[San Sebastián 2015] Día 7: Sangre y derechos humanos

Julianne Moore presenta candidatura con 'Freeheld' a la Concha y el Oscar
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¿De qué se habla hoy en San Sebastián? De conflictos reales que se trasladan al cine con buena nota, de las odiosas comparaciones entre algunas de las películas vistas en la Sección Oficial y otras que se proyectan en secciones con menos lustre y que están sorprendiendo; y también de la llegada de Pedro Almodóvar (paren las máquinas) al festival, relajado y sin troupe, en su papel de productor.
¿Qué hemos visto? Más que un derecho, la igualdad es la base sobre la que se sustenta cualquier sociedad democrática. Lo sabe Peter Sollett (director de Nick y Norah, una noche de música y amor, aquella curiosa comedia romántica, y responsable de un capítulo de Vinyl, la serie que producen Scorsese y Mick Jagger), detrás de la cámara en Freeheld, una de estas películas norteamericanas que se hacen eco de las batallas de los individuos contra el sistema que están en la base del mito cursi pero real de aquel país. Basado en un documental previo, la película reúne la lucha en favor de los derechos de las parejas homosexuales (la pensión para la compañera de una policía lesbiana) con el siempre abrumador tratamiento contra el cáncer de una enferma, en este caso Julianne Moore. La pelirroja actriz está bien haga lo que haga, así que aparecer calva por la quimio no iba a ser un obstáculo. En la línea de Dallas Buyer’s Club (quizá algo por debajo de aquélla), la película tiene un crescendo cuando está empezando a decaer con la aparición de Steve Carell, como líder activista (y judío) de un grupo de presión gay. Lo convencional no quita lo emotivo, así que Freeheld cumplió de sobras con su tarea de dar a conocer a través de las emociones (primarias, eso sí) y mediante un gran reparto (Ellen Page, Michael Shannon y Josh Charles) una de esas historias basadas en hechos reales que han acabado desembocando en la legalización del matrimonio homosexual en una ruta ineludible hacia la igualdad de todas las personas.
Los derechos de los niños africanos a un futuro y su cruce con la revolución del concepto de paternidad en las sociedades occidentales entran en conflicto, como tormenta de arena sinuosa, en Les chevaliers blancs (Los caballeros blancos), filme francés de Joachim Lafosse (Propiedad privada, Perder la razón) en el que un buen Vincent Lindon encabeza una expedición a África bajo bandera de una ONG en favor de los niños que, conla excusa de escolarizar y cuidar a huérfanos in situ, pretende llevárselos a Francia para darlos en adopción a familias que pagaron por adelantado. El conflicto ético está bien planteado, así como los peligros de una aventura con varias caras, desde la buena voluntad y el humanitarismo, a la contravención de las leyes y el fraude. La presencia de una periodista para grabar su esfuerzo pone el plano personal de todos ellos en primera línea y le permite al realizador olvidarse de resultados pretenciosos y centrarse en una amarga conclusión muy pegada a lo agreste del territorio humano que pisa la película.
Fuera de la Sección oficial, dos filmes de habla hispana que respondieron a las expectativas. La novia, de Paula Ortiz (cineasta a la que conocimos con su primer largo, De tu ventana a la mía) una compleja e interesante adaptación de Bodas de sangre de García Lorca. La dificultad que conlleva siempre adaptar la obra de Lorca, de lo culto a lo popular, de lo cantado a lo narrado, de lo terruñero a lo evanescente, juega en favor de la película, distinta y arriesgada (versión del Pequeño vals vienés de Leonard Cohen incluida), que no toma rehenes, de fuerte carga esteticista, a ratos sorprendente, a ratos cargante, con un uso excesivamente empalagoso de la cámara lenta, pero con una Inma Cuesta mayúscula, comodísima y entregada a un papel que va a dar mucho que hablar. Como también dio mucho que hablar en Argentina el caso real de la familia Puccio, que se dedicaba a secuestrar y asesinar a sus víctimas después de cobrar rescates millonarios durante años con la aquiescencia del sistema corrupto de la dictadura argentina. Pablo Trapero (joven pero ya experimentadísimo director de Elefante blanco, Carancho, Leonera y otras desde la soprendente Mundo grúa) ha logrado con El clan (coproducida por los hermanos Almodóvar a través de El Deseo) un thriller clásico, compacto, duro, que es en realidad una película sobre la relación entre un padre y su hijo, en un contexto político clave de la historia de Argentina (es su primer filme “de época”: los 80). Esas tres patas, thriller, política y familia, combinan bien, en constante equilibrio, coronadas por el trabajo de Alejandro Francella, que ya por fin va a dejar de ser recordado por el Sandoval de El secreto de sus ojos para convertirse (durante los próximos tiempos al menos) en el inolvidable Arquímedes Puccio de El clan.
¿Con quién hemos hablado? Con el mismísimo José Luis Rebordinos, director del Festival, siempre de acá para allá durante estos diez días. Fue durante la visita de Carles Francino a San Sebastián para emitir desde el hotel María Cristina su programa radiofónico La Ventana, en el que hemos podido participar. Rebordinos estaba satisfecho con la marcha del certamen y nos contó que llega a ver unas 300 películas (compañeros suyos de selección del festival, más del doble) para escoger. Aunque también nos reconoció que de algunas, si veían que no funcionaban, sólo veían un trozo, siempre al menos 20 minutos. Curioso. La dura vida de un director de festival.
¿Qué hemos comido? Nos hemos sentado a comer por primera vez, aunque no hemos salido de la oferta de pintxos. Ya que estamos, les paso mi lista, advierto que soy un tradicional: en la parte vieja donostiarra, mi bar fetiche es el Aralar. Si abrimos el abanico, detrás de la catedral del Buen Pastor está la catedral laica gastronómica de Casa Vallés, con el mejor jamón de Donosti y las inolvidables gildas, la banderilla más cinematográfica. Ya sabéis, lo cuento siempre, con origen olitense: verde, salada y picante como Rita Hayworth, a base de guindillas (piparrak), aceitunas y anchoas. Una gozada.


Conchómetro: Añadamos algún que otro nombre a la lista. Los de Vincent Lindon y Julianne Moore, quizá el del guión de Joachim Lafosse (con la colaboración de 5 personas más) para su película, bien pertrechada, con las preguntas adecuadas y sin buenos ni malos. Raro sería, más allá de alguna mención especial, que Peter Sollett y su Freeheld se llevase algo. No porque no sea una correcta película, sino porque quizá este no es su habitat natural.
Via:cinemania

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