100 años de Ingmar Bergman: analizamos las obsesiones de un cineasta único a través de sus mejores películas
Tal día como hoy hace 100 años, nacía uno de los padres del cine europeo clásico y venerado referente para nuestros contemporáneos; tan clásico y a la vez tan presente y revolucionario. Su cine, de profundidad insólita al tiempo que disfrazado de historias cotidianas, reflexiona sobre los grandes cimientos morales de la Humanidad, lo que le confiere ese estatus de plena vigencia todavía un siglo después.
A través de sus obsesiones e inquietudes presentes de forma compleja a lo largo de toda su vasta cinematografía, recordamos el pensamiento del maestro rememorando algunos de sus mejores trabajos, aún hoy nunca destronados de la lista de las grandes obras maestras de la Historia del cine.
Nostalgia y añoranza de la niñez: 'Fresas salvajes (1957)
Con esta y otra serie de potentes afirmaciones, plenamente vigentes más de seis décadas después, inicia Bergman una de sus obras maestras, en la que una historia mundana presentada sutilmente bajo el género que hoy tildaríamos de road trip movie pura y dura, da paso a una profunda reflexión sobre el envejecimiento y el paso del tiempo, dejando tras de sí una ristra de cabos sueltos para el debate.
Cómo encaja la fe un hombre de ciencia, el choque de la razón frente a lo irracional puramente humano, el desnivel generacional o el vigor de la juventud frente a la apatía que asola la vejez. Además, otros temas que marcarán su madurez cinematográfica se insinúan ya en 'Fresas salvajes', como el conflicto respecto a la vida en familia, el temor de la revelación ante uno mismo o la angustia frente a la cercanía del fin de la vida.
En una narración no lineal absolutamente revolucionaria dentro del clasicismo de sus temas, Bergman aborda la nostalgia, entre lo fantasmal y lo soñado, transformando la idea agradable del recuerdo en desorientadora pesadilla, rozando, así, los límites del género.
Espiritualidad contra la muerte: 'El séptimo sello' (1957)
"Ésta es mi mano y la puedo mover, el sol luce allí en lo alto, y yo, Antonius Block, juego al ajedrez con la muerte". Antonius Block, 'El séptimo sello'Hijo de un pastor luterano, Bergman desarrolla durante toda su obra su preocupación por la espiritualidad y el trascendentalismo. Acuciado por la muerte, un caballero cruzado (magnífico Max von Sydow) descansa en una playa tendido en silencio junto a un tablero de ajedrez, con el solo sonido de las olas rompiendo en la orilla. En esta composición solemne de carácter pictórico, lo onírico de la cinematografía de Bergman se eleva a la categoría de poético en la que es una de sus obras más simbólicas.
Una reflexión filosófico-teológica muy compleja en torno a la muerte y el abismo que se abre frente ella, ante la falta de respuestas para las continuas preguntas de la Humanidad. De nuevo envuelta en forma de travesía, una más bien moral al interior de la conciencia mortal, Bergman desarrolla su cuestionamiento de dios ante las dudas de la razón de quien quiere entender más allá de la fe. Movido por el miedo, como motor de la creencia religiosa, que empuja a la reflexión y a su vez de nuevo al miedo, en una oscura espiral donde la razón no halla respuestas incontestables.
L’amour fou frente a la amargura de vivir: 'Un verano con Monika' (1953)
Monika y Harry se enamoran con las primeras luces del verano y juntos deciden fugarse en barca a la campiña sueca donde pasarán el estío como nómadas, viviendo l’amour fou: su primer amor de juventud. Con una mezcla de sentimientos encontrados, Bergman se vale de nuevo de conceptos antagónicos para representar la angustia de la adultez frente a la locura de la juventud en una visión ciertamente pesimista sobre la vida en pareja.
Con una reveladora estructura cíclica, 'Un verano con Monika' acaba resultando una reflexión demoledora sobre los límites del amor, que acaba transformando a los locos en miserables ante la mirada de toda una sociedad que se dice honrada. Un destino inexorable, a los ojos de Bergman, que acaba por matar los sueños de juventud de quien, al fin y al cabo, no son sino dos niños escapando de la adultez en un acto de rebeldía frente al costumbrismo moral.
Tormento familiar: ‘Sonata de Otoño’ (1978)
Como siempre en el cine de Bergman, una premisa aparentemente sencilla da pie a todo tipo de disquisiciones éticas, que acaban por revelar una situación con más recovecos y callejones oscuros de lo que uno pudiera imaginar, que deja un poso profundamente amargo.
Posiblemente, libremente inspirado en sus propios recuerdos familiares y tomando como base algunos de los temas que configuran su máxima inquietud, como vivir la espiritualidad o cómo encajar la fe con la racionalidad, Bergman reflexiona sobre el conflicto entre familia y éxito, personalizado en la figura compleja de una súper mujer (absolutamente arrebatadora Ingrid Bergman), que mantiene la cuestión completamente vigente en el eterno choque entre tradicionalismo y modernidad.
Existencialismo: ‘Persona’ (1966)
Con la fragilidad de un carrete de película expuesto a la combustión espontánea y ante el peligro inminente de autodestrucción, Berman filma entre el sueño y la vigilia el despertar de la conciencia humana. Experimentando con la propia naturaleza de la materia, en un frágil baile de texturas, el cineasta sueco se pregunta de qué está hecha el alma, cuyos misterios a menudo resultan racionalmente inexplicables.
Ante el silencio de un retiro espiritual junto al mar, ambas se verán obligadas a enfrentarse a su yo más profundo, un camino que la actriz parece ya haber recorrido y que sorprenderá a su alter ego, esa dicharachera y joven enfermera, forzada a escucharse a sí misma frente a la no respuesta de su compañera. Llegados a este punto, en el centro de la intimidad individual, Bergman desarrolla algunas de sus más avanzadas reflexiones sobre la existencia y la apariencia, la identidad y la libertad. Sin lugar a dudas, una obra maestra del cine de todos los tiempos.
Via:espinof
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