'Los destellos' encapsula la tristeza compleja e infinita de acompañar en la muerte, pero Pilar Palomero se niega a que sea una película lacrimógena | Festival de San Sebastián 2024


 Todos tenemos miedo a la muerte. Incluso los que afirman con mucha sobriedad que es algo natural viven aterrorizados de la gran oscuridad eterna, del vacío que estaba antes del nacer, de la nada a la que no sabemos cómo enfrentarnos. De hecho, el temor es tan grande que de él han nacido, desde la antigüedad, cientos de explicaciones místicas que, en el fondo, solo son la respuesta humana al miedo a no existir. Y es normal, porque aunque la vida sea perra (y lo es), queremos aferrarnos a esos pequeños instantes de felicidad, esos bailes en el salón, esas sonrisas robadas al tiempo, esos pequeños destellos sorprendentes que hacen que buscarle sentido a la muerte sea, quizá, el mayor sinsentido de la vida.

Rutinaria tristeza

Lo nuevo (y, por ahora, lo mejor) de Pilar Palomero no habla de la muerte como institución y como gran drama humano o como castigo eterno por el que arrepentirnos de los pecados que cometimos en vida. Trata de otra cosa aún más terrorífica que el final: sentir cómo estás llegando a él de manera inexorable… y de cómo acompañar a alguien en esos momentos sin venirse abajo. ‘Los destellos’ muestra un lento apagarse tratando de hacerlo con cierta dignidad, aprovechando esos pequeños momentos de medida alegría que sirven de despiadada despedida a la vida.

‘Los destellos’ es una película tan compleja de tratar, de hacer y de entender que es sorprendente que parezca tan fácil llevarla a cabo. Que nos pueda dejar la sensación de que no cuenta nada cuando, en realidad, lo está contando todo: el sentimiento de unión desesperado que nos deja el futuro adiós, los sentimientos desbordados e irreconocibles, las lágrimas que se resisten a caer (porque ya han caído todas durante meses) ante la seguridad de un mañana donde dejarás de ser tú. Palomero consigue retratar un sentimiento terriblemente complejo, y lo hace sin histrionismos, gritos ni salvajadas interpretativas.

De hecho, es sorprendente lo controlados que están Antonio de la Torre y Patricia López Arnaiz a lo largo del metraje: lejos de grandes dramas lacrimógenos imposibles, ambos se constriñen, lo dan todo en las miradas, en los gestos sutiles, en las caricias rotas. Pilar Palomero ha rodado una película sutil y muy personal, mucho más medida que sus obras anteriores, demostrando su madurez como cineasta. Es fría cuando debe serlo, pero es capaz de dar luz y calor cuando lo necesita en una curiosa amalgama fílmica que termina de la manera más cálida y, al mismo tiempo, más estática, aceptando la realidad inexorable de la vida con una renovada e inesperada esperanza por el futuro.

Una película de muerte

Morirse es difícil (debe serlo, por mucho que carezca de experiencia para afirmarlo), pero también lo es ser la persona que te acompaña en un viaje que todos sabemos que no tiene billete de vuelta. Eso no significa que ‘Los destellos’ nazca con la idea de ser un lacrimógeno drama o un pastiche cualquiera, ni mucho menos: de hecho, Julián López (que ojalá se prodigara más en este tipo de cintas y menos en las comedietas españolas de medio pelo para las que le llaman) aporta una luminosidad extraordinaria al metraje, llenando cada plano de esperanza y luz para su protagonista y su hija, que, inconscientemente y sin que nunca se especifique, se cuelgan de su personaje para poder soportar el dolor y mirar al futuro sin venirse abajo.

La película se abre lentamente, desde la reticencia a aceptar la realidad de los propios sentimientos (ese “No creo que papá llegue a verano”) hasta el redescubrimiento no verbalizado de aquello que une a sus dos protagonistas, culminando con algunas de las escenas más inesperadamente bellas del cine español de los últimos años: los abrazos por sorpresa, las anécdotas contadas a voz en grito, los brindis con amigos, el dolor compartido, las caricias en el pelo, las confesiones que saben a vida. Pero Palomero no permite nunca que su película se desvíe ni rompa con las personalidades de sus personajes, que no requieren de grandes puntos de giro para resultar convincentes, emocionantes, reales y únicas.

Esta es una película de silencios. No solo en esa casa en la que solo se rompen con la llegada de amigos y los médicos de cuidados paliativos, sino también en las confesiones que nunca llegan a hacerse, los sentimientos que se quedan anclados en la garganta y que cualquier guion habría matado por incluir. Sin embargo, ‘Los destellos’ se niega fervientemente a dar su brazo a torcer ante los efectismos y la lágrima fácil. Es una película triste y tenue como las más amargas despedidas, pero la directora parece perfectamente consciente de que perder a alguien lentamente drena tanto por dentro que, al final, la lágrima apenas tiene sentido. Que es una despedida día a día, en la que solo queda la pena bañada por esos pequeños destellos que nos recuerdan que, incluso en la muerte, vivir vale la pena.

Probablemente ‘Los destellos’ no guste a todo el mundo, y es normal, y no solo por un ritmo más bien lento e inapropiado para un público que exige que la trama nunca pare de avanzar. No es agradable de ver ni de entender, porque nadie quiere que le recuerden el lento decaimiento, el amargo final, el irse un poco cada día, el despedirse cada noche sin saber si habrá un mañana para tu ser querido. Su directora ha sido capaz de encapsular la tristeza, de permitirnos echar un vistazo, casi voyeurístico, en unos sentimientos inabarcables e imposibles de resumir. Quizá no sea una de las mejores películas del año, pero sí es una de esas que, casi sin darte cuenta, se queda a vivir contigo, recordándote lo efímero, lo triste y, sí, lo hermoso de las sombras.

Texto: Randy Meeks                                   Foto/Via: Espinof

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