Tras conocer el fallo del jurado presidido por Pedro Almodóvar, que corona inesperadamente al sueco Ruben Östlund como flamante ganador de la Palma de Oro por ‘The Square’, ratificamos –una vez más- la foto
de hace unos días en la que un montón de hombres con esmoquin posan con
los honores de haber recibido el máximo galardón del festival de
festivales, que celebra esta edición su 70 cumpleaños.
En esa instantánea, junto a grandes nombres como David Lynch, Roman Polanski o Michael Haneke, y camuflada de negro como quien trata de evitar el peso del foco sobre sus hombros, encontrábamos también a Jane Campion, la única directora que ha recogido una Palma de Oro hasta la fecha, la de 1993. Su nombre, más de 20 años después, queda un poco diluido con el avance del calendario, a pesar de que la película que le elevó a tal distinción, ‘El piano’, todavía hoy permanece en nuestras retinas.
En busca de la directora a la que perdimos la pista en los noventa, volvemos a la isla neozelandesa en la que la realizadora dejó su piano.
Una joven escocesa con un pasado emocional traumático que la dejó sin habla es prometida en matrimonio en contra de su voluntad con un terrateniente neozelandés. Con su hija cogida de una mano y su inseparable piano de la otra,
esta pasional música de profesión desembarca en costa extraña ante la
mirada de un rudo grupo de maoríes. Estamos en el siglo XIX y Jane Campion
sentencia con voz alta y clara una de las tragedias más dramáticas de
nuestro cine contemporáneo, que la consolidaría como firme candidata a
permanecer en el firmamento cinematográfico… para luego desaparecer un
par de años después.
‘El piano’, drama neozelandés, de coproducción australiana y francesa, con un buen plantel de actores internacionales, es un relato oscuro de una tragedia amorosa con una fortísima protagonista y dirigida desde la óptica femenina. Una película clásica en su forma pero que revela un fortísimo carácter subversivo que, muy probablemente, fue lo que le valió entonces tal avalancha de premios.
Tras un inicio cautivador, ante la visión de toda una vida desparramada a lo largo de la orilla de una playa enfurecida, se produce el primer temido encuentro y premonitorio choque frontal con un atractivo Sam Neill, que será desde entonces su esposo. Con la supervisión de un turbado cielo gris, lleno de nubes de presagios, nos adentramos junto a la pianista en territorio salvaje: el mundo de su nuevo marido al que le ha tocado pertenecer ahora.
Una magnífica Holly Hunter daba vida a esta pianista
atormentada en una de las pocas interpretaciones merecedoras de tan
importantes galardones como el Oscar o el Globo de Oro, sin haber
mencionado una sola palabra. La por aquel entonces jovencísima Anna Paquin –hoy archiconocida por su papel como Sookie Stackhouse en ‘True Blood’-, por cuya muy carismática
actuación hoy conserva un Oscar en su estantería, encarna a la hija de
la pianista, ángel y demonio en esta relación tormentosa; mientras que
un ardiente Harvey Keitel cierra el círculo dramático.
Los múltiples reconocimientos a la obra de Jane Campion, iniciados tempranamente a principios de los ochenta, cuando la cineasta neozelandesa se hacía también con otra Palma de Oro por su primer cortometraje, ‘Peel’ (1982, premiado en 1986), no impidieron que tras alcanzar la cima con ‘El piano’ sólo una década después, irremediablemente, cayera en el cruel olvido del cambio de siglo. Con algunas importantes nominaciones previas en los festivales de Venecia, Toronto o el propio Cannes por ‘An Angel at My Table’ y ‘Sweetie’, en 1993 la neozelandesa tocaba el cielo, tras lo cual seguían tres películas de moderado éxito, para finalmente producirse la elipsis que la haría fundirse a negro.
Abriendo con un gran crescendo orquestal, la famosa música del compositor minimalista Michael Nyman acompañará toda la obra de forma incisiva en una suerte de leit motiv muy de moda entonces como recurso. Basada en unos diálogos dramáticamente elocuentes, la sensualidad de los noventa nos arrastra entre épicos paisajes y tórridas pasiones, dentro una narrativa lineal de grandes gestos y símbolos. Una estructura tradicional para contar un relato de grandes proporciones.
Después de un interludio de casi dos décadas, Jane Campion regresaba ahora a Cannes no sólo para la foto, sino con la obra que parece certificar su resurgimiento: la serie ‘Top of the Lake’, una de las artífices del otro gran regreso del festival, el de la actriz Nicole Kidman. Tras ver a la protagonista de ‘The Beguiled’ (Sofia Coppola) recoger su Premio Especial 70° Aniversario, devolviéndola así a la primera línea del firmamento actoral, cabe preguntarse si la reaparición de Jane Campion será también sentencia de un exitoso renacer.
En esa instantánea, junto a grandes nombres como David Lynch, Roman Polanski o Michael Haneke, y camuflada de negro como quien trata de evitar el peso del foco sobre sus hombros, encontrábamos también a Jane Campion, la única directora que ha recogido una Palma de Oro hasta la fecha, la de 1993. Su nombre, más de 20 años después, queda un poco diluido con el avance del calendario, a pesar de que la película que le elevó a tal distinción, ‘El piano’, todavía hoy permanece en nuestras retinas.
En busca de la directora a la que perdimos la pista en los noventa, volvemos a la isla neozelandesa en la que la realizadora dejó su piano.
‘El piano’ y Jane Campion, la revelación de 1993
‘El piano’, drama neozelandés, de coproducción australiana y francesa, con un buen plantel de actores internacionales, es un relato oscuro de una tragedia amorosa con una fortísima protagonista y dirigida desde la óptica femenina. Una película clásica en su forma pero que revela un fortísimo carácter subversivo que, muy probablemente, fue lo que le valió entonces tal avalancha de premios.
Tras un inicio cautivador, ante la visión de toda una vida desparramada a lo largo de la orilla de una playa enfurecida, se produce el primer temido encuentro y premonitorio choque frontal con un atractivo Sam Neill, que será desde entonces su esposo. Con la supervisión de un turbado cielo gris, lleno de nubes de presagios, nos adentramos junto a la pianista en territorio salvaje: el mundo de su nuevo marido al que le ha tocado pertenecer ahora.
Los múltiples reconocimientos a la obra de Jane Campion, iniciados tempranamente a principios de los ochenta, cuando la cineasta neozelandesa se hacía también con otra Palma de Oro por su primer cortometraje, ‘Peel’ (1982, premiado en 1986), no impidieron que tras alcanzar la cima con ‘El piano’ sólo una década después, irremediablemente, cayera en el cruel olvido del cambio de siglo. Con algunas importantes nominaciones previas en los festivales de Venecia, Toronto o el propio Cannes por ‘An Angel at My Table’ y ‘Sweetie’, en 1993 la neozelandesa tocaba el cielo, tras lo cual seguían tres películas de moderado éxito, para finalmente producirse la elipsis que la haría fundirse a negro.
Una Palma de Oro de los noventa
La relevancia de ‘El piano’ viene acotada por su contexto. Siguiendo un esquema clásico, casi de tragedia griega, donde el pesar de la protagonista aparece revolucionariamente expresado a través de su piano, por oposición a la voz –con la cual paradójicamente se ganaba la vida en su pasado esta heroína-, seguimos los avatares de este triángulo representado bajo los cánones del cine de autor de los noventa.Después de un interludio de casi dos décadas, Jane Campion regresaba ahora a Cannes no sólo para la foto, sino con la obra que parece certificar su resurgimiento: la serie ‘Top of the Lake’, una de las artífices del otro gran regreso del festival, el de la actriz Nicole Kidman. Tras ver a la protagonista de ‘The Beguiled’ (Sofia Coppola) recoger su Premio Especial 70° Aniversario, devolviéndola así a la primera línea del firmamento actoral, cabe preguntarse si la reaparición de Jane Campion será también sentencia de un exitoso renacer.
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