El mayor misterio de Agatha Christie está en el cine: sólo dos películas están a altura de su genio

No hay exoplaneta que supere jugar
Remakes, remakes y más remakes. No me negaréis que de un tiempo a esta parte —un tiempo que ya empieza a ser demasiado prolongado para mi gusto— lo recursivo de rehacer una película de décadas atrás es una de las prácticas que mejor expone la notoria incapacidad del Hollywood actual de dar con ideas nuevas y refrescantes que no se limiten, bien a repetir esquemas pasados, bien a claudicar ante la "secuelitis" —otra práctica muy criticada hoy en día—.
Cierto es que hay casos —no muchos pero los hay— en que un remake podría llegar a entenderse e, incluso, a separarse del original lo suficiente como para aportar otra lectura a la historia que se cuenta. Pero otros, como el de 'Asesinato en el Orient Express', resulta de complicada asimilación por cuanto parte de una obra más que conocida y cuenta ya con un antecedente que supo cómo trasladarla de manera espléndida. Algo que, tratándose de Agatha Christie, es más complicado de lo que podría parecer a simple vista...
A la luz de las cuatro decenas de adaptaciones que se han hecho al cine de novelas de la escritora más leída de la historia de la literatura, y de las muchas más que han llevado textos suyos a la pequeña pantalla, resulta imposible afirmar que Christie sea inadaptable. Es más, como veremos, al menos en dos ocasiones se han conseguido levantar producciones excelentes de sendas obras suyas. Y cuando éstas se comparan con el resto, uno empieza a pensar que algún problema debe haber en los apasionantes relatos de la británica cuando se trasladan al celuloide.

Diez negritos eran... y no quedó ninguno

Y como por algún sitio hemos de comenzar, hagámoslo viajando muy atrás en el tiempo, tanto como las siete décadas que nos separan de 'Diez negritos' ('And Then There Were None', 1945) primera adaptación de una de las novelas más célebres de la literato inglesa que, en manos de René Clair y con un reparto encabezado por nombres como los de Barry Fitzgerald o Walter Huston, comienza a apuntalar, aunque no en términos graves, algunos de los problemas que se podrían señalar en la inmensa mayoría de las adaptaciones de la Christie.
Excesivamente teatral y con un ritmo no siempre adecuado, hete aquí dos problemas que hacen mella en una considerable porción de los noventa y siete minutos de metraje y que, de una manera u otra volveremos a encontrarnos en este camino que hoy hemos querido trazar a través de varias de las cintas que se han acercado al rico material legado por la escritora.
Cierto es que, en 'Diez negritos', la sola presencia de Fitzgerald —el incomparable Michaleen Oge Flynn de la magistral 'El hombre tranquilo' ('The Quiet Man', 1952)— es estímulo suficiente para aguantar el trance y pasar por alto las fallas más notorias de un filme que no consigue impedir, y esto también es denominador común de muchos de los títulos que veremos, que nos anticipemos al avance de la trama y descubramos quién es el culpable, el rostro detrás del "whodunit" tan típico de Christie, antes de tiempo.

La obra maestra

Tan sólo con afirmar que el realizador que se encargó de llevar a la gran pantalla la obra de teatro 'Testigo de cargo' fue Billy Wilder sería óbice suficiente para ahorrarnos ulteriores disquisiciones llamadas a justificar el que haya que calificar a 'Testigo de cargo' ('Witness for the Prosecution', 1957) como una obra maestra del séptimo arte, uno de esos clásicos imperturbables a los que uno siempre quiere volver para dejarse llevar y disfrutar de manera extrema con la realización del genio responsable de 'Con faldas y a lo loco' ('Some Like It Hot', 1959).
Pero no sólo es sobre Wilder, sobre su maravillosa manera de resolver todo el conjunto, de mantenernos en tensión hasta el último minuto —da igual las veces que la hayamos visto, palabra— y mantenerse lo más fiel posible al material original, sobre quién recae la responsabilidad de convertir a 'Testigo de cargo' en la inmensa gozada que es, ya que sus actores tienen mucho y muy contundente que decir al respecto.
Testigo De Cargo
Desde la engañosa artificialidad de Tyrone Power a la sublime vehemencia de la Dietrich pasando por la simplicidad con la que Elsa Lanchester se nos mete en el bolsillo segundos después de que aparezca por primera vez en pantalla, todos los actores de 'Testigo de cargo' son testimonio de la grandeza de este filme, aunque ninguno tanto como el inconmensurable Charles Laughton, que compone aquí en la piel del flemático y escurridizo abogado Sir Wilfrid Robards uno de sus tres mejores personajes.
Acercarse hoy a 'Testigo de cargo' es, de una parte, asegurarse dos horas de lo mejor que nos legó la edad dorada de Hollywood y, de la otra, contemplar un testimonio vivo de que —permitidme el "modo abuelo"— ya no se hace cine como el de antes, con tanto encanto y ganas por trascender el tiempo y no simplemente por ser un entretenimiento pasajero que sólo sirva para fabricar billetes verdes.

La señorita Marple de Margaret Rutherford

Si Sherlock Holmes era la creación suma de Sir Arthur Conan Doyle, huelga decir que a la hora de hablar de Agatha Christie es inevitable hacerlo de sus dos personajes más emblemáticos: la señorita Marple y el detective Hercules Poirot. Centremos nuestra atención momentánea en la cotilla y dicharachera anciana que protagonizó 12 novelas y 20 relatos cortos y que sirvió de inspiración para la televisiva Jessica Fletcher de 'Se ha escrito un crimen'.
Tremendamente popular desde su primera aparición en 1930, el personaje de Jane Marple tendría que esperar 31 años para que el cine se interesara por ella. A la vista de los resultados que ofrecieron las cuatro producciones que dirigió el británico George Pollock, que nunca fueron del agrado de la escritora, quizás hubiera sido mejor que tan singular personaje hubiera tardado aún más en dar el salto a la gran pantalla.
Miss Marple
Apartándose de manera sensible de lo excesivamente teatral que habíamos comentado más arriba sobre 'Diez negritos', dos son los problemas fundamentales de las cintas en las que Margaret Rutherford interpretó, con brillantez, todo sea dicho, a la señorita Marple. Uno, su excesivo talante cómico, casi inexistente en las novelas más allá de la por momentos irritante personalidad de la protagonista y cualidad a la que aquí se le confiere una importancia suma por encima de otros valores que hubiera sido mejor no descuidar.
Uno de éstos valores, segundo de esos dos problemas fundamentales, es la muy libre adaptación que se hizo de las correspondientes historias originales, alterando instantes fundamentales de la trama en 'En el tren de las 4:50' ('Murder, She Said, 1961) para que la protagonista tuviera más tiempo de pantalla, o usando a Marple en lugar de a Hercules Poirot como eje detectivesco en 'Después del funeral' ('Murder at the Gallop', 1963).

Poirot y Albert Finney, el encuentro perfecto

Decía más arriba que, a juicio de este redactor, sólo dos producciones han conseguido hablarle de manera íntima a las novelas de Agatha Christie que pretendían adaptar —bueno, a la novela y la obra de teatro en el caso del filme de Billy Wilder—. Y también afirmaba que, contando con un antecedente espléndido, la apuesta de Kenneth Branagh por llevar al cine 'Asesinato en el Orient Express' era, como poco, incomprensible. Y es que, por muy bien que lo haya hecho el británico, medirse con lo que Sidney Lumet llevó a cabo en 1974 es una empresa bien complicada.
La extrema elegancia con la que el cineasta responsable de '12 hombres sin piedad' ('12 Angry Men', 1957) pone en escena el truculento relato urdido por Christie a bordo del legendario tren, encuentra exponentes de singular maestría a lo largo del metraje, ya en ese prólogo en el que se nos pone en antecedentes de lo que servirá de motivación para el crimen, ya en la forma en la que el Poirot encarnado por Albert Finney planteará su solución a los pasajeros del ferrocarril.
Copiada después hasta la saciedad por las producciones que contarán con el detective belga como protagonista, el clímax de 'Asesinato en el Orient Express' ('Murder on the Orient Express', 1974) encuentra en su asombroso elenco los mayores motivos para convertirse en objeto de revisión recurrente. Y es que, por si el estímulo de ver a Finney en uno de los mejores papeles de su carrera no fuera suficiente, tenemos también a nombres como Sean Connery, Anthony Perkins, Ingrid Bergman, Lauren Bacall, Vanessa Redgrave o John Gieldug. Ahí es nada.

Ustinov, el detective que nunca funcionó

Cuatro años después del éxito que cosechó 'Asesinato en el Orient Express' —el filme británico más taquillero de la historia hasta aquel momento—, alguien en EMI pensó que por qué no sacar tajada del personaje mirando a alguna de las 33 novelas o los 50 relatos cortos que Christie urdió con el detective belga como protagonista. El elegido fue 'Muerte en el Nilo' y, no contando con Albert Finney, los responsables de la producción pensaron en Peter Ustinov como el perfecto candidato para encarnar a tan excéntrico personaje.
Pero el Poirot de Ustinov, que lo interpretaría en seis filmes, tres para la gran pantalla, tres para la pequeña, no es ni de lejos lo excéntrico y carismático que el que habíamos conocido de mano de Finney, ni el que encontraríamos en la caja tonta con el rostro de David Suchet, y aunque el orondo actor cuenta con la instantánea simpatía del espectador, dicha ventaja no es aprovechada por ninguno de los tres títulos que nos ofreció el cine entre 1978 y 1988, por más que contaran con repartos de aúpa.
Poirot
Ni 'Muerte en el Nilo' ('Death at the Nile', 1978), ni 'Muerte bajo el sol' ('Evil Under the Sun', 1982) ni mucho menos ese desaguisado que es 'Cita con la muerte' ('Appointment with Death', 1988) consiguen capturar el interés del que a ellos se acerca, dándose cita en todos y cada uno de ellos los problemas que hemos ido apuntando, ya la excesiva teatralidad de todo el conjunto, ya un tono cómico algo desmandado en según que instantes, ya la facilidad con la que uno puede anticiparse al desenlace, por muy rebuscado que este sea.
A ellos cabe sumar lo poco efectivo del trabajo de los tres cineastas encargados de las cintas, unos John Guillermin, Guy Hamilton y Michael Winner que se muestran notoriamente incapaces de tratar de suplir las carencias del guión con un trabajo impecable, siendo especialmente doloroso el caso de Guillermin y lo atribulado de la narrativa de 'Muerte en el Nilo'.

Y volvemos al comienzo. Por mucho que uno quiera confiar en Kenneth Branagh —aunque, seamos francos, después de sus últimos trabajos en Hollywood, no de manera incondicional como sí lo habríamos hecho hace años—, por más que el reparto de 'Asesinato en el Orient Express' sea atractivo y aunque nos haya sorprendido que el cineasta y actor volverá a interpretar a Poirot en una secuela de la cinta —¿se nos permite temblar del susto?— son muchas las dudas que plantea este nuevo acercamiento al universo de Agatha Christie. Esperemos que, por una vez, sean infundadas.
Via:espinof

Comentarios