Hace poco alguien me comentó que prefería las películas a las series porque no les quedaba más remedio que ir al grano. Ponía de ejemplo 'Furiosa: De la saga Mad Max', y en cómo el entrenamiento de su protagonista que George Miller omite podría haber ocupado uno, dos o tres episodios sin tener por qué aportar nada sustancial. Ni sí, ni no. Al fin y al cabo si un libro puede llegar a tener más de mil páginas no es tanto por los hechos que narra, sino por cómo los narra.
Cuestión de estilo, el que sin duda tiene 'The Boys', lo suficiente como para haberse abierto un hueco y establecer un universo superheroico propio sustentado en la violencia, el gore sin tapujos y muchos penes (aunque ni una sola teta). Ahora nos llega su cuarta temporada, la cual un servidor ha vuelto a disfrutar como ha hecho con las anteriores... si bien con algunas reservas. Las mismas que no obstante pueden surgir cuando cualquier serie se alarga...
... y no tiene una hoja de ruta clara más allá de sus líneas maestras. En el caso de 'The Boys' el enfrentamiento entre Patriota y Carnicero, como bien ha dejado claro Eric Kripke -creador de la serie- al anunciar que la quinta temporada será la última... al menos para estos personajes. Una sabía decisión como demostraron las once temporadas (y los spin-off) de 'The Walking Dead'. Y no es tanto saber cuándo hay que parar como comprender hasta cuánto se puede dilatar.
Dejando de lado su cariz gamberro y claramente lúdico, esta cuarta temporada de 'The Boys' juega con ideas muy potentes, siendo sobre el papel la más interesante. Y es que después de tres temporadas parece que por fin intenta ir más allá de la violencia desprejuiciada y el divertimento superficial. Para ello abraza ya sin disimulo lo que en las anteriores estaba presente aunque no fuera tan relevante: Su condición de reflejo distorsionado (o no) de la realidad.
Es obvio cuando por ejemplo se escogen fechas como el 6 de enero para un determinado suceso. Este subtexto, aun a pesar de su falta de sutileza y agudeza, sin duda enriquece a esta serie encantada de haberse conocido y que parecía camino de quedarse tan estancada como lo fue haciendo 'The Walking Dead'. Aunque algo de eso sigue habiendo, pues 'The Boys' sigue siendo una ficción seriada y no una película con la necesidad de ir al grano...
De aquí surgen las reservas que mencionaba, y también las preferencias de mi amigo. Sin la necesidad de ir a por todas, 'The Boys' juega a arreones y sin ninguna intención de matar el partido en esta cuarta temporada, como tampoco la tuvo en la segunda o en la tercera. De ahí que sus buenas ideas tengan que compartir espacio con otras pensadas para alargar la historia, por más que al igual que el (posible) entrenamiento de Furiosa no aporten nada sustancial.
Es algo parecido a lo que sucedía en las últimas temporadas de 'Juego de tronos', series a las que el éxito han situado en una relativa zona de confort que tiende a matar la incertidumbre y a favorecer la complacencia, tan efectiva y gozosa como también carente del impacto y el regusto de sus inicios. Pan y circo de ambición diametralmente opuesta a la del espectador que sabe bien pero no termina de alimentar, y que al no ir a más parece que va a menos.
La cuarta temporada de 'The Boys' está bien y se disfruta, a ratos más y a ratos menos que las anteriores. Pero su relativa irregularidad y falta de constancia y resolución como, digamos, puente entre origen y destino juegan en su contra. Falta de resolución, o de valentía. O de necesidad. De saberse ganador de un partido que mata con cuatro zarpazos que todo hay que decir, dejan buen sabor de boca. Pero también la sensación de falta de esfuerzo y de ambición.
De aun siendo en gran medida satisfactoria, estar rindiendo por debajo de sus posibilidades, sobrevivir a base de chispazos puntuales y estar armando un discurso más efectista y populista que convincente... o consecuente.
Por Juan Pairet Iglesias
Via: El séptimo arte
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