Seguimos tomando por asalto las nominadas a la estatuilla: hoy le toca a
Denzel Washington, Viola Davis y su dramón familiar (y racial)
Ni siquiera Jeff Bridges ha conseguido nuestra indulgencia para Comanchería. Manchester frente al mar no ha obtenido nuestra clemencia, y mira que nos ha llorado. Así pues, seguimos adelante, porque ha llegado esa época del año en la que CINEMANÍA la emprende con las nominadas al Oscar a mejor película. En esta ocasión, nuestro objetivo tiene la estatura de un titán: se trata de Fences, la película en la que Denzel Washington adapta (como actor y director) una obra maestra del teatro estadounidense. Y acompañado, además, por Viola Davis. ¿Resistirá nuestras críticas este dramón, o se vendrá abajo cuando cuestionemos sus angustias familiares?
Antes de empezar con nuestras invectivas, tenemos que dejar algo claro: si Fences (una aclamadísima obra de teatro estrenada por August Wilson en 1983) ha llegado al cine, es porque a Denzel Washington se le ha puesto entre ceja y ceja. En realidad, el guión de este filme había sido escrito por el propio autor a finales de los 80, con vistas a una adaptación que deberían haber protagonizado James Earl Jones y Eddie Murphy, y que nunca vio la luz. ¿La razón? Que Wilson quería a un director afroamericano para el filme, pero la industria no estaba por la labor. Así pues, Washington ha llevado a la pantalla un libreto con dos décadas de antigüedad, dando a luz una película anacrónica. No por su ambientación (transcurriendo la historia en la década de 1950, sólo faltaría), sino por haber estado tantos años metido en un cajón sin tener la posibilidad de que su autor lo refinara y lo pusiese a punto a pie de plató. Y eso se nota, para mal.
La relación entre el teatro y el cine ha dado obras maestras, y también muchos filmes mediocres. Puesta en la balanza, Fences nos parece inclinarse del lado de estos últimos. Y, paradójicamente, esto se debe a su obsesión por mostrarse fiel al original, algo que acaba mutilando sus posibilidades visuales. Haz esta prueba: revisa la película, y después intenta dibujar un plano de la casa donde esta transcurre. Seguramente, no podrás, y, en términos de cine, a eso se le llama no definir bien el espacio, tratándolo como si fuese un decorado sobre las tablas, en lugar de un ámbito en tres dimensiones donde debe habitar nuestra mirada. Elia Kazan (Un tranvía llamado deseo) habría solucionado este problema a base de expresionismo, y Volker Schlöndorff (Muerte de un viajante) hubiera mandado a hacer gárgaras la verosimilitud en la ambientación. Washington ha apostado por el naturalismo, y su película paga por ello.
El reestreno estadounidense de Fences en 2010 ganó tres premios Tony: mejor reposición de una obra, mejor actor (para Denzel Washington) y mejor actriz (para Viola Davis). Como él mismo ha dicho, además, Washington soñaba desde hacía mucho con llevar Fences a la pantalla. Así pues, el actor y director sabía que tenía material de primera entre manos, tanto en el aspecto literario como en el interpretativo. Y, queriendo darle todo el lustre posible en su puesta en escena, patina de forma letal: la película está llena de primeros planos y de momentos en los que Washington se empeña en demostrarnos que tanto él mismo como Davis, y el resto de los intérpretes, son muy serios y muy intensos. Lo cual, más que apabullar, acaba saturando. Irónicamente, el miembro del reparto que mejor parado sale de esto es Stephen Henderson, un secundario recio y eficiente que sabe cómo no levantar la voz.
Que Denzel Washington es uno de los mejores actores de Hollywood es un hecho cierto. Quien, tras ver sus interpretaciones en Malcolm X, Philadelphia o Día de entrenamiento afirme haberse quedado igual, miente como un bellaco. Pero su currículum como director deja mucho que desear: Antwone Fisher y The Great Debaters, los dos largos firmados hasta ahora por Washington, cosecharon críticas tibias (tirando a flojas). ¿Es Fences, entonces, una obra de madurez en la que su estilo tras la cámara ha dado el estirón? Sentimos decir que no: aunque el esfuerzo del actor y cineasta se nota mucho, y hay momentos dignos de elogio (esos momentos de calma que reflejan el paso del tiempo), la película se queda a un nivel visual bastante ajustado. Es más, podría decirse que llega a una tierra de nadie, en la que ni las interpretaciones (insistimos, magníficas) ni el trabajo con la cámara, la puesta en escena y el montaje llegan a reflejar verdadera excelencia.
Si, como decimos, Fences es una película normalita, ¿a qué pensamos que se debe su nominación a mejor película? Pues al prestigio de la obra original, al caché de su pareja protagonista, al prestigio de su actor y director… y a la resaca del #OscarsSoWhite, aquella campaña contra la falta de diversidad racial en los Premios de la Academia. Lo mismo estamos pecando de cínicos, pero es lo que hay: la abundante presencia afroamericana en los Oscar de este año tiene más pinta de un lavado de cara que otra cosa. Y, aunque cada uno tendrá su propio punto de vista a este respecto, ¿no sería más justo que la ganadora de mejor película fuese un trabajo realmente excepcional más allá del color de la piel de su director?
Via:cinemania
Ni siquiera Jeff Bridges ha conseguido nuestra indulgencia para Comanchería. Manchester frente al mar no ha obtenido nuestra clemencia, y mira que nos ha llorado. Así pues, seguimos adelante, porque ha llegado esa época del año en la que CINEMANÍA la emprende con las nominadas al Oscar a mejor película. En esta ocasión, nuestro objetivo tiene la estatura de un titán: se trata de Fences, la película en la que Denzel Washington adapta (como actor y director) una obra maestra del teatro estadounidense. Y acompañado, además, por Viola Davis. ¿Resistirá nuestras críticas este dramón, o se vendrá abajo cuando cuestionemos sus angustias familiares?
Un guión que llega tarde
Antes de empezar con nuestras invectivas, tenemos que dejar algo claro: si Fences (una aclamadísima obra de teatro estrenada por August Wilson en 1983) ha llegado al cine, es porque a Denzel Washington se le ha puesto entre ceja y ceja. En realidad, el guión de este filme había sido escrito por el propio autor a finales de los 80, con vistas a una adaptación que deberían haber protagonizado James Earl Jones y Eddie Murphy, y que nunca vio la luz. ¿La razón? Que Wilson quería a un director afroamericano para el filme, pero la industria no estaba por la labor. Así pues, Washington ha llevado a la pantalla un libreto con dos décadas de antigüedad, dando a luz una película anacrónica. No por su ambientación (transcurriendo la historia en la década de 1950, sólo faltaría), sino por haber estado tantos años metido en un cajón sin tener la posibilidad de que su autor lo refinara y lo pusiese a punto a pie de plató. Y eso se nota, para mal.
“Teatral”, en el peor sentido
La relación entre el teatro y el cine ha dado obras maestras, y también muchos filmes mediocres. Puesta en la balanza, Fences nos parece inclinarse del lado de estos últimos. Y, paradójicamente, esto se debe a su obsesión por mostrarse fiel al original, algo que acaba mutilando sus posibilidades visuales. Haz esta prueba: revisa la película, y después intenta dibujar un plano de la casa donde esta transcurre. Seguramente, no podrás, y, en términos de cine, a eso se le llama no definir bien el espacio, tratándolo como si fuese un decorado sobre las tablas, en lugar de un ámbito en tres dimensiones donde debe habitar nuestra mirada. Elia Kazan (Un tranvía llamado deseo) habría solucionado este problema a base de expresionismo, y Volker Schlöndorff (Muerte de un viajante) hubiera mandado a hacer gárgaras la verosimilitud en la ambientación. Washington ha apostado por el naturalismo, y su película paga por ello.
Demasiado lucimiento
El reestreno estadounidense de Fences en 2010 ganó tres premios Tony: mejor reposición de una obra, mejor actor (para Denzel Washington) y mejor actriz (para Viola Davis). Como él mismo ha dicho, además, Washington soñaba desde hacía mucho con llevar Fences a la pantalla. Así pues, el actor y director sabía que tenía material de primera entre manos, tanto en el aspecto literario como en el interpretativo. Y, queriendo darle todo el lustre posible en su puesta en escena, patina de forma letal: la película está llena de primeros planos y de momentos en los que Washington se empeña en demostrarnos que tanto él mismo como Davis, y el resto de los intérpretes, son muy serios y muy intensos. Lo cual, más que apabullar, acaba saturando. Irónicamente, el miembro del reparto que mejor parado sale de esto es Stephen Henderson, un secundario recio y eficiente que sabe cómo no levantar la voz.
¿De verdad Denzel dirige bien?
Que Denzel Washington es uno de los mejores actores de Hollywood es un hecho cierto. Quien, tras ver sus interpretaciones en Malcolm X, Philadelphia o Día de entrenamiento afirme haberse quedado igual, miente como un bellaco. Pero su currículum como director deja mucho que desear: Antwone Fisher y The Great Debaters, los dos largos firmados hasta ahora por Washington, cosecharon críticas tibias (tirando a flojas). ¿Es Fences, entonces, una obra de madurez en la que su estilo tras la cámara ha dado el estirón? Sentimos decir que no: aunque el esfuerzo del actor y cineasta se nota mucho, y hay momentos dignos de elogio (esos momentos de calma que reflejan el paso del tiempo), la película se queda a un nivel visual bastante ajustado. Es más, podría decirse que llega a una tierra de nadie, en la que ni las interpretaciones (insistimos, magníficas) ni el trabajo con la cámara, la puesta en escena y el montaje llegan a reflejar verdadera excelencia.
Lo sentimos: el color importa
Si, como decimos, Fences es una película normalita, ¿a qué pensamos que se debe su nominación a mejor película? Pues al prestigio de la obra original, al caché de su pareja protagonista, al prestigio de su actor y director… y a la resaca del #OscarsSoWhite, aquella campaña contra la falta de diversidad racial en los Premios de la Academia. Lo mismo estamos pecando de cínicos, pero es lo que hay: la abundante presencia afroamericana en los Oscar de este año tiene más pinta de un lavado de cara que otra cosa. Y, aunque cada uno tendrá su propio punto de vista a este respecto, ¿no sería más justo que la ganadora de mejor película fuese un trabajo realmente excepcional más allá del color de la piel de su director?
Via:cinemania
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