David Andrew Leo Fincher: 55 años, natural de Denver —Colorado—, nominado en dos ocasiones al Oscar y, fuera de toda duda, uno de los mejores directores —si no el mejor— en activo de la industria cinematográfica a nivel mundial. Un auténtico superdotado para el noble arte de contar historias en imágenes que destacó en los campos de la publicidad y el videoclip antes de dar su infalible salto a la gran pantalla en 1992 con 'Alien³'.
Diez excepcional largometrajes —y dos series de televisión— después de su debut, Fincher continúa estando a la vanguardia de la narrativa audiovisual. Una posición que se ha ganado a pulso haciendo gala de una inteligencia, una obsesión por el detalle y una serie de técnicas que, además, le han hecho trascender ya no sólo como realizador, sino como un autor en mayúsculas.
El CGI
El CGI —abarcando desde la magia del chroma hasta la más mínima corrección en postproducción— es, probablemente, el útil más explotado en la industria a día de hoy. No obstante, y como no podría ser de otro modo, Fincher sale de la norma preestablecida haciendo un uso generalmente imperceptible de los gráficos generados por ordenador a pesar de que sus películas lleguen a contener más planos con VFX que muchos blockbusters de grandes estudios.
Mientras los demás construyen sobre el CGI, Fincher lo utiliza para enriquecer lo ya edificado, controlando al milímetro hasta el más mínimo detalle y perfeccionando cada uno de los planos que lo requieran; ya sea con elementos minúsculos como el osito de goma que rebota en la cabeza de Ben Affleck en 'Perdida' o la imperfección en el flequillo de Lisbeth en 'Millennium' —digital en su totalidad—, o con milagros titánicos como el que dio vida al entrañable Benjamin Button o el uso de sangre 100% digital en la adaptación de la novela de Stieg Larsson.
El trabajo de cámara
Lo brillante del uso —y delicioso abuso— de estos planos digitales es que no sólo se integran, sino que llegan a confundirse en ocasiones con los planos rodados a la antigua usanza debido al empeño de Fincher de eliminar toda seña de la imperfección humana del trabajo de cámara. Esto se traduce en movimientos de cámara estables y de una perfección que podría definirse sin duda como antinatural.
La cinética de la filmografía del norteamericano se articula mediante todos y cada uno de los mecanismos convencionales —pans, tilts, dolly shots—, pero lo hace siempre motivada por la historia. Desde las puntualizaciones al más puro estilo Alfred Hitchcock hasta el rigor a la hora de seguir la mirada del personaje con la cámara constantemente reajustando con robótica precisión, cada pieza de David Fincher contiene decenas de ejemplos que constituyen una masterclass sobre el trabajo de cámara y su movimiento.
El espacio, el angular y el plano detalle
Ya sea la inmensidad del desierto en el que cierra 'Seven' o la claustrofóbica casa en la que transcurre la infravalorada 'La habitación del pánico', cada espacio presente en la obra y milagros del realizador que nos ocupa es tratado con todo el mimo y la importancia que merece, capturando su arquitectura y entresijos mediante el uso habitual de ópticas angulares que incrementen la cantidad de información en pantalla.
En contraposición a esto encontramos el austero e inteligente uso que hace Fincher de los planos detalle. Consciente de que el espectador sabe a la perfección que un inserto apunta a algo con un peso específico para el desarrollo de la trama, el autor los dosifica para exponerlos sin tapujos cuando es necesario. El caso de 'The Game' es la excepción a esta regla, existiendo una sobreexplotación de este tipo de planos para jugar con las expectativas del respetable y mantener el desconcierto en todo momento.
La sombra como elemento indispensable para iluminar
No obstante, más que el color y el uso de la luz, lo verdaderamente importante en la dirección de fotografía de los filmes de Fincher es un uso de la sombra que evoca al impoluto trabajo de Gordon Willis —apodado "El príncipe de la oscuridad"— en 'El padrino'. Así pues, podemos encontrar un patrón que revela la utilización habitual del claroscuro y un bajo contraste que permite envolver los rostros de los personajes en la penumbra sin perder información, incluso en las escenas que transcurren a plena luz del día.
Los títulos de crédito
La impresionante y sobrecogedora apertura de 'Seven' al ritmo de la 'Closer' de Nine Inch Nails, con un tratamiento —o más bien deterioro— directo sobre el fotograma; el viaje neuronal de la introducción de 'El club de la lucha'; la brutal integración del texto sobre la arquitectura neoyorquina de 'La habitación del pánico'; la orgía CGI de 'Millennium'; los minimalistas y efímeros rótulos sobre parajes vacíos de 'Perdida'...
Todas ellas auténticas obras de arte que bien merecen un extenso análisis a título individual y que no hacen más que confirmar el genio y maestría de un director cuyo estilo inimitable y su infinito talento están al servicio de satisfacer nuestros más oscuros deseos. Y es que, según el propio Fincher, los espectadores somos "unos pervertidos"; afirmación sobre la que ha erigido su, esperemos, aún longeva carrera.
Via:espinof
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