'Hotel Transilvania 3: Unas vacaciones monstruosas', la mejor entrega de una trilogía que nunca ha tenido grandes aspiraciones
Genndy Tartakovsky tenía en su haber series como ‘El laboratorio de Dexter’, ‘Samurai Jack’ o ‘Star Wars: Clone Wars’ mucho antes de dar el salto al séptimo arte. Tuvimos que esperar hasta 2012 para ver ‘Hotel Transilvania’, su primer largometraje para la gran pantalla, un título en el que podía exhibir su talento a cuentagotas, ya que tuvo que amoldarse a los intereses de Sony, compañía con la que firmó un acuerdo de largo recorrido.
Desde entonces ha intentado sacar adelante propuestas como una puesta al día de ‘Popeye’ que pintaba muy bien, pero finalmente se tuvo que contentar con hacer la secuela de su primera película, anunciando que no regresaría para la tercera. Tartakovsky finalmente cambió de idea tras unas vacaciones familiares que no fueron según esperaba. El resultado es ‘Hotel Transilvania 3: Unas vacaciones monstruosas’, probablemente la mejor de la saga, aunque la diferencia sea muy escasa.
Un Tartakovsky con algo más de libertad
Eso es algo que se percibe ya en los diseños, tanto de los escenarios como de los nuevos personajes, y que cristaliza en escena concretas, sobre todo aquellas relacionadas con los villanos o en las que simplemente los diálogos pasen a un segundo plano. Y es que cuando los personajes interactúan de forma convencional reaparece lo que ha definido la franquicia hasta ahora, con un humor demasiado básico que funciona mejor cuando Tartakovsky se deja llevar por su querencia hacia el Slapstick.
En términos argumentales conviene reseñar que le cuesta un poco arrancar tras su inspirado prólogo incidiendo en la rivalidad entre Drácula y la familia Van Helsing, pero pronto queda claro cuáles van a ser las líneas maestras de la película: Drácula enamorado de nuevo y al mismo tiempo haciendo frente sin saberlo a múltiples intentos para acabar con su vida. Lo primero resulta algo monótono pero no llega a ser una pega insalvable y lo segundo da pie a momentos bastante simpáticos -por mi parte disfruté especialmente con lo referente a cierta línea aérea-.
No le pidas peras al olmo
Lo que le queda al espectador es la decisión de dejarse llevar, aunque con unos límites -tampoco vamos a aceptar cualquier cosa en aras del entretenimiento- o centrarse en buscar todo lo que podría haberse abordado, desde ciertas situaciones hasta algunos personajes –hay algunos que han quedado reducidos a la mera caricatura-, de una forma más estimulante. En mi caso opté por lo primero y la verdad es que la sensación de entretenimiento, sin ser nunca desbordante, sí que va de menos a más.
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