‘Candyman’: una secuela inconformista que reinterpreta el mito a través del trauma racial colectivo y la rotunda dirección de Nia DaCosta


 La nueva ‘Candyman’ es sorprendente en todos los aspectos. No solo sirve como secuela directa del primer film, sino que funciona como una reinterpretación horror noire del mito que aquella exponía a través del relato ‘Lo prohibido’ de Clive Barker. También supone una puesta de largo inesperada para la directora Nia DaCosta, que ofrece una visión muy diferente a lo esperado sin traicionar ni un ápice su original.

Las secuelas oficiales de la película de Bernard Rose hacían lo que la mayoría de secuelas de terror en los 90 tenían acostumbrado. Convertir casi cualquier cosa en un slasher, de manera que el monstruo titular quedaba como una especie de Freddy Krueger moderno y afroamericano. Sin embargo, la primera de ellas se tomaba su tiempo en desarrollar el origen del asesino sobrenatural, básicamente un cruento lichamiento por un amor interracial prohibido. Era 1995, aún no había movimiento Black Lives Matter.

Epifanía de la represión

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Sin embargo, hoy, esa idea de un antihéroe de terror está expuesta a un examen inevitable por la época en la que transcurre. El movimiento BLM y la muerte de George Floyd y la subsiguiente revuelta el año pasado ponen en entredicho a películas que no tienen ningún problema en presentarse como manifiestos claros de un punto de vista, en el caso de Jordan Peele, sin escrúpulos al presentar la visión afroamericana de distintos ataques actuales contra personas de su raza, es decir, ataques a la comunidad a la vista del público que no necesitan de matices políticos.

‘Candyman’ fue realizada en 2019. Antes de todo el huracán social aparecido tras la muerte de Floyd. Antes de que la pandemia retrasara un estreno pensado para el año pasado. Si hubiera aparecido en la gran pantalla el 12 de junio de 2020, como estaba programada, poco más de dos semanas después del infame estrangulamiento policial, las llamas de las comisarías habrían ardido más alto. Como la película ‘Cámara policial’, nos puede parecer una coincidencia asombrosa, que ambas son visionarias, pero el hecho de que salieran a tiempo solo convierten su discurso en algo sintomático.

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Resignificando un mito

Una predictibilidad que para los sectores sociales afectados no llega de sorpresa, al igual que no debería coger a nadie desprevenido que esta nueva visión coescrita por Jordan Peele se ajuste a la visión del terror que ha construido con su marca en solo unos pocos años. ‘Candyman’ causó un fuerte efecto en Peele, y al igual que su próximo reboot de ‘El sótano del miedo’ de Wes Craven, son títulos de cine que afectaron profundamente la conciencia de toda una comunidad que las ha abrazado y convertido en sus propios referentes.

La película de DaCosta tan solo es una formalización de una tradición que para muchos ha estado enterrada y apartada del ojo público. ‘Candyman’ es uno de los pocos iconos que ha tenido en cuenta a un factor de la población americana y su veneración es una manifestación cultural que nos habla mucho de lo que pasa a puerta cerrada y lejos de los medios de comunicación principales. Como la propia leyenda urbana del film, que surge en los guetos, el personaje de Tony Todd es un ídolo real para un fandom que existía desde hace décadas.

Candyman

El guion coescrito por Peele se aleja de la trama de su original, y trata el mito como un redescubrimiento oculto, haciendo hincapié en la idea del hombre dulce como una idea olvidada que se expande e infecta. Todo a través de un artista abocado a una espiral de decadencia similar a ‘La mosca’ de Cronenberg, aquí sobre los hombros de un impresionante Yahya Abdul-Mateen II, incluso con temas comunes a la obra de Clive Barker en su sentido más amplio, guardando paralelismos con la obsesión que consume al protagonista de ‘El tren de la carne de medianoche’, cambiando el periodismo o la fotografía por el arte.

Di su nombre

No es baladí que la nueva ‘Candyman’ se ambiente en el clasista mundo artístico del Chicago gentrificado, teniendo en cuenta que en su origen, el personaje era un artista, significando ahora su crítica, a través del ridículo y la sangre, en la frivolidad de las galerías, pero diferenciándose del retrato de obras como ‘Velvet Buzzsaw’ llevando su sátira a los conceptos de apropiación cultural asociados, como evidencia la elocuente línea del guion “Aman nuestra obra, pero no a nosotros”.

Sin embargo, el corazón de la obra se trata de colectivizar el concepto de ‘Candyman’, dando nuevo significado a detalles de su mitología, como la idea del enjambre y toda una comunidad como uno solo, o la audaz revisión del “Say my name”, utilizado en el tráiler con la canción de Destiny’s Child y con un nuevo doble sentido cuando se repite su nombre frente al espejo. Tengamos en cuenta el “Say His Name” en relación a las manifestaciones por Floyd y cómo la película se adelantó también a ello en 2019. No por casualidad se usa el nombre del Candyman original, Daniel Robitaille, en los créditos.

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Más allá de su contenido, DaCosta se muestra muy confiada, con una dirección elegante y caleidoscópica que construye una atmósfera siniestra llena de ideas visuales, con muchos apuntes de body horror y exquisitas secuencias de sombras chinescas que se intercalan para dar contexto (y relatan algunas historias reales durante los créditos). Hay ramalazos de slasher, pero muchas veces se integran de forma orgánica a la narración, proponiendo muertes no necesariamente en el centro del cuadro sino, a menudo, como parte de la composición e incluso con una distancia considerable a la acción del plano.

La mirada desde el otro lado del espejo

DaCosta indaga en el dolor para fabricar un monstruo funesto, atemporal, totalmente relevante y válido en 2021, con un clasicismo que añora el lado simpatético de los grandes iconos del género, pero esquiva de forma elegante mostrar el sufrimiento de individuos de piel negra, a diferencia de series como ‘Them’, que arrojan puro torture porn como acicate. Aquí la puesta en escena a menudo deja espacio a la imaginación con el uso de espejos. Es una constante. Incluso se convierte en una herramienta de narración a lo largo de toda la película.

Como ese momento en el que una abeja andando por la parte imposible del cristal nos sugiere que quizá la perspectiva del protagonista esté al otro lado del espejo y no al contrario. No solo nos da una pista sobre el estado del personaje, sino quizá la clave sobre la mirada a toda la película desde su mismo inicio: el logo de Universal, el de Monkey Paw y el león de MGM también aparecen invertidos como en un reflejo antes de empezar.

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La cautivadora secuencia de créditos parece una refracción en contrapicado de la perspectiva con la que abría la película de Bernard Rose. Quizá ese detalle signifique algo más que un guiño voluble, puede que Jordan Peele y Nia Dacosta nos estén invitando a echar una mirada desde ese otro lado del espejo, para mirar la original bajo su óptica especular fuera del privilegio. ‘Candyman’ significa otra cosa en 2021 y cuesta pensar en una manera más tétrica, trágica y fascinante de tratar de hacérselo ver a quienes piensan que el cine de Jordan Peele es oportunista.

Via:Espinof

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