebundo impacto que ha supuesto Brawl in Cell Block 99, de S. Craig Zahler. Su apabullante descarga de violencia ha calado en redes sociales con una opinión más o menos mayoritaria: se puede discutir el ritmo que el director imprime a la película, pero con ese demoledor final… ¿estamos ante un triunfador más o menos indiscutible en el palmarés?
¿Qué hemos visto?
Mayhem ha supuesto una cierta zambullida en el túnel del tiempo para trasladarnos a las comedias satíricas gore que se estilaban hace unos años. Pese a su caligrafía visual absolutamente moderna, esta sátira de las miserias cotidianas en la oficina, con un grupo de trabajadores infectados por un virus que les hace perder todo tipo de cohibición social, tiene algo de pasado de moda: quizás el humor grotesco, quizás el splapstick con mensaje. El resultado, pese a todo y gracias al pulso de Joe Lynch, es divertido y brutal, y tiene ideas muy estimables más allá de proponer un Office Space ultraviolento: por ejemplo, narrar una película de infectados en la que no haya nadie que no lo esté.
Brawl in Cell Block 99 tiene mucho en común con el aclamado debut de su director, Bone Tomahawk. Pese al cambio de ambientación (aquello era un western, esto un thriller carcelario en el que un traficante de droga de poca monta es encarcelado, y desde prisión debe bregar con las amenazas que fuera sufre su mujer embarazada), la estructura es muy similar: un arranque sencillo, casi esquemático, que va cociendo una tensión insoportable que estalla de forma catárquica. Pero hay más: en Bone Tomahawk, S. Craig Zahler coqueteaba con el fantástico y la exploitation de caníbales con unos nativos americanos casi prehistóricos; aquí, se decanta por el grindhouse, la literatura pulp orgullosa de su tosquedad y las sesiones de medianoche. Brawl in Cell Block 99 pasa un tramo inicial narrando rutinas (de delincuentes, de presidiarios) que refuerzan el vuelco que da un increíble Vince Vaughn convertido en una olla a presión en la segunda mitad del film. Una película que revela a Zahler no solo como un esteta desnortado de la ultraviolencia, sino como un guionista con una mano para el ritmo y los diálogos absolutamente devastador.
The Little Hours ha supuesto un pequeño respiro entre tanta intensidad. Es una comedia con una relación solo tangencial con el fantástico y que puede presumir del reparto más gracioso que hemos visto en años: Alison Brie, Kate Micucci, Aubrey Plaza (también coproductora), John C. Reilly, Molly Shannon y un largo etcétera de comediantes dan vida a distintos personajes de esta adaptación vitalista y malhablada de un fragmento del Decamerón, en el que tres novicias llegan a un convento y se encaprichan de un criado (Dave Franco). De diálogos afilados pero, también, excelentes pasajes de sorprendente ternura y pulcritud visual, The Little Hours es gozosamente blasfema y anacrónica, lo que le garantiza un lugar de honor en el corazón del fan necesitado también, de vez en cuando, de algo de bendita intrascendencia.
A Ghost Story parte de un concepto muy poderoso: una historia de fantasmas a la vieja usanza, melancólica y humanista, pero en la que el espíritu está representadao con el icono clásico de la sábana blanca. El choque entre interpretaciones ancladas en el realismo de Casey Affleck (el hombre que muere y queda como espíritu definitivamente vinculado a la casa en la que vivió) y Rooney Mara, y ese golpe visual que distancia la película de la iconografía habitual de los fantasmas, se refuerza con una historia sencillísima, que casi podría haberse contado con un Affleck sin maquillaje ni efectos. Quizás ese sea su gran punto a favor: ese y su fortuna a la hora de llevar la historia por terrenos que no son los usuales son sus grandes valores (la película parece que va a tratar de encantamientos de ultratumba y acaba teniendo lentísimos viajes en el tiempo), aunque ni su ritmo lentísimo ni su apuesta por un mensaje triste pero cálido y consolador son para todos los paladares.
¿Qué nos hemos perdido?
Veníamos con muchas ganas de dejarnos cautivar por The Villainess, una de las bombas coreanas del año, pero la hemos dejado escapar. Tal y como era de prever, los espectadores han salido apabullados por sus demenciales secuencias de acción, pero también por sus extremados cambios de tono, mayores aún de lo habitual en el cine coreano.
¿Qué esperamos de la jornada de mañana?
Compensamos la ausencia de The Villainess con A Day, otro blockbuster coreano de estilo bien distinto que ha sido definido como un Atrapado en el tiempo con los potenciómetros del drama al 11.
Via:cinemania
Sin duda, del tremebundo impacto que ha supuesto Brawl in Cell Block 99, de S. Craig Zahler. Su apabullante descarga de violencia ha calado en redes sociales con una opinión más o menos mayoritaria: se puede discutir el ritmo que el director imprime a la película, pero con ese demoledor final… ¿estamos ante un triunfador más o menos indiscutible en el palmarés?
¿Qué hemos visto?
Mayhem ha supuesto una cierta zambullida en el túnel del tiempo para trasladarnos a las comedias satíricas gore que se estilaban hace unos años. Pese a su caligrafía visual absolutamente moderna, esta sátira de las miserias cotidianas en la oficina, con un grupo de trabajadores infectados por un virus que les hace perder todo tipo de cohibición social, tiene algo de pasado de moda: quizás el humor grotesco, quizás el splapstick con mensaje. El resultado, pese a todo y gracias al pulso de Joe Lynch, es divertido y brutal, y tiene ideas muy estimables más allá de proponer un Office Space ultraviolento: por ejemplo, narrar una película de infectados en la que no haya nadie que no lo esté.
Brawl in Cell Block 99 tiene mucho en común con el aclamado debut de su director, Bone Tomahawk. Pese al cambio de ambientación (aquello era un western, esto un thriller carcelario en el que un traficante de droga de poca monta es encarcelado, y desde prisión debe bregar con las amenazas que fuera sufre su mujer embarazada), la estructura es muy similar: un arranque sencillo, casi esquemático, que va cociendo una tensión insoportable que estalla de forma catárquica. Pero hay más: en Bone Tomahawk, S. Craig Zahler coqueteaba con el fantástico y la exploitation de caníbales con unos nativos americanos casi prehistóricos; aquí, se decanta por el grindhouse, la literatura pulp orgullosa de su tosquedad y las sesiones de medianoche. Brawl in Cell Block 99 pasa un tramo inicial narrando rutinas (de delincuentes, de presidiarios) que refuerzan el vuelco que da un increíble Vince Vaughn convertido en una olla a presión en la segunda mitad del film. Una película que revela a Zahler no solo como un esteta desnortado de la ultraviolencia, sino como un guionista con una mano para el ritmo y los diálogos absolutamente devastador.
The Little Hours ha supuesto un pequeño respiro entre tanta intensidad. Es una comedia con una relación solo tangencial con el fantástico y que puede presumir del reparto más gracioso que hemos visto en años: Alison Brie, Kate Micucci, Aubrey Plaza (también coproductora), John C. Reilly, Molly Shannon y un largo etcétera de comediantes dan vida a distintos personajes de esta adaptación vitalista y malhablada de un fragmento del Decamerón, en el que tres novicias llegan a un convento y se encaprichan de un criado (Dave Franco). De diálogos afilados pero, también, excelentes pasajes de sorprendente ternura y pulcritud visual, The Little Hours es gozosamente blasfema y anacrónica, lo que le garantiza un lugar de honor en el corazón del fan necesitado también, de vez en cuando, de algo de bendita intrascendencia.
A Ghost Story parte de un concepto muy poderoso: una historia de fantasmas a la vieja usanza, melancólica y humanista, pero en la que el espíritu está representadao con el icono clásico de la sábana blanca. El choque entre interpretaciones ancladas en el realismo de Casey Affleck (el hombre que muere y queda como espíritu definitivamente vinculado a la casa en la que vivió) y Rooney Mara, y ese golpe visual que distancia la película de la iconografía habitual de los fantasmas, se refuerza con una historia sencillísima, que casi podría haberse contado con un Affleck sin maquillaje ni efectos. Quizás ese sea su gran punto a favor: ese y su fortuna a la hora de llevar la historia por terrenos que no son los usuales son sus grandes valores (la película parece que va a tratar de encantamientos de ultratumba y acaba teniendo lentísimos viajes en el tiempo), aunque ni su ritmo lentísimo ni su apuesta por un mensaje triste pero cálido y consolador son para todos los paladares.
¿Qué nos hemos perdido?
Veníamos con muchas ganas de dejarnos cautivar por The Villainess, una de las bombas coreanas del año, pero la hemos dejado escapar. Tal y como era de prever, los espectadores han salido apabullados por sus demenciales secuencias de acción, pero también por sus extremados cambios de tono, mayores aún de lo habitual en el cine coreano.
¿Qué esperamos de la jornada de mañana?
Via:cinemania
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