El actor se estrelló con su Porsche Spyder 550 el 30 de septiembre de
1955 en un aparatoso accidente que acabó con su vida y con una de las
carreras más meteóricas de Hollywood.
Con tan sólo tres películas protagonizadas en su filmografía –pero qué tres películas–, James Dean tiene
uno de los mayores estatus de culto de la historia de Hollywood. Actor
de teatro y televisión, tuvo el mayor vuelco de carrera del mundo
cuando Elia Kazan identificó su melancólica introversión con la del Cal Trask de John Steinbeck y le dio su primer papel protagonista en Al este del Edén (1955). La visceralidad
de Dean frente a la cámara anticipaba los primeros indicios del cambio
que lentamente llegaba a Hollywood, así que el director más avanzado de
la época, Nicholas Ray, no dudó en contratarlo como la estrella de Rebelde sin causa (1955). Creó al icono definitivo de joven rebelde y atormentado.
Justo al acabar el rodaje de Gigante (1956), a las órdenes de George Stevens, el actor marchó a dedicar tiempo a su otra pasión aparte del cine: las carreras de velocidad. Tenía recién comprado un Porsche Spyder 550, bautizado por su amigo Bill Hickman como “Little Bastard” y quería competir con él en una carrera cerca de San Francisco. Caminó de allí, el 30 de septiembre de 1955, Dean y su mecánico Rolf Wütherich se estrellaron contra otro coche en un aparatoso accidente. El actor se rompió el cuello y murió de forma instantánea a los 24 años. Pese a no ser el responsable de la frase que se le atribuye erróneamente –viene de otra película de Ray–, la cumplió a rajatabla: vivió rápido, murió joven y dejó un hermoso cadáver.
Su repentina muerte y el estreno póstumo de Gigante terminó de asentar la fama inmortal de Dean, que lo mantiene como icono hasta nuestros días. El próximo 20 de noviembre se estrena la película Life, de Anton Corbijn, donde se habla de su relación de amistad con el fotógrafo Dennis Stock, y el actor es encarnado por Dane DeHaan con pulcro mimetismo. Mientras esperamos el estreno, en honor al aniversario de la muerte de Dean, recordamos este vídeo con un montaje de sus mejores momentos frente a la cámara.
Justo al acabar el rodaje de Gigante (1956), a las órdenes de George Stevens, el actor marchó a dedicar tiempo a su otra pasión aparte del cine: las carreras de velocidad. Tenía recién comprado un Porsche Spyder 550, bautizado por su amigo Bill Hickman como “Little Bastard” y quería competir con él en una carrera cerca de San Francisco. Caminó de allí, el 30 de septiembre de 1955, Dean y su mecánico Rolf Wütherich se estrellaron contra otro coche en un aparatoso accidente. El actor se rompió el cuello y murió de forma instantánea a los 24 años. Pese a no ser el responsable de la frase que se le atribuye erróneamente –viene de otra película de Ray–, la cumplió a rajatabla: vivió rápido, murió joven y dejó un hermoso cadáver.
Su repentina muerte y el estreno póstumo de Gigante terminó de asentar la fama inmortal de Dean, que lo mantiene como icono hasta nuestros días. El próximo 20 de noviembre se estrena la película Life, de Anton Corbijn, donde se habla de su relación de amistad con el fotógrafo Dennis Stock, y el actor es encarnado por Dane DeHaan con pulcro mimetismo. Mientras esperamos el estreno, en honor al aniversario de la muerte de Dean, recordamos este vídeo con un montaje de sus mejores momentos frente a la cámara.
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