Antes de adaptar sus cómics al cine, la Casa de las Ideas adaptaba
filmes al cómic. Los resultados fueron muy ochenteros... y, a veces, muy
atroces.
Ahora, Marvel es uno de los nombres de referencia en Hollywood: llena de fama y poderío, la Casa de las Ideas se ha convertido en un juggernaut dispuesto a invadir las pantallas con disfraces coloristas, superpoderes y cameos graciosetes de Stan Lee. Algo que nos alegra mucho, pero que a los más veteranos del lugar no deja de sorprendernos. Porque, cinemaníacos y cinemaníacas, hace algunas décadas Marvel no adaptaba cómics al cine, sino todo lo contrario: una de las especialidades de la editorial era adaptar películas al cómic.
En el ecuador de los 70 y los 80, una Marvel siempre apurada en lo económico y rebosante (para variar) de ideas de bombero decidió probar suerte con una táctica que ya había ensayado en los años anteriores: licenciar filmes presuntamente rentables, y llevarlos a los quioscos. Los tebeos fruto de dichos acuerdos, lanzados en su mayoría a través de la colección Marvel Super Special, no sólo servían como cebo para coleccionistas, o como recordatorio del filme en los hogares huérfanos de vídeo doméstico, sino que también (por cosas de los calendarios de estrenos) se publicaban fuera de EE UU incluso antes que la película de turno. Hay que decir, además, que los escritores y dibujantes encargados de realizarlos sufrían lo suyo: en la mayoría de los casos no podían ver los filmes, así que debían basar sus trabajos en una copia del guión y en unas pocas fotos facilitadas amablemente por la productora. Lo cual, si bien árduo, les llevaba a incluir en sus trabajos escenas que acabarían siendo eliminadas del montaje final. La selección de licencias, por otra parte, hizo que en los ‘cine-cómics’ de Marvel hubiese espacio para lo mejorcito del cine ochentero… pero también para lo peor. Compruébalo en este repaso.
La primera adaptación de cine acometida por los especiales de Marvel resultó un trabajo infernal, en parte debido a un tal Steven Spielberg. El hombre de la gorra estaba tan empeñado en mantener su odisea alienígena-costumbrista en secreto que los encargados del cómic (el guionista Archie Goodwin, y el fenomenal equipo gráfico de Walter Simonson y Klaus Janson) pasaron las de Caín tratando de obtener algo remotamente similar a la película. En todo caso, el producto debió funcionar bien en los quioscos, porque ese mismo año la casa publicó su adaptación de Tiburón 2, esta vez con un titán como Gene Colan a los lápices.
Esto es una paradoja, ¿verdad? Décadas ha, cuando los Guardianes de la Galaxia eran uno de sus productos menos triunfadores, Marvel decidió poner en valor al líder del equipo dotándole con un especial en formato de lujo para él solito. El resultado,si bien bastante profético, apenas guarda relación con la versión actual del personaje, y menos aún con ese Chris Pratt tan metepatas y descarado que nos presentó la película de James Gunn. Aun así, estamos seguros de que al Peter Quill que conocimos en pantalla grande le encantaría verse retratado así de señor, y con esa chati de bikini metálico abrazada a la pierna.
Cuando la saga del Enterprise tuvo su primera excursión a pantalla grande (de la mano de Robert Wise, recordemos), los capitostes de Marvel aprovecharon la oportunidad para hacerse con los derechos de la franquicia. El resultado fue este especial que adaptaba el filme de forma bastante digna, con Marv Wolfman y Dave Cockrum a cargo del cotarro. Pero la alegría duró poco: la colección de cómics resultante, lastrada por conflictos legales, sólo aguantó hasta 1981… Y, tres años más tarde, DC Comics aprovechaba el estreno de Star Trek: La ira de Khan para llevarse a su redil a Kirk, Spock y compañía.
Si la relación entre Marvel y Spielberg comenzó de forma tormentosa, la Casa de las Ideas y George Lucas vivieron un idilio a partir de 1977: tras adaptar la primera película de la saga en formato comic book, la editorial contó con el gran Roy Thomas para dirigir una serie de cómics muy apañada, que habría de quedar como uno de sus títulos más vendedores durante diez años largos. A la hora de llevar El Imperio contraataca a las viñetas, la cosa mantuvo un aceptable perfil gracias a Al Williamson, uno de los dibujantes más warsies de la compañía.
Para empezar, dejemos claro que esto no es una broma: tras haberse encargado ya de adaptar Meteoro (filme de catástrofes tirando a muy pocho, con Sean Connery al frente del reparto) y de haberse llevado un histórico castañazo con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (sobre el musical inspirado en el disco de The Beatles), la compañía tuvo la ‘genial’ idea de llevar al cómic Xanadú, aquel filme cuyo estreno suscitó la creación de los ‘anti-premios’ Razzie. Nada menos que ocho autores, algunos tan ilustres como J. M DeMatteis y Bill Sienkiewicz, hicieron falta para ultimar tamaño despropósito, en cuya concepción también trabajó Al Milgrom, uno de los artistas más detestados de la historia marvelita. Vista la calidad del percal, lo mismo hubiera bastado con encargarle el marrón a este último…
Tras el mal trago de Encuentros en la tercera fase, Spielberg y Marvel arreglaron sus relaciones gracias a los buenos oficios de George Lucas y del doctor Henry Jones Jr., que acababa de iniciar su triunfal carrera cinematográfica. Aunque Harrison Ford no salga muy bien parado en la portada de Sienkiewicz, las páginas interiores corren a cargo de Walt Simonson, Klaus Janson y el coloso John Buscema, tres nombres que son garantía de calidad.
¿Un histórico rojeras del mundo del cómic, como Howard Chaykin, retratando en viñetas a un icono del Imperio Británico como James Bond? Pues sí: el cómic de los 80 tenía estas cosas. Claro que, para compensar, Chaykin contó como guionista con Larry Hama, experto en historias de guerra y futuro responsable del tebeo de los G.I. Joe. Dada la maña de los implicados, y dado que Solo para sus ojos fue una de las películas más dignas de Roger Moore como 007, el cómic es un buen artículo de colección para amantes del espionaje. Por contra, la adaptación de Octopussy publicada en 1983 dejó bastante que desear…
Aunque parezca difícil de creer, los caminos de Marvel y los de Terry Gilliam se cruzaron a principios de los 80… ¡y el mundo sobrevivió! Toda una decepción, si nos preguntáis: el encuentro entre la Casa de las Ideas y el director más épicamente gafe debería haberse traducido en la visita de un Galactus dispuesto a merendarse nuestro planeta, o, como poco, en la definitiva victoria del Doctor Muerte. Pero su resultado fue un tebeo tirando a corrientito, basado en el segundo largometraje firmado por Gilliam en solitario, y sólo destacable por contar a los lápices con David Lloyd (V de Vendetta).
Una de las mejores (y más incomprendidas) películas fantásticas de los 80, El dragón del lago de fuego contó en su versión de cómic con el talento del guionista Denny O’Neil, autor de algunas de las mejores aventuras de Batman. El dibujo de la artista Marie Severin no es para tirar cohetes, pero resulta detallado a la par que dinámico y plasma al dragón Vermithrax Pejorative sin dejarse una escama.
Tenía que pasar, ¿verdad? Pues pasó. No en vano Marvel llevaba albergando a Conan en sus publicaciones desde 1970, así que una adaptación de su filme estaba más cantada que las Crónicas Nemedias. Para plasmar propiamente la masa corporal de Schwarzenegger, además, la editorial eligió al dibujante más adecuado. Nada menos que John Buscema, uno de los ilustradores que más y mejor han entendido al bárbaro de Cimmeria en el papel, y que repetiría en el cómic de Conan el destructor dos años más tarde.
Según explicábamos al comienzo de este informe, los artistas de Marvel se veían obligados a trabajar con los proverbiales palos y cañas cuando adaptaban una película. Algo que, en este caso particular, conllevaba ciertas ventajas: al guiarse por un ejemplar del guión original, los autores de la adaptación de Blade Runner incluyeron en su cómic varias escenas de esas que Ridley Scott se ha dejado olvidadas en sus sucesivos montajes y remontajes, así como el texto original de la voz en off que nunca llegó a grabarse (y que resulta mucho más digno que el definitivo). Dejando aparte estas singularidades, el cómic le hace justicia a la película… salvo en lo que toca a su portada: pese a haber colaborado en la concepción de Indiana Jones, diríase que el maestro Jim Steranko nunca le pilló del todo el punto a la mandíbula de Harrison Ford.
Dispersa en fondo y forma (cuatro dibujantes, nada menos, trabajaron en su realización), la versión comiquera de El retorno del Jedi resulta apañada, pero poco más. Ahora bien: en ella encontramos una portada formidable (obra, una vez más, de Bill Sienkiewicz) y una nueva sucesión de escenas eliminadas, con especial protagonismo del vínculo entre Luke Skywalker y la princesa Leia. Escenas que nos demuestran, una vez más, lo poco claros que tenía George Lucas tanto el devenir general de su saga como el árbol genealógico de los protagonistas.
¿Qué cara puso Tom DeFalco, ese sufrido currante, cuando le dijeron que debía ilustrar el musical sobre la huerfanita más empalagosa de la historia del cómic (y de Broadway)? No lo sabemos, pero nos lo imaginamos. Duele pensar que, de toda la filmografía de John Huston, Annie haya sido el único de sus títulos en contar con una adaptación oficial en viñetas…
Concebida para promocionar un videojuego que jamás llegó a salir al mercado, Starfighter resultó un mediano fracaso comercial en los cines. Triste sino el suyo, porque se trató de un filme muy divertido y más ochentero que el vestuario de Molly Ringwald en La chica de rosa. Al menos, su versión marvelita contó con el guionista Bill Mantlo, creador de Rocket Raccoon y responsable de colecciones tan entrañablemente disparatadas como Rom, el caballero del espacio y los fabulosos Micronautas.
Cuando nació para las viñetas, allá por 1937, la selvática Sheena era una femme fatale vestida de leopardo, con ojazos de traidora y puñal en ristre. Su adaptación al cine, amén de resultar más mala que la quina, le endosó a la ex ‘chica Bond’ Tanya Roberts uno de esos peinados con sobredosis de laca que ya te estarás imaginando. Y, por si tamaña afrenta fuese poca, la portada del correspondiente cómic de Marvel retrató a esta tarzana con trazos dignos de una novelita romántica de quiosco. Las heroínas de cómic, ya se sabe, nunca lo han tenido fácil.
Amén de un extraordinario portadista (como ya hemos tenido ocasión de comprobar en este informe), Bill Sienkiewicz fue uno de los dibujantes más originales de la Marvel de los 80: sus viñetas para los Nuevos Mutantes, un spin off de X-Men presuntamente juvenil, siguen dándole pesadillas a más de uno a fuer de retorcidas y expresionistas. Así las cosas, el encuentro entre el artista y David Lynch fue un matrimonio hecho en el cielo… o, más bien, en las infernales arenas del planeta Arrakis, con sus gusanos y su especia. Una vez más, el cómic incluyó escenas del filme que no llegaron al montaje final. Y, de hecho, resulta bastante más inteligible que aquel, aunque esto no sea decir demasiado.
Jack Kirby, santo padre fundador del Universo Marvel, escribió y dibujó una memorable adaptación de 2001: Una odisea del espacio, así como varios cómics originales inspirados en la magna obra de Stanley Kubrick. Por desgracia, en 1984 todo aquello era poco más que un recuerdo: ni la secuela firmada por Peter Hyams estaba a la altura del original, ni su versión en viñetas (en la cual participaron Larry Hama y J. M. DeMatteis) lucía el talento cósmico y ciclópeo del maestro a la hora de reactivar la Discovery y recalentar el Monolito. Porque, aunque nos duela admitirlo, los buenos profesionales son una cosa, y los genios otra muy distinta…
Como escribió Roger Ebert, hay películas que sólo admiten una pregunta, y esa pregunta es “¿por qué?”. Tal es el caso de Santa Claus, filme condenado al pitorreo desde su misma concepción: ¿de verdad necesitaba el mundo al veterano actor de carácter David Huddleston luciendo barba postiza, o -lo que es peor- a Dudley Moore vestido de duende? Como no podía ser de otra manera, la película resultó un fracaso de crítica y taquilla (aunque Ebert, menuda paradoja, fue uno de los pocos que la defendieron), y su versión en cómic sigue siendo aún hoy objeto de burlas sin corazón. Ay, qué poco navideña que es la gente…
En contra de lo que pudiera parecer, las relaciones entre Marvel y Jim Henson fueron positivas y provechosas: la Casa de las Ideas no sólo publicó colecciones basadas en las obras del maestro marionetista, como los Pequeñecos y Fraggle Rock, sino que también se hizo cargo de sus trabajos para el cine. Tras Cristal oscuro (1983) y Los Teleñecos conquistan Manhattan (1984, dirigida por Frank Oz), le tocó el turno a Dentro del laberinto: gracias a la buena maña con los lápices de John Buscema, los lectores más pubescentes pudieron contar con una Jennifer Connelly bidimensional… y con ese David Bowie hechicero, dotado con volúmenes espectaculares. Y no nos referimos sólo a su peinado.
Nuestra historia no podía acabar de otra manera: el filme que sumió a George Lucas en la depresión, que finiquitó la carrera de Lea Thompson y que estuvo a punto de sepultar para los restos la de Tim Robbins estuvo basado en un personaje de Marvel, y como tal le correspondió una versión en viñetas que hace aguas desde su portada, y que queda como el último Marvel Super Special jamás publicado. Steve Gerber, creador del desvergonzado palmípedo, debió renegar del tebeo casi tanto como de la película. Y Kyle Baker, futura estrella de los tebeos indie gracias a su novela gráfica Por qué odio Saturno, tendrá que cargar para los restos con esta épica mancha en su historial. Se siente…
Ahora, Marvel es uno de los nombres de referencia en Hollywood: llena de fama y poderío, la Casa de las Ideas se ha convertido en un juggernaut dispuesto a invadir las pantallas con disfraces coloristas, superpoderes y cameos graciosetes de Stan Lee. Algo que nos alegra mucho, pero que a los más veteranos del lugar no deja de sorprendernos. Porque, cinemaníacos y cinemaníacas, hace algunas décadas Marvel no adaptaba cómics al cine, sino todo lo contrario: una de las especialidades de la editorial era adaptar películas al cómic.
En el ecuador de los 70 y los 80, una Marvel siempre apurada en lo económico y rebosante (para variar) de ideas de bombero decidió probar suerte con una táctica que ya había ensayado en los años anteriores: licenciar filmes presuntamente rentables, y llevarlos a los quioscos. Los tebeos fruto de dichos acuerdos, lanzados en su mayoría a través de la colección Marvel Super Special, no sólo servían como cebo para coleccionistas, o como recordatorio del filme en los hogares huérfanos de vídeo doméstico, sino que también (por cosas de los calendarios de estrenos) se publicaban fuera de EE UU incluso antes que la película de turno. Hay que decir, además, que los escritores y dibujantes encargados de realizarlos sufrían lo suyo: en la mayoría de los casos no podían ver los filmes, así que debían basar sus trabajos en una copia del guión y en unas pocas fotos facilitadas amablemente por la productora. Lo cual, si bien árduo, les llevaba a incluir en sus trabajos escenas que acabarían siendo eliminadas del montaje final. La selección de licencias, por otra parte, hizo que en los ‘cine-cómics’ de Marvel hubiese espacio para lo mejorcito del cine ochentero… pero también para lo peor. Compruébalo en este repaso.
Encuentros en la tercera fase (1978)
La primera adaptación de cine acometida por los especiales de Marvel resultó un trabajo infernal, en parte debido a un tal Steven Spielberg. El hombre de la gorra estaba tan empeñado en mantener su odisea alienígena-costumbrista en secreto que los encargados del cómic (el guionista Archie Goodwin, y el fenomenal equipo gráfico de Walter Simonson y Klaus Janson) pasaron las de Caín tratando de obtener algo remotamente similar a la película. En todo caso, el producto debió funcionar bien en los quioscos, porque ese mismo año la casa publicó su adaptación de Tiburón 2, esta vez con un titán como Gene Colan a los lápices.
Star-Lord (1979)
Esto es una paradoja, ¿verdad? Décadas ha, cuando los Guardianes de la Galaxia eran uno de sus productos menos triunfadores, Marvel decidió poner en valor al líder del equipo dotándole con un especial en formato de lujo para él solito. El resultado,si bien bastante profético, apenas guarda relación con la versión actual del personaje, y menos aún con ese Chris Pratt tan metepatas y descarado que nos presentó la película de James Gunn. Aun así, estamos seguros de que al Peter Quill que conocimos en pantalla grande le encantaría verse retratado así de señor, y con esa chati de bikini metálico abrazada a la pierna.
Star Trek: La película (1979)
Cuando la saga del Enterprise tuvo su primera excursión a pantalla grande (de la mano de Robert Wise, recordemos), los capitostes de Marvel aprovecharon la oportunidad para hacerse con los derechos de la franquicia. El resultado fue este especial que adaptaba el filme de forma bastante digna, con Marv Wolfman y Dave Cockrum a cargo del cotarro. Pero la alegría duró poco: la colección de cómics resultante, lastrada por conflictos legales, sólo aguantó hasta 1981… Y, tres años más tarde, DC Comics aprovechaba el estreno de Star Trek: La ira de Khan para llevarse a su redil a Kirk, Spock y compañía.
El Imperio contraataca (1980)
Si la relación entre Marvel y Spielberg comenzó de forma tormentosa, la Casa de las Ideas y George Lucas vivieron un idilio a partir de 1977: tras adaptar la primera película de la saga en formato comic book, la editorial contó con el gran Roy Thomas para dirigir una serie de cómics muy apañada, que habría de quedar como uno de sus títulos más vendedores durante diez años largos. A la hora de llevar El Imperio contraataca a las viñetas, la cosa mantuvo un aceptable perfil gracias a Al Williamson, uno de los dibujantes más warsies de la compañía.
Xanadú (1980)
Para empezar, dejemos claro que esto no es una broma: tras haberse encargado ya de adaptar Meteoro (filme de catástrofes tirando a muy pocho, con Sean Connery al frente del reparto) y de haberse llevado un histórico castañazo con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (sobre el musical inspirado en el disco de The Beatles), la compañía tuvo la ‘genial’ idea de llevar al cómic Xanadú, aquel filme cuyo estreno suscitó la creación de los ‘anti-premios’ Razzie. Nada menos que ocho autores, algunos tan ilustres como J. M DeMatteis y Bill Sienkiewicz, hicieron falta para ultimar tamaño despropósito, en cuya concepción también trabajó Al Milgrom, uno de los artistas más detestados de la historia marvelita. Vista la calidad del percal, lo mismo hubiera bastado con encargarle el marrón a este último…
En busca del Arca perdida (1981)
Tras el mal trago de Encuentros en la tercera fase, Spielberg y Marvel arreglaron sus relaciones gracias a los buenos oficios de George Lucas y del doctor Henry Jones Jr., que acababa de iniciar su triunfal carrera cinematográfica. Aunque Harrison Ford no salga muy bien parado en la portada de Sienkiewicz, las páginas interiores corren a cargo de Walt Simonson, Klaus Janson y el coloso John Buscema, tres nombres que son garantía de calidad.
Sólo para sus ojos (1981)
¿Un histórico rojeras del mundo del cómic, como Howard Chaykin, retratando en viñetas a un icono del Imperio Británico como James Bond? Pues sí: el cómic de los 80 tenía estas cosas. Claro que, para compensar, Chaykin contó como guionista con Larry Hama, experto en historias de guerra y futuro responsable del tebeo de los G.I. Joe. Dada la maña de los implicados, y dado que Solo para sus ojos fue una de las películas más dignas de Roger Moore como 007, el cómic es un buen artículo de colección para amantes del espionaje. Por contra, la adaptación de Octopussy publicada en 1983 dejó bastante que desear…
Los héroes del tiempo (1981)
Aunque parezca difícil de creer, los caminos de Marvel y los de Terry Gilliam se cruzaron a principios de los 80… ¡y el mundo sobrevivió! Toda una decepción, si nos preguntáis: el encuentro entre la Casa de las Ideas y el director más épicamente gafe debería haberse traducido en la visita de un Galactus dispuesto a merendarse nuestro planeta, o, como poco, en la definitiva victoria del Doctor Muerte. Pero su resultado fue un tebeo tirando a corrientito, basado en el segundo largometraje firmado por Gilliam en solitario, y sólo destacable por contar a los lápices con David Lloyd (V de Vendetta).
El dragón del lago de fuego (1981)
Una de las mejores (y más incomprendidas) películas fantásticas de los 80, El dragón del lago de fuego contó en su versión de cómic con el talento del guionista Denny O’Neil, autor de algunas de las mejores aventuras de Batman. El dibujo de la artista Marie Severin no es para tirar cohetes, pero resulta detallado a la par que dinámico y plasma al dragón Vermithrax Pejorative sin dejarse una escama.
Conan el bárbaro (1982)
Tenía que pasar, ¿verdad? Pues pasó. No en vano Marvel llevaba albergando a Conan en sus publicaciones desde 1970, así que una adaptación de su filme estaba más cantada que las Crónicas Nemedias. Para plasmar propiamente la masa corporal de Schwarzenegger, además, la editorial eligió al dibujante más adecuado. Nada menos que John Buscema, uno de los ilustradores que más y mejor han entendido al bárbaro de Cimmeria en el papel, y que repetiría en el cómic de Conan el destructor dos años más tarde.
Blade Runner (1982)
Según explicábamos al comienzo de este informe, los artistas de Marvel se veían obligados a trabajar con los proverbiales palos y cañas cuando adaptaban una película. Algo que, en este caso particular, conllevaba ciertas ventajas: al guiarse por un ejemplar del guión original, los autores de la adaptación de Blade Runner incluyeron en su cómic varias escenas de esas que Ridley Scott se ha dejado olvidadas en sus sucesivos montajes y remontajes, así como el texto original de la voz en off que nunca llegó a grabarse (y que resulta mucho más digno que el definitivo). Dejando aparte estas singularidades, el cómic le hace justicia a la película… salvo en lo que toca a su portada: pese a haber colaborado en la concepción de Indiana Jones, diríase que el maestro Jim Steranko nunca le pilló del todo el punto a la mandíbula de Harrison Ford.
El retorno del Jedi (1983)
Dispersa en fondo y forma (cuatro dibujantes, nada menos, trabajaron en su realización), la versión comiquera de El retorno del Jedi resulta apañada, pero poco más. Ahora bien: en ella encontramos una portada formidable (obra, una vez más, de Bill Sienkiewicz) y una nueva sucesión de escenas eliminadas, con especial protagonismo del vínculo entre Luke Skywalker y la princesa Leia. Escenas que nos demuestran, una vez más, lo poco claros que tenía George Lucas tanto el devenir general de su saga como el árbol genealógico de los protagonistas.
Annie (1983)
¿Qué cara puso Tom DeFalco, ese sufrido currante, cuando le dijeron que debía ilustrar el musical sobre la huerfanita más empalagosa de la historia del cómic (y de Broadway)? No lo sabemos, pero nos lo imaginamos. Duele pensar que, de toda la filmografía de John Huston, Annie haya sido el único de sus títulos en contar con una adaptación oficial en viñetas…
Starfighter: La aventura comienza (1984)
Concebida para promocionar un videojuego que jamás llegó a salir al mercado, Starfighter resultó un mediano fracaso comercial en los cines. Triste sino el suyo, porque se trató de un filme muy divertido y más ochentero que el vestuario de Molly Ringwald en La chica de rosa. Al menos, su versión marvelita contó con el guionista Bill Mantlo, creador de Rocket Raccoon y responsable de colecciones tan entrañablemente disparatadas como Rom, el caballero del espacio y los fabulosos Micronautas.
Sheena, reina de la selva (1984)
Cuando nació para las viñetas, allá por 1937, la selvática Sheena era una femme fatale vestida de leopardo, con ojazos de traidora y puñal en ristre. Su adaptación al cine, amén de resultar más mala que la quina, le endosó a la ex ‘chica Bond’ Tanya Roberts uno de esos peinados con sobredosis de laca que ya te estarás imaginando. Y, por si tamaña afrenta fuese poca, la portada del correspondiente cómic de Marvel retrató a esta tarzana con trazos dignos de una novelita romántica de quiosco. Las heroínas de cómic, ya se sabe, nunca lo han tenido fácil.
Dune (1984)
Amén de un extraordinario portadista (como ya hemos tenido ocasión de comprobar en este informe), Bill Sienkiewicz fue uno de los dibujantes más originales de la Marvel de los 80: sus viñetas para los Nuevos Mutantes, un spin off de X-Men presuntamente juvenil, siguen dándole pesadillas a más de uno a fuer de retorcidas y expresionistas. Así las cosas, el encuentro entre el artista y David Lynch fue un matrimonio hecho en el cielo… o, más bien, en las infernales arenas del planeta Arrakis, con sus gusanos y su especia. Una vez más, el cómic incluyó escenas del filme que no llegaron al montaje final. Y, de hecho, resulta bastante más inteligible que aquel, aunque esto no sea decir demasiado.
2010: Odisea Dos (1984)
Jack Kirby, santo padre fundador del Universo Marvel, escribió y dibujó una memorable adaptación de 2001: Una odisea del espacio, así como varios cómics originales inspirados en la magna obra de Stanley Kubrick. Por desgracia, en 1984 todo aquello era poco más que un recuerdo: ni la secuela firmada por Peter Hyams estaba a la altura del original, ni su versión en viñetas (en la cual participaron Larry Hama y J. M. DeMatteis) lucía el talento cósmico y ciclópeo del maestro a la hora de reactivar la Discovery y recalentar el Monolito. Porque, aunque nos duela admitirlo, los buenos profesionales son una cosa, y los genios otra muy distinta…
Santa Claus (1985)
Como escribió Roger Ebert, hay películas que sólo admiten una pregunta, y esa pregunta es “¿por qué?”. Tal es el caso de Santa Claus, filme condenado al pitorreo desde su misma concepción: ¿de verdad necesitaba el mundo al veterano actor de carácter David Huddleston luciendo barba postiza, o -lo que es peor- a Dudley Moore vestido de duende? Como no podía ser de otra manera, la película resultó un fracaso de crítica y taquilla (aunque Ebert, menuda paradoja, fue uno de los pocos que la defendieron), y su versión en cómic sigue siendo aún hoy objeto de burlas sin corazón. Ay, qué poco navideña que es la gente…
Dentro del laberinto (1986)
En contra de lo que pudiera parecer, las relaciones entre Marvel y Jim Henson fueron positivas y provechosas: la Casa de las Ideas no sólo publicó colecciones basadas en las obras del maestro marionetista, como los Pequeñecos y Fraggle Rock, sino que también se hizo cargo de sus trabajos para el cine. Tras Cristal oscuro (1983) y Los Teleñecos conquistan Manhattan (1984, dirigida por Frank Oz), le tocó el turno a Dentro del laberinto: gracias a la buena maña con los lápices de John Buscema, los lectores más pubescentes pudieron contar con una Jennifer Connelly bidimensional… y con ese David Bowie hechicero, dotado con volúmenes espectaculares. Y no nos referimos sólo a su peinado.
Howard, un nuevo héroe (1986)
Nuestra historia no podía acabar de otra manera: el filme que sumió a George Lucas en la depresión, que finiquitó la carrera de Lea Thompson y que estuvo a punto de sepultar para los restos la de Tim Robbins estuvo basado en un personaje de Marvel, y como tal le correspondió una versión en viñetas que hace aguas desde su portada, y que queda como el último Marvel Super Special jamás publicado. Steve Gerber, creador del desvergonzado palmípedo, debió renegar del tebeo casi tanto como de la película. Y Kyle Baker, futura estrella de los tebeos indie gracias a su novela gráfica Por qué odio Saturno, tendrá que cargar para los restos con esta épica mancha en su historial. Se siente…
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