Ya he visto la serie de 'Dune' y no es lo que esperaba. La ávida precuela de la estupenda franquicia de ciencia ficción no me acaba de conquistar
Teniendo en cuenta que a día de hoy las 'Dune' de Denis Villeneuve son probablemente de los mejores ejemplos de ciencia ficción actual y exitosa, el que haya corrido tanto peligro la siguiente entrega de la franquicia ambientada en el universo creado por Frank Herbert era algo extraño.
Tras una complicadísima producción que ha incluido cambios de creativos y actrices principales, este lunes 18 por fin llegó a Max 'Dune: La profecía' (Dune: Prophecy), serie original de HBO que nos lleva diez mil años antes de las películas protagonizadas por Timothée Chalamet.
Seis episodios (de los cuales he visto cuatro) que demuestran dos cosas principales. La primera: que la sombra de 'Juego de Tronos' es muy alargada y alcanza planetas lejanos. Y la segunda: que si el material a adaptar no es bueno (aquí hay bastante consenso al respecto) necesitas guionistas capaces de elevarlo todo.
Al respecto, he de decir que una de las grandes dudas que tenía de la serie es exactamente qué significaba el hecho de que estaba inspirada en la novela de Brian Herbert y Kevin J. Anderson. Reconozco que no he leído 'Sisterhood of Dune', pero sí que desde el comienzo se ve cómo 'La profecía' se aleja del texto, sirviendo esta y las demás de la trilogía casi más de base para una aventura que, en realidad, transcurre décadas después.
Dune de tronos
No quiero meterme demasiado en spoilers, pero básicamente la serie arranca estableciendo tanto el contexto sociohistórico de este universo —han pasado décadas desde el final de la guerra, las máquinas pensantes es tecnología prohibida, el emperador Javicco Corrino intenta mantener la frágil paz tanto en el imperio como entre las casas— y la visión con la que se formó una hermandad de "contadoras de verdad" y su red desplegada por todos lados, haciendo de consejeras y con su propias intenciones.
Intenciones que pasan por un plan a muy largo plazo en la gran visión que Valya Harkonnen (Emily Watson) hereda de la madre superiora de la hermandad, Raquella Berto-Anirul (Cathy Tyson), y que con su ambición cambiará, se supone, el futuro de los equilibrios de poder del imperio.
Más allá de cierto choque al meternos en un (varios) mundo que no es Arrakis, el guion de Diane Ademu-John creo que hace un buen trabajo al presentarnos esta galaxia de personajes y cómo encajan en este mundo relativamente nuevo. Sin embargo, reconozco que he echado un poco de menos en este sentido un poco más de contexto a la hora de definir las instituciones que no son la "Hermandad".
Esto último, sobre todo cuando hay cierto toque de intrigas palaciegas y, en el fondo, los planes que tiene Valya pasan no solo por el hecho de que la Hermandad gane mucho más poder sino también de que los Harkonnen deje de ser una casa decadente. Esta falta de definición hace que muchas escenas se pierdan en diálogos interminables declamados por cabezas parlantes.
Ambiciosa pero no emocionante
Como digo al comienzo de esta crítica, la sombra de 'Juego de tronos' y compañía es bastante alargada y 'Dune: La profecía' juega un poco a eso. La pena es que no termina de funcionar demasiado bien en este sentido e incluso las cosas más interesantes (como el personaje de Travis Fimmel) y las partes más sobrenaturales a veces pierden un poco de fuerza.
Donde mejor funciona la serie es, desde luego, con su reparto. Nada extraño teniendo en cuenta que tenemos a Emily Watson, Olivia Williams y compañía. Es verdad que no todos están al mismo nivel (Chris Mason no me convence para nada), pero en líneas generales es una de las mayores bazas.
No sabemos exactamente cuánto del proyecto original, antes de que le diesen una vuelta, ha logrado sobrevivir a la criba pero sí que está claro que se nota que en 'Dune: La profecía' no ha habido un rumbo claro y no han logrado enderezarlo. Escrituras y reescrituras aparte y más allá de lo vistoso, la serie de ciencia ficción no llega a despegar en ningún momento. Es ambiciosa sí, pero carente de emoción.
Texto: Albertini Foto/Via: Espinof
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