Bradley Cooper y Lady Gaga han hecho todo lo posible para que creamos en
su historia de amor, pero aún les queda mucho para poder convencer a la
Academia.
Bradley Cooper ha debutado detrás de la cámara en las tareas de dirección haciendo suya una de las historias románticas favoritas de Hollywood. O eso parecía al principio. Porque la trayectoria de esta cuarta versión de Ha nacido una estrella (aquí puedes leer nuestra crítica), con su hype por las nubes cuando se presentó en Venecia y Toronto, y su posterior desinfle paulatino, pone encima de la mesa al menos un par de cuestiones: por una parte, a la fábrica de sueños le gustan hasta cierto punto las películas que hablan sobre los desengaños de la industria del espectáculo y, por la otra, que en el debut de Cooper hay pocas nueces detrás de tanto ruido.
Continuamos con el pelotón de fusilamiento anual de CINEMANÍA contra todas las nominadas al Oscar de mejor película. Tras La favorita, Green Book,Bohemian Rhapsody, El vicio del poder, Infiltrado en el KKKlan y Roma, llega Ha nacido una estrella.
Un arranque espectacular, pero ¿qué pasa fuera de los escenarios?
La versión de Cooper de Ha nacido una estrella tiene dos partes bien diferenciadas y, por ello, descompensadas en tono, ritmo y pasión dramática. En la primera parte, cuando Ally y Jackson se conocen y se enamoran, hay un fervor narrativo incuestionable y ver a Lady Gaga interpretar a una cantante insegura es sin duda uno de los mayores aciertos del trabajo, amén de cuando la pareja lo da todo de gira sobre el escenario.
Pero, como le sucede a la pareja de la historia, ¿qué hay de ellos una vez se apagan los focos? No hace falta ser muy hater para reconocer que el segundo acto de Ha nacido una estrella es errático, y por superficial. Porque el proceso de distanciamiento entre Ally y Jackson no es demasiado creíble, exagerado en una serie de viñetas que funcionan de catálogo de todos los clichés posibles, de la idea de pérdida de autenticidad al problema de las drogas.
¿Es una película de 2019?
Es probable que la cuestión de los tópicos tenga mucho que ver con que la cinta de Cooper es la ya cuarta versión de una historia con la edad de nuestros abuelos. Ya en la película de 1937, la abuela de la protagonista le recuerda que “por cada sueño que hagas realidad, pagarás el precio en un abrir y cerrar de ojos” y esa inquietante advertencia (moral) se ha repetido como un karma en las tres versiones posteriores, como si el sacrificio y la pena fuera la única manera posible de alcanzar la gloria.
Es un mensaje que tal vez en 1937 servía para alertar a las ingenuas jovencitas del Middle West americano que soñaban con Hollywood, pero en pleno 2019 esa idea aparece algo retrógrada. Además, las tensiones entre los talentos de los protagonistas, uno desvaneciéndose y la otra despegando, están aquí reflejadas como un juego de envidias tóxico. Es cierto que acierta al situar el éxito femenino como un desencaje en lo masculino, pero no son pocas las escenas humillantes que aguanta sobre sus hombros el personaje de Ally. #MeToo, ¿dónde estás?
Síndrome de Pigmalión
A lo largo de estos meses, uno de los mantras que hemos visto repetidos sobre Ha nacido una estrella es lo bien que Bradley Cooper ha sabido dirigir a una estrella del pop como Lady Gaga –el último en hacerlo ha sido Paul Schrader–, como si el público fuera a reconocer de manera más amplia el talento de la artista gracias a la mediación de Cooper, y como si la estrella un nuevo tipo de aceptación por parte del público enfundada ahora en el rol de actriz.
En una de las escenas más intensas de la cinta, Jackson, borracho, le suelta a Ally que es fea, en lo que, además de insultar, parece querer decirle a su mujer que ha triunfado solo porque él la ha escogido y ha sabido moldearla hasta convertirla en la estrella que es. Por fortuna, entre Cooper y Lady Gaga no hemos visto episodios así fuera de las salas de cine, pero está claro que en la Academia no están del todo convencidos con ese ánimo de Pigmalión del actor y cineasta, a quien por algo no han nominado en la categoría de Mejor director.
Ni la del 37, ni la del 54, ni la del 76 lograron el Oscar
Seamos sensatos: si la cinta original de 1937 no logró el Oscar a la mejor película (ni tampoco el de mejor director, actriz, actor, etc.), ¿a qué alma desangelada de la Academia se la va a ocurrir premiar, 81 años más tarde, a Bradley Cooper y compañía? Es una cuestión de orgullo y de coherencia institucional: pasaron de William A. Wellman, de ¡George Cukor!, y con más ahínco de la versión de Barbra Streisand (solo nominada en música, sonido y cinematografía), por lo que a todas luces, por aquello de ser íntegro, la adaptación de Cooper merece no ser más que las anteriores. La Academia ya se ha desdicho en numerosas ocasiones organizando estos Oscar 2019 pero jamás traicionará su propio legado de olvidos históricos. Lo sentimos, Bradley, pero poco (o nada) vas a rascar.
¿Cuántas veces hemos visto esta historia? ¿Y cuántas se ha premiado?
Más allá de las otras tres versiones previas de Ha nacido una estrella – William A. Wellman en 1937; George Cukor en 1954 y Frank Pierson en 1976–, la historia de dos amantes separados por las imposiciones del triunfo profesional es una que ya se ha contado mil veces. La última, por cierto, hace nada y tampoco se llevó el Oscar. O, dicho de otro modo, ¿hace falta recordar en estas líneas que La La Land no consiguió la ansiada estatuilla?
La película de Chazelle era la niña de los ojos de medio mundo y patinó –y de qué manera– hace dos años. En este sentido, nada indica que Bradley Cooper sea capaz de transformar la relación de la Academia con las películas que hablan sobre Hollywood o el precio a pagar por deslumbrar en la alfombra roja. Ni El crepúsculo de los dioses (Billly Wilder, 1950), ni Cautivos del mal (Vicente Minnelli, 1952), Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen), El último magnate (Elia Kazan, 1976), o las derivas sobre Hollywood de los Coen o David Lynch han sido reconocidas por la Academia.
Via:cinemania
Bradley Cooper ha debutado detrás de la cámara en las tareas de dirección haciendo suya una de las historias románticas favoritas de Hollywood. O eso parecía al principio. Porque la trayectoria de esta cuarta versión de Ha nacido una estrella (aquí puedes leer nuestra crítica), con su hype por las nubes cuando se presentó en Venecia y Toronto, y su posterior desinfle paulatino, pone encima de la mesa al menos un par de cuestiones: por una parte, a la fábrica de sueños le gustan hasta cierto punto las películas que hablan sobre los desengaños de la industria del espectáculo y, por la otra, que en el debut de Cooper hay pocas nueces detrás de tanto ruido.
Continuamos con el pelotón de fusilamiento anual de CINEMANÍA contra todas las nominadas al Oscar de mejor película. Tras La favorita, Green Book,Bohemian Rhapsody, El vicio del poder, Infiltrado en el KKKlan y Roma, llega Ha nacido una estrella.
Un arranque espectacular, pero ¿qué pasa fuera de los escenarios?
La versión de Cooper de Ha nacido una estrella tiene dos partes bien diferenciadas y, por ello, descompensadas en tono, ritmo y pasión dramática. En la primera parte, cuando Ally y Jackson se conocen y se enamoran, hay un fervor narrativo incuestionable y ver a Lady Gaga interpretar a una cantante insegura es sin duda uno de los mayores aciertos del trabajo, amén de cuando la pareja lo da todo de gira sobre el escenario.
Pero, como le sucede a la pareja de la historia, ¿qué hay de ellos una vez se apagan los focos? No hace falta ser muy hater para reconocer que el segundo acto de Ha nacido una estrella es errático, y por superficial. Porque el proceso de distanciamiento entre Ally y Jackson no es demasiado creíble, exagerado en una serie de viñetas que funcionan de catálogo de todos los clichés posibles, de la idea de pérdida de autenticidad al problema de las drogas.
¿Es una película de 2019?
Es probable que la cuestión de los tópicos tenga mucho que ver con que la cinta de Cooper es la ya cuarta versión de una historia con la edad de nuestros abuelos. Ya en la película de 1937, la abuela de la protagonista le recuerda que “por cada sueño que hagas realidad, pagarás el precio en un abrir y cerrar de ojos” y esa inquietante advertencia (moral) se ha repetido como un karma en las tres versiones posteriores, como si el sacrificio y la pena fuera la única manera posible de alcanzar la gloria.
Es un mensaje que tal vez en 1937 servía para alertar a las ingenuas jovencitas del Middle West americano que soñaban con Hollywood, pero en pleno 2019 esa idea aparece algo retrógrada. Además, las tensiones entre los talentos de los protagonistas, uno desvaneciéndose y la otra despegando, están aquí reflejadas como un juego de envidias tóxico. Es cierto que acierta al situar el éxito femenino como un desencaje en lo masculino, pero no son pocas las escenas humillantes que aguanta sobre sus hombros el personaje de Ally. #MeToo, ¿dónde estás?
Síndrome de Pigmalión
A lo largo de estos meses, uno de los mantras que hemos visto repetidos sobre Ha nacido una estrella es lo bien que Bradley Cooper ha sabido dirigir a una estrella del pop como Lady Gaga –el último en hacerlo ha sido Paul Schrader–, como si el público fuera a reconocer de manera más amplia el talento de la artista gracias a la mediación de Cooper, y como si la estrella un nuevo tipo de aceptación por parte del público enfundada ahora en el rol de actriz.
En una de las escenas más intensas de la cinta, Jackson, borracho, le suelta a Ally que es fea, en lo que, además de insultar, parece querer decirle a su mujer que ha triunfado solo porque él la ha escogido y ha sabido moldearla hasta convertirla en la estrella que es. Por fortuna, entre Cooper y Lady Gaga no hemos visto episodios así fuera de las salas de cine, pero está claro que en la Academia no están del todo convencidos con ese ánimo de Pigmalión del actor y cineasta, a quien por algo no han nominado en la categoría de Mejor director.
Ni la del 37, ni la del 54, ni la del 76 lograron el Oscar
Seamos sensatos: si la cinta original de 1937 no logró el Oscar a la mejor película (ni tampoco el de mejor director, actriz, actor, etc.), ¿a qué alma desangelada de la Academia se la va a ocurrir premiar, 81 años más tarde, a Bradley Cooper y compañía? Es una cuestión de orgullo y de coherencia institucional: pasaron de William A. Wellman, de ¡George Cukor!, y con más ahínco de la versión de Barbra Streisand (solo nominada en música, sonido y cinematografía), por lo que a todas luces, por aquello de ser íntegro, la adaptación de Cooper merece no ser más que las anteriores. La Academia ya se ha desdicho en numerosas ocasiones organizando estos Oscar 2019 pero jamás traicionará su propio legado de olvidos históricos. Lo sentimos, Bradley, pero poco (o nada) vas a rascar.
¿Cuántas veces hemos visto esta historia? ¿Y cuántas se ha premiado?
Más allá de las otras tres versiones previas de Ha nacido una estrella – William A. Wellman en 1937; George Cukor en 1954 y Frank Pierson en 1976–, la historia de dos amantes separados por las imposiciones del triunfo profesional es una que ya se ha contado mil veces. La última, por cierto, hace nada y tampoco se llevó el Oscar. O, dicho de otro modo, ¿hace falta recordar en estas líneas que La La Land no consiguió la ansiada estatuilla?
La película de Chazelle era la niña de los ojos de medio mundo y patinó –y de qué manera– hace dos años. En este sentido, nada indica que Bradley Cooper sea capaz de transformar la relación de la Academia con las películas que hablan sobre Hollywood o el precio a pagar por deslumbrar en la alfombra roja. Ni El crepúsculo de los dioses (Billly Wilder, 1950), ni Cautivos del mal (Vicente Minnelli, 1952), Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen), El último magnate (Elia Kazan, 1976), o las derivas sobre Hollywood de los Coen o David Lynch han sido reconocidas por la Academia.
Via:cinemania
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