David Trueba trata con ternura un amor imposible a través de la edad y los corazones rotos en 'Siempre es invierno'


 Es fácil caer en el tópico y decir que no has vivido si no has amado, pero la verdad es, como la vida en sí misma, mucho más compleja. No has vivido si no has estado perdido, si no has sentido que el corazón se te partía en mil pedazos, si no has aprendido a recomponerte, si no has hecho locuras, si no te has decepcionado una y mil veces.

'Siempre es invierno', desde una perspectiva cultureta pero no por ello alejada de un entorno global, explora ese año que pasa desde que el amor de tu vida decide marcharse de tu lado hasta que, finalmente, ves el amanecer otra vez. Y es bonito, sí. Pero sigues igual de perdido.

Invierno en mi corazón

Siempre es invierno cuando no hay amor. Esa es la premisa de lo nuevo de David Trueba, se estrena el próximo 7 de noviembre en cines y es quizá su obra moderna más accesible (con permiso de la fabulosa serie '¿Qué fue de Jorge Sanz?'). Con estructura de comedia romántica pero al mismo tiempo totalmente alejada del género, seguimos a un arquitecto en ciernes en el año más difícil de su vida, sus dislates amorosos, sus decepciones laborales y sus amistades inesperadas. Y para indagar en este año, Trueba tira de una sensibilidad y una ternura que quizá el propio personaje cree no merecer.

La película se aleja de cualquier tópico para mostrar su relación con una mujer que le dobla en edad, la fabulosa Isabelle Renaud, que no teme mostrarse desnuda ante una cámara que en tiempos actuales parece habernos convencido de que el cuerpo de los ancianos no puede ser sexy y solo sirve para asustar en películas de terror. 'Siempre es invierno' devuelve una delicadeza, una sencillez y una naturalidad tan inéditas como apasionantes, especialmente en la fantástica escena de su primera relación sexual, donde se abordan todos los temas posibles (la inseguridad, la vergüenza, los problemas fisiológicos) con una espontaneidad digna de elogio.

La única pena es que Trueba acaba siendo esclavo de su propia estructura, y dedica un tiempo excesivo a plantear la disyuntiva amorosa de su protagonista, dejando el resto del año en segundo plano: la película se centra en ese enero fatídico y pasa a toda velocidad por los meses donde su vida se resiente más hasta tomar una decisión final comprensible pero algo descolgada. Es como si el director tuviera dos películas distintas en mente, y claramente una le interesara más que la otra, pero no se decidiera a tirar por la borda ninguna de las dos. Y esta indecisión, al final, acaba por dañar a una narrativa que necesitaba airearse más.

Bélgica, qué hermosa eres

Hay un momento en el que una chica, desnuda en la cama de Miguel (o "Migüel", según quién sea su acompañante), le pregunta, de manera muy consciente, si ella es una relación tirita, que le ayuda a curar, o trampolín, que usa como impulso para ir hacia otra.

Siempre es invierno

Esta deshumanización del amor entronca directamente con el leitmotiv de la cinta, el encontronazo con tus propios sentimientos a pesar de tu propia y consistente negación a cualquier precio (esa conversación fugaz con Vito Sanz donde trata de quitar peso a su encuentro sexual con la mujer francesa). Miguel ni siente, ni padece: solo trata de mantenerse a salvo y respirar en un río que le arrastra de manera continua.

Sin embargo, no hay ni siquiera un conato de tragedia en 'Siempre es invierno', que se erige como una película con un perpetuo tinte cómico, mostrando el patetismo de su protagonista como un elemento que es, al mismo tiempo, su mayor defecto y virtud. Para ello, nada mejor que el gran David Verdaguer (haciendo, una vez más, de David Verdaguer), que aporta a la cinta una sensibilidad exquisita sin dejar nunca de mostrarse como un perdedor con suerte que no es capaz de ver todo lo que ha evolucionado en un solo año.

'Siempre es invierno', perdida en ocasiones en su propio maremágnum incansable de ideas (los paisajes para móvil, el encontronazo en el tren, la mudanza a Barcelona) es una película inusual en nuestro cine, y es posible que no haga ninguna gracia a los que esperan un humor menos elaborado (más, por así decirlo, de carcajada) o que aborrecen a los protagonistas culturetas.

No hay nada de normal, cañí o monótono en la vida de este arquitecto en ciernes que vive entre certámenes, viajes a Bélgica, casas en Mallorca, proyectos para genios coreanos y amores sexagenarios, más allá de la desazón vital y la eterna duda que siempre viene unida al desamor y que abraza, sin saberlo, con la fuerza de quien sabe que no tiene nada que perder.

Texto:   Randy Meeks                                      Foto/Via. Espinof

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