69 Seminci - Parte VI

Bienvenidos a la sexta de las crónicas que iremos dedicando día tras día a la edición número 69 de la Seminci - Semana Internacional de Cine de Valladolid, la segunda que un servidor cubrirá para El Séptimo Arte.

 

'La red fantasma' - Algo así como una versión más minimalista, comedida y supongo que también más realista (y nada efectista) del 'Múnich' de Steven Spielberg en la que un joven sirio, tras salir de la prisión militar de Saydnaya, se refugia en Europa, donde entra a formar parte de un grupo secreto que se dedica a perseguir a dirigentes fugitivos del régimen. La película de Jonathan Millet es un thriller de espionaje que recuerda algo a 'Oficina de infiltrados'; al menos en un riguroso, sobrio y contenido planteamiento formal que hace hincapié en las cuestiones dramáticas y no en la violencia o en la tensión que, al igual que por ejemplo también ocurre en 'Las habitaciones rojas', siempre están presentes entre líneas, y latiendo de manera soterrada pero a las que nunca se les da rienda suelta ni se les deja adueñarse del relato. Lejos de caer en tópicos sensacionalistas, Millet asume la distancia necesaria e infunde tensión en cada secuencia a través del rostro de Adam Bessa, derivando en una inquieta denuncia política que refleja la dura realidad social de un país marcado y dividido por la guerra. *******

 

'Harvest' - La nueva película de Athina Rachel Tsangari pretende ser una fábula poética un tanto desconcertante. Y en gran medida lo es, aunque no de la manera en la que se propone ni en el mejor de los sentidos. Y es que a la cineasta le ocurre lo mismo que a veces sucede con cineastas como M. Night Shyamalan, y es que anteponen el artista y su rúbrica a la obra y al sentido común. Como si nunca pudieran recurrir al sota, caballo y rey. Ir directos al grano. Si a eso le añadimos que Tsangari no acierta a ligar sus ingredientes unos con otros, nos encontramos con un guiso "con cosas" cuyo pretendido desconcierto se transforma en confusión. En una retahíla de momentos sueltos que a pesar de algunas imágenes poderosas suman una narrativa inconexa, poco expresiva e irregular que funciona a trompicones sin resolver de manera satisfactoria ninguno de sus conflictos y cuya aparente suciedad, además, carece de la visceralidad y crudeza necesarios para provocar o incomodar al espectador (como por ejemplo hacía Paul Verhoeven en 'Los señores del acero'). Y es que, en resumen, se siente como una performance... ******

 

'El último suspiro' - Costa-Gavras tiene 91 años. Y no por casualidad, esta adaptación del libro escrito por el filósofo Régis Debray y el médico Claude Grange sobre cómo afrontar "el punto y final de la vida" de manera digna es el tipo de película que haría alguien con 91 años. Se la puede considerar una película de antología con muy poco margen de error, aunque llamarla película se le queda quizá algo grande. Y es que, aunque pueda sonar mal decirlo de esta manera, Costa-Gavras parece que está afrontando y/o asumiendo su realidad antes que contando una historia, en lo que parece un seminario algo mejor empaquetado que el típico vídeo de autoayuda y/o institucional. Filmado con la sobriedad y solvencia funcional de un cineasta que lleva toda una vida dedicada al cine, pero sin una progresión dramática o emocional que la dote de sentido o propósito cinematográfico. Una sucesión de historietas y conversaciones amenas que de forma intermitente pueden inspirar, pero que en su conjunto no llaman más la atención de lo que lo puedan hacer un recorte de un periódico o una nota de prensa.  ******

 

'Holy Cow' - Partamos de esta base: se trata de un relato naturalista poco creíble en el que, por ejemplo, un chaval de 18 años sin trabajo, estudios o ingresos y que sólo sabe beber cerveza se hace cargo de una niña de 7 años sin que nadie diga ni mú. O que se quiere presentar a un exigente concurso agrícola sin siquiera haberse leído las normas... a pesar de que uno de sus mejores amigos empeña su coche para que lo pueda hacer (para luego por cierto recuperarlo sin que nadie explique cómo). Da igual. Aceptemos pulpo como animal de compañía por el bien de la causa. ¿Qué causa? La de un 'coming of age' quesero que no destaca por nada en particular. Es agradable, se deja ver, fluye con ligereza y se agradece que no cargue las tintas en lo dramático, siendo en esencia una comedia ligera (peligrosamente cercana a lo "remakeable"). O más bien, una comedieta entretenida con cierto encanto pero que resulta demasiado sencilla, directa, clásica y perfilada como para sobrevivir al momento y arraigar en la memoria. ******


Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias

Via: El séptimo arte

 

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