Sirven para sacarnos los cuartos, pero ¿de verdad valen para algo más?
Defendemos las trilogías de siempre ante la avalancha de 'partes I' y
'partes II'.
No es una moda: es algo más. A estas alturas, la práctica de dividir en dos el último capítulo de una saga de éxito se ha convertido en práctica generalizada. Desde la doble ración de Harry Potter y las reliquias de la Muerte (2010-2011) y La saga Crepúsculo: Amanecer (2011-2012), la industria aprovecha a fondo este sistema para la maximización de beneficios. Por lo pronto, estamos en un sinvivir esperando que los sufrimientos de Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) concluyan en la segunda parte de Los juegos del hambre: Sinsajo, y que Tris Prior (Shailene Woodley), otra heroína juvenil y distópica (aunque de signo ideológico tal vez opuesto) llegue al fin de su aventura en La saga Divergente: Leal (2016) y La saga Divergente: Ascendente (2017). Eso, sin olvidar las dos entregas de Avengers: Infinity Wars, que según Marvel serán la repanocha con Thanos. Hasta ahora, el único serial young adult de éxito a salvo de esta práctica es El corredor del laberinto, que concluirá dentro de dos años con Cura mortal. Y vete a saber si, en el último momento, J. J. Abrams y Lucasfilm nos dan un susto anunciando el estreno de Star Wars: Episodio IX – Parte I y Star Wars: Episodio IX: Parte II…
Bromas aparte (bueno, esperemos que sea una broma), lo cierto es que la táctica funciona de maravilla: por lo pronto, según una encuesta de la firma Piedmont Research publicada por Variety, Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 2 es ya la película más esperada de la historia. Más, incluso, que Star Wars: El despertar de la Fuerza: mientras que el retorno de la saga galáctica suma 495 puntos sobre 1000 en el ‘índice de expectación’ usado en el sondeo, la despedida de la ‘Chica en Llamas’ pone el marcador a 514. Esto tiene pocos visos de generar una guerra internauta entre ‘tributos’ y ‘warsies’, y podría servir a los defensores de los finales partidos como un argumento a su favor. El más importante de los cuales es que permiten esquivar esas conclusiones atropelladas que tanto irritan a los fans y tanto frustran a los expectadores legos, pero en busca de un desarrollo coherente. Si la Batalla de Hogwarts es demasiado grande como para caber en el clímax de una película, pues se le hace un filme ex profeso para mostrarla en toda su gloria y todos sus avada kedabra. Ahora bien: aparte de este mérito, ¿podemos alegar alguno más que salve a la fórmula de causarnos hartazgo?
Pues, a nuestro entender, más bien no. Para empezar, no es casualidad que las historias de larga duración nos hayan venido en tres entregas desde la Trilogía del Anticristo (tres filmes polacos estrenados entre 1914 y 1915, que han quedado como el primer serial tripartito de largometrajes) hasta Star Wars y demás grandes relatos. La trilogía es una forma muy antigua y noble, empleada ya por los trágicos griegos en aquel Festival de Teatro de Atenas cuyo premio gordo era una cabra: distribuyendo de esta manera las historias de Edipo, Orestes y otros adorables personajes, los autores de la Antiguedad se aseguraban de que éstas quedasen bien repartidas entre el planteamiento, el nudo y el desenlace. Como antes el teatro, el cine hizo suya esta tradición, ofreciendo planteamientos tan estimulantes como Matrix, nudos de impresión como El Imperio contraataca y desenlaces a la altura de El Señor de los anillos: El retorno del rey. ¿De verdad está justificado cambiar por las bravas una fórmula que ha dado tan buenos resultados desde hace milenios, literalmente?
Ya que la trilogía El Señor de los anillos ha salido a colación, podemos desmontar el argumento rey de los dobles finales: aquel según el cual, siendo estas sagas adaptaciones de obras literarias, es insuficiente dedicarle una sola película a su gran momento final. Porque, entre otros elementos de juicio, un filme resulta válido según el arte de sus guionistas… y si los de El retorno del rey supieron condensar en 201 gozosos minutos (256, en la versión extendida en Blu-ray) las 608 páginas del novelón de J. R. R. Tolkien, pues eso que nos ahorramos en entradas. Por mucho que se piquen algunos fanboys y fangirls, el séptimo arte y la literatura son medios distintos, con sus propios usos para el tiempo narrativo, algo que obliga muchas veces a resumir y condensar. Que se lo digan al propio Jackson, que, en una variante de esta pirueta, extrajo tres películas bien largas de una obra mucho más breve como El Hobbit. Y bien que se resintió dicho libro en el proceso. Por otra parte, y puestos a hablar de longitudes, siempre cabe recordar el posible cansancio de los actores: salvo que hablemos de un profesional muy duro, al nivel de Laurence Olivier, es muy difícil que el trabajo de un intérprete no se resienta al participar en un trabajo que no le apasiona, y más aún si lo hace durante mucho tiempo. La técnica de los rodajes back to back (aquellos en los que varias partes de un mismo serial se ruedan a la vez) no siempre es un antídoto contra este problema, ya que obliga a sesiones extenuantes en el plató. Y éstas, muchas veces, se cobran su precio en la pantalla.
Pero todavía nos queda un motivo por el que los finales en dos partes nos dan mala espina: son un sacacuartos. Como dice el guionista Max Landis (American Ultra) en el tuit que puedes leer arriba, “Sólo hay una buena razón para dividir en dos partes el fin de una trilogía: que te quieras comprar un yate grande de la hostia”. Ya que la solución más natural y lógica a los requisitos de la historia (entregar una película más larga que las anteriores, en la cual haya espacio para atar todos los cabos sueltos) resulta imposible debido a las exigencias de la exhibición… pues entregamos una ración doble que nos lo asegura todo por duplicado. Doble campaña de marketing, con lo que conlleva de presencia mediática. Doble estreno, con lo que los beneficios derivados de una sola película se multiplican por dos. Y también doble gasto para el espectador, que en lugar de ocupar su butaca la ocupará dos veces, en años distintos y sin remisión posible. Porque, si el serial de turno ha jugado bien sus cartas (y algunos las juegan muy bien), el público no podrá pasar sin conocer la resolución a ese cliffhanger que le ha dejado en ascuas durante un año, o más.
Así pues, esta manía de ofrecer dos filmes en lugar de uno sólo sirve para una cosa: para engrosar las cuentas de resultados de los estudios. Si se tratase de un recurso artístico, orientado sólo a procurar más disfrute al espectador, lo dejaríamos pasar, pero siendo como es una maniobra para vaciarnos las carteras, no se libra de nuestra crítica. Y, si hiciera falta otro argumento más, aquí va el nuestro: con tanta Parte I y Parte II, los títulos de las secuelas son ahora mismo más horribles que nunca. Ahí queda eso.
Via:Cinemania
No es una moda: es algo más. A estas alturas, la práctica de dividir en dos el último capítulo de una saga de éxito se ha convertido en práctica generalizada. Desde la doble ración de Harry Potter y las reliquias de la Muerte (2010-2011) y La saga Crepúsculo: Amanecer (2011-2012), la industria aprovecha a fondo este sistema para la maximización de beneficios. Por lo pronto, estamos en un sinvivir esperando que los sufrimientos de Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) concluyan en la segunda parte de Los juegos del hambre: Sinsajo, y que Tris Prior (Shailene Woodley), otra heroína juvenil y distópica (aunque de signo ideológico tal vez opuesto) llegue al fin de su aventura en La saga Divergente: Leal (2016) y La saga Divergente: Ascendente (2017). Eso, sin olvidar las dos entregas de Avengers: Infinity Wars, que según Marvel serán la repanocha con Thanos. Hasta ahora, el único serial young adult de éxito a salvo de esta práctica es El corredor del laberinto, que concluirá dentro de dos años con Cura mortal. Y vete a saber si, en el último momento, J. J. Abrams y Lucasfilm nos dan un susto anunciando el estreno de Star Wars: Episodio IX – Parte I y Star Wars: Episodio IX: Parte II…
Bromas aparte (bueno, esperemos que sea una broma), lo cierto es que la táctica funciona de maravilla: por lo pronto, según una encuesta de la firma Piedmont Research publicada por Variety, Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 2 es ya la película más esperada de la historia. Más, incluso, que Star Wars: El despertar de la Fuerza: mientras que el retorno de la saga galáctica suma 495 puntos sobre 1000 en el ‘índice de expectación’ usado en el sondeo, la despedida de la ‘Chica en Llamas’ pone el marcador a 514. Esto tiene pocos visos de generar una guerra internauta entre ‘tributos’ y ‘warsies’, y podría servir a los defensores de los finales partidos como un argumento a su favor. El más importante de los cuales es que permiten esquivar esas conclusiones atropelladas que tanto irritan a los fans y tanto frustran a los expectadores legos, pero en busca de un desarrollo coherente. Si la Batalla de Hogwarts es demasiado grande como para caber en el clímax de una película, pues se le hace un filme ex profeso para mostrarla en toda su gloria y todos sus avada kedabra. Ahora bien: aparte de este mérito, ¿podemos alegar alguno más que salve a la fórmula de causarnos hartazgo?
Pues, a nuestro entender, más bien no. Para empezar, no es casualidad que las historias de larga duración nos hayan venido en tres entregas desde la Trilogía del Anticristo (tres filmes polacos estrenados entre 1914 y 1915, que han quedado como el primer serial tripartito de largometrajes) hasta Star Wars y demás grandes relatos. La trilogía es una forma muy antigua y noble, empleada ya por los trágicos griegos en aquel Festival de Teatro de Atenas cuyo premio gordo era una cabra: distribuyendo de esta manera las historias de Edipo, Orestes y otros adorables personajes, los autores de la Antiguedad se aseguraban de que éstas quedasen bien repartidas entre el planteamiento, el nudo y el desenlace. Como antes el teatro, el cine hizo suya esta tradición, ofreciendo planteamientos tan estimulantes como Matrix, nudos de impresión como El Imperio contraataca y desenlaces a la altura de El Señor de los anillos: El retorno del rey. ¿De verdad está justificado cambiar por las bravas una fórmula que ha dado tan buenos resultados desde hace milenios, literalmente?
Ya que la trilogía El Señor de los anillos ha salido a colación, podemos desmontar el argumento rey de los dobles finales: aquel según el cual, siendo estas sagas adaptaciones de obras literarias, es insuficiente dedicarle una sola película a su gran momento final. Porque, entre otros elementos de juicio, un filme resulta válido según el arte de sus guionistas… y si los de El retorno del rey supieron condensar en 201 gozosos minutos (256, en la versión extendida en Blu-ray) las 608 páginas del novelón de J. R. R. Tolkien, pues eso que nos ahorramos en entradas. Por mucho que se piquen algunos fanboys y fangirls, el séptimo arte y la literatura son medios distintos, con sus propios usos para el tiempo narrativo, algo que obliga muchas veces a resumir y condensar. Que se lo digan al propio Jackson, que, en una variante de esta pirueta, extrajo tres películas bien largas de una obra mucho más breve como El Hobbit. Y bien que se resintió dicho libro en el proceso. Por otra parte, y puestos a hablar de longitudes, siempre cabe recordar el posible cansancio de los actores: salvo que hablemos de un profesional muy duro, al nivel de Laurence Olivier, es muy difícil que el trabajo de un intérprete no se resienta al participar en un trabajo que no le apasiona, y más aún si lo hace durante mucho tiempo. La técnica de los rodajes back to back (aquellos en los que varias partes de un mismo serial se ruedan a la vez) no siempre es un antídoto contra este problema, ya que obliga a sesiones extenuantes en el plató. Y éstas, muchas veces, se cobran su precio en la pantalla.
Pero todavía nos queda un motivo por el que los finales en dos partes nos dan mala espina: son un sacacuartos. Como dice el guionista Max Landis (American Ultra) en el tuit que puedes leer arriba, “Sólo hay una buena razón para dividir en dos partes el fin de una trilogía: que te quieras comprar un yate grande de la hostia”. Ya que la solución más natural y lógica a los requisitos de la historia (entregar una película más larga que las anteriores, en la cual haya espacio para atar todos los cabos sueltos) resulta imposible debido a las exigencias de la exhibición… pues entregamos una ración doble que nos lo asegura todo por duplicado. Doble campaña de marketing, con lo que conlleva de presencia mediática. Doble estreno, con lo que los beneficios derivados de una sola película se multiplican por dos. Y también doble gasto para el espectador, que en lugar de ocupar su butaca la ocupará dos veces, en años distintos y sin remisión posible. Porque, si el serial de turno ha jugado bien sus cartas (y algunos las juegan muy bien), el público no podrá pasar sin conocer la resolución a ese cliffhanger que le ha dejado en ascuas durante un año, o más.
Así pues, esta manía de ofrecer dos filmes en lugar de uno sólo sirve para una cosa: para engrosar las cuentas de resultados de los estudios. Si se tratase de un recurso artístico, orientado sólo a procurar más disfrute al espectador, lo dejaríamos pasar, pero siendo como es una maniobra para vaciarnos las carteras, no se libra de nuestra crítica. Y, si hiciera falta otro argumento más, aquí va el nuestro: con tanta Parte I y Parte II, los títulos de las secuelas son ahora mismo más horribles que nunca. Ahí queda eso.
Via:Cinemania
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