El éxito de 'Asesinato en el Orient Express' puede suscitar una buena ralea de adaptaciones de la inagotable Agatha Christie, que con suerte pondran sobre la mesa dos pruebas fehacientes de la modernidad de la obra de la buena señora. Primero: si no te cuentan quién es el asesino, mejor; pero si ya lo sabes o tienes conocidos muy indiscretos, tampoco pasa nada. Es cierto que nada como un giro final con culpable inesperado, pero Agatha Christie era mucho más que eso, y una buena adaptación lo evidencia.
Segundo: las intrigas de Agatha Christie son lienzos parcialmente en blanco que dejan espacio para la reinterpretación, por mucho que necesiten que determinados elementos permanezcan inamovibles (aparte de los resortes argumentales propios del misterio, es peligroso llevar las intrigas lejos de su ambientación histórica original). Es decir, y Kenneth Branagh lo demostró con su reciente película sobre el Orient Express, un creador con una visión propia puede modificar, modernizar y reutilizar la propuesta original de Christie.
La mansión de los secretos
'La casa torcida' cuenta cómo un millonario de turbia vida, un par de matrimonios y abundante familia política y carnal, muere envenenado. Un detective privado (Max Irons) conocerá a sus herederos en la inmensa casa señorial donde vivían todos, y allí descubrirá las abundantes relaciones tóxicas que se despliegan entre ellos. Un whodunit de libro que, gracias a la puesta en escena de Paquet-Brenner, mórbida y enfermiza, atenta a los detalles más oscuros, adquiere tintes casi de horror sobrenatural.Parte de la culpa la tienen los invitados a la fiesta. Irons no destaca especialmente, pero obedeciendo a la regla no escrita de las adaptaciones de Agatha Christie al cine, según la cual las estrellas invitadas ofrecen su registro más excesivo y oscuro, Glenn Close, Gillian Anderson y Christina Hendricks nos regalan un trío de recitales de glamour, exceso y decadencia post-colonial que ya de por sí justifican la entrada.
Como decíamos, al final lo importante no es quién es el asesino (en este caso, la solución huye de lo convencional: no en vano era uno de los finales favoritos de la propia Agatha Christie), sino lo divertido que ha sido el trayecto hasta averiguar su identidad. Gracias a un humor malvado -el retrato que la película hace de los artistas frustrados es oscurísimo- y a una ralea de interpretaciones extraordinarias, 'La casa torcida' consigue escapar de corsés y lugares comunes. No más de los obligados, claro, que también son parte del juego. Un juego que hasta los christiófilos más estrictos sabrán apreciar.
Via:espinof
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