‘Valerian': El cómic que inspiró ‘Star Wars’

Pilotos encerrados en carbonita, alienígenas indescriptibles, bikinis metálicos... George Lucas aprendió muchísimo de este clásico de la historieta cósmica.
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Cuando nos enteramos de que Luc Besson seguía adelante con su versión para el cine de Valerian: Agente espacio-temporal (o Valerian, a secas, o Valerian y Laureline para los fans) nosotros nos alegramos muchísimo. En parte, porque Dane DeHaan y una Cara Delevingne (Suicide Squad) cada vez más en alza parecen buenas opciones para interpretar a los aventureros del espacio-tiempo creados por el guionista Pierre Christin y el dibujante Jean-Claude Mézières. Y en parte porque, adaptando este clásico del cómic francés, que nació en 1967 en las páginas de Pilote (la misma revista de Astérix Lucky Luke), Besson podría recuperar esa chifladura cósmica que tan buenos resultados le dio en El quinto elemento, donde contó con Mézières como diseñador de producción.
Pero decir que las imágenes de Valerian nunca han llegado antes al cine sería exagerar. Como saben los lectores del tebeo, y también sus autores (que, a estas alturas, todavía se pican cuando les sacan el tema en las entrevistas), la historia de los agentes espacio-temporales de Galaxity ha dejado una profunda huella en el género de ciencia-ficción en general… y en la saga Star Wars en particular. Aunque George Lucas lleva 37 años negándolo como un bellaco, lo cierto es que en 1977, cuando se estrena el primer filme del serial galáctico, Valerian y Laureline (‘Laury’, para los amigos) acababan de publicar Mundos ficticios, su séptima aventura, y ya eran conocidos en todo el mundo por los aficionados al cómic. ¿Suspicacia? Pues va a ser que no: como veréis a continuación, las similitudes entre las películas de Star Wars y este tebeo son incontestables. Y, por ello, Valerian compite con The Long Tomorrow (ya sabéis, aquella historieta de la que nacieron Alien, Blade Runner y muchas otras) por el título de cómic más influyente de la historia del cine. 

Una chica lista y un tipo duro

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El primer punto de interés al comparar Valerian (la serie) con Star Wars llega con sus protagonistas: Valerian, el personaje, es un piloto espacial muy curtido, muy bregado y muy fanfarrón, mientras que Laury es una señorita avispada, peleona y sin miedo a decir lo que piensa. ¿Os recuerda esto a algo? Pues sí: a Han Solo y Leia Organa. No obstante, aquí caben matices. Aunque no sea ningún incompetente, Valerian resulta una parodia del clásico aventurero de acción, con su propensión a meter la pata y a agarrarse unas cogorzas de campeonato en cuanto tiene la oportunidad. Y, en cuanto a su compañera, digamos que el guionista Pierre Christin la convirtió en una pionera del feminismo en el cómic de aventuras: nacida en la Tierra durante la Edad Media, y reclutada por Valerian durante uno de sus viajes al pasado, Laury expresa ideas mucho más a la izquierda de lo esperable en una aristócrata del planeta Alderaan. En todo caso, ambos mantienen una relación romántica basada en el ‘sí es, no es’ y en las broncas constantes. Justo como el contrabandista y la princesa, fíjate tú.

La carbonita me irrita

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Un aventurero espacial yace en animación suspendida, encerrado en un material indestructible. Para librarle de ese destino, su chica (una moza de armas tomar) debe recurrir al subterfugio, haciéndose pasar por quien no es para sacarle de su prisión. ¿Estamos hablando del comienzo de El retorno del Jedi, con aquel Harrison Ford en su cápsula de carbonita? No: se trata de una de las mejores escenas de El imperio de los mil planetas, aventura de Valerian y Laury publicada en 1971. En lugar de por Boba Fett, el agente espacio-temporal había sido capturado de esta manera por los Entendidos, una secta cuyos miembros portan cascos muy similares a los de Darth Vader. Y, al igual que el yelmo del Lord del Sith, dichos cascos ocultan rostros espantosamente deformados. Una vez más, estamos ante una de esas casualidades que nos hacen mirar al techo y silbar distraidamente.

Alienígenas para todos los gustos

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Que Ralph McQuarrie se fijó mucho en los cómics de Valerian mientras preparaba la imaginería de Star Wars, es un secreto a voces. Y nada lo prueba más que esos extraterrrestres que tanto sorprendieron a los espectadores del filme en 1977. No en vano Mézières y Christin eran ya famosos por llenar sus viñetas con criaturas dignas de la cantina de Mos Eisley: el mayor catálogo de bichos raros aparece en El embajador de las sombras (1975), cómic cuya influencia se hace notar también en las películas de la saga. Y en ese cómic, precisamente, debutan también los hermanos Shingouz, tres mercachifles aliens que reaparecerían en otros álbumes de la colección como secundarios de lujo… y cuya apariencia se parece mucho a la de Watto, el tiránico comerciante de La amenaza fantasma. El diseñador Doug Chiang, está claro, supo sacarle partido a su afición por el cómic europeo.

¡Menudos montones de chatarra!

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La historia es bien conocida: según Lucas y Ralph McQuarrie, el fuselaje del Halcón Milenario fue inspirado por una hamburguesa. Pero échale un vistazo a la viñeta de arriba, y admitirás que nuestro carguero corelliano favorito y la nave de Valerian y Laury se parecen mucho entre sí. ¿Cuál de los dos vehículos ganaría un concurso de astronaves tuneadas? Difícil decirlo: ambas pueden viajar a velocidad absurda cuando la ocasión lo requiere, y tienen cierta propensión a estropearse en los momentos más inoportunos (véanse tanto el cómic Los pájaros del amo como buena parte de El Imperio contraataca). Pero, si al cacharro de Valerian le falta un mecánico Wookiee que le dé el necesario punto macarra y peludo, el Halcón Milenario no puede viajar en el tiempo. Mejor lo dejamos en tablas.

Alta costura espacio-temporal

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Seguramente, tanto Laury como la princesa Leia nos darán de collejas cuando lean esto. Pero el caso es que las dos se han dejado ver vistiendo atavíos muy reveladores y muy dorados, aunque en ocasiones algo distintas. En El país sin estrella (1972), Laureline llevaba a cabo un fino trabajito de espionaje en una nación alienígena extremadamente machista (mientras un Valerian extremadamente resacoso hacía lo propio en otra donde las mujeres controlan el cotarro). Y eso lleva a nuestra heroína a vestir un bikini metálico muy, pero que muy similar a aquel lucido por la Organa en El retorno del Jedi, durante cierto accidentado crucero bajo el sol de Tatooine, hallándose prisionera de Jabba el Hutt. Estamos seguros, dadas las circunstancias, de que a la agente de Galaxity no le importó que su colega le copiase el vestido.

Recochineo interestelar

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Desplacémonos en el espacio-tiempo hacia 1977: Star Wars ya se ha estrenado en París, en presencia de un selecto grupo de dibujantes de cómics entre los que figuran Moebius… y Jean Claude Mézières. El coautor de Valerian declara sentirse “encantado, desconcertado y furioso” por lo que ha visto en la pantalla, pero no quiere que la sangre llegue al río: se limita a enviarle un par de cartas a George Lucas, pero este no se las responde. Para colmo, como los cómics no se distribuyen en EE UU, sólo unos pocos coleccionistas son conscientes de su influencia. Tal vez debido en parte a ello, las aventuras de sus héroes se vuelven cada vez más tenebrosas desde ese momento, renunciando al cachondeo en favor de la depresión existencial (salteada con invectivas hacia los mass media y la cultura estadounidense) en álbumes como Brooklyn Station término Cosmos. En 1983, cuando se estrena El retorno del Jedi, el dibujante y Jean-Pierre Christin deciden dedicarle una pequeña colleja a su renuente discípulo de EE UU: una ilustración, publicada por Pilote, en el que la princesa Leia y Luke Skywalker alternan juntos en un garito muy alienígena. “Qué curioso haberos encontrado aquí”, dice la senadora galáctica, a lo cual su homóloga responde: “No te creas, nosotros venimos a este bar desde hace mucho tiempo”. 
Via:Cinemania

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